Artículo Estudios Fronterizos, vol. 5, núm. 10, 2004, 117-134

El poblamiento de Baja California durante el siglo XIX: reflexión desde la Historia demográfica


Baja California's population during the XlX century: Reflection from the demographic history


Mario Alberto Magaña Mancillas*


* Centro de Estudios Culturales–Museo, UABC.
Correo electrónico: mario_magana@yahoo.com


Dates


Resumen

La población ha sido un objeto de estudio muy poco trabajado en el ámbito académico de la historia, y mucho menos los fenómenos específicos del devenir demográfico del poblamiento de lo que hoy conocemos como el estado de Baja California, entre ellos la migración. La mayoría de las veces se ha generalizado un panorama hipotético. Con este trabajo se busca encaminar una discusión sobre el devenir demográfico de Baja California, desde una perspectiva histórica y reconociendo los diversos momentos de su poblamiento.

Palabras clave: Población, migración, matriz fundacional, siglo XIX, Baja California.


Abstract

The population has been an object of study rarely worked in history's academic field, far less the specific phenomena of the demographic development of populating what we know today as the state of Baja California: among it migration. Most of the time a hypothetical panorama has been generalized, with this work one seeks to direct a discussion about the demographic development of Baja California, from a historical perspective and recognizing the diverse moments of its populating.

Keywords: Population, migration, foundational matrix, 19th century, Baja California.


Introducción

Hacia finales del siglo XVIII, el padre Juan Jacobo Baegert decidió realizar, desde el exilio, una obra que trataba de contener las especulaciones sobre la California jesuítica, consideradas por este jesuita como desmedidas, y dedicando un capítulo al tema de la población denominado "Del aspecto, color y número de los Californios, de dónde y cómo pueden haber llegado a California". En ese entonces, Baegert lanzó una pregunta que aún nos sigue reuniendo (o debería) a los estudiosos del pasado peninsular para tratar de responderla:

América es lo suficientemente extensa para poder proporcionar subsistencias a cincuenta veces más habitantes que los que tiene California y en tierras mucho más fértiles, ¿cómo entonces imaginarse que alguien haya tomado la resolución, sin otro móvil que su propia voluntad, de establecer su tabernáculo en medio de tales rocas áridas y salvajes?

El lograr entender las motivaciones que han llevado a los seres humanos a tomar la decisión de migrar es uno de los grandes tópicos de la demografía moderna, por lo que poder responder al fenómeno, tal vez sea la piedra filosofal para convertir nuestros escasos análisis para entender el proceso migratorio, sobre todo en tiempos históricos, en una mejor comprensión de nuestro pasado, el cual debe incluir el devenir demográfico. (Baegert, 1942:74).

En general, tenemos una amplia contribución al estudio del devenir demográfico peninsular en el siglo XX, encabezado por los estudios de El Colegio de la Frontera Norte y la Universidad Autónoma de Baja California, y en parte para el siglo XVIII, por ejemplo con los trabajos recientes de Robert H. Jackson (1981a:308–346; 1981b:138–143; 1982; 1983:131–139; 1984:91–112; 1985:462–479; 1986:273–279; 1993:139–156, y 1994), y los clásicos de Sherburne F. Cook (1937), Ernesto Lemoine Villicaña (1959) y Homer Aschmann (1967). No obstante, como bien señala Dení Trejo Barajas, "en particular para el siglo XIX las referencias son escasas" (1994:11).

Podemos generalizar y señalar que la población ha sido un objeto de estudio muy poco trabajado en el ámbito académico de la historia, y menos aun los fenómenos específicos del devenir demográfico del poblamiento de lo que hoy conocemos como el estado de Baja California, entre ellos la migración. Pero, como señala Pierre Chaunu, "la historia puede servir para leer el presente, aunque ésta no sea su principal vocación, pero la historia, sobre todo la que se sitúa deliberadamente en la larga duración en donde tiene lugar lo esencial, y en estrecha relación con las ciencias sociales, puede aspirar a una mayor ambición" (1987:379). En nuestro caso es tratar de entender el poblamiento del extremo norte de la Baja California o La Frontera durante el siglo XIX, en especial el periodo que va de 1800 a 1861.

Uno de los pocos estudios que busca tratar de entender los procesos de poblamiento de la península y en particular del estado de Baja California, aportando instrumentos conceptuales, es el realizado por Alejandro Canales Cerón, quien señala que

la historia del poblamiento [moderno] de Baja California se puede conocer como la historia de sus relaciones de dependencia e intercambio desigual con la economía del suroeste norteamericano [y que] coincidió con el desarrollo urbano y el inicio de la modernización de México, sin atravesar por un periodo de transición entre una población agro–rural y una urbano–industrial [con una] matriz fundacional [que] se configura a partir de una serie de procesos desencadenados en la segunda mitad del siglo [XIX] y primeras décadas del [XX] (1995:6).

Con base en este estudio podemos establecer como hipótesis de trabajo que el poblamiento de la Baja California ha tenido diferentes momentos históricos, que se fueron concatenando para así dar por resultado el actual patrón de asentamientos humanos que conocemos y padecemos en las ciudades bajacalifornianas a inicios del siglo XXI. Es de indicar que concuerdo con el supuesto de que cada momento histórico cuenta con una matriz fundacional, pero discrepo con Canales cuando señala que la matriz fundacional del poblamiento moderno de Baja California, es decir, la explosión demográfica del siglo XX, se estableció desde la segunda mitad del siglo XIX. A mi parecer esta matriz fundacional se inicia a finales del siglo XIX (1870–1880) y en las primeras décadas del XX, y no propiamente hacia la mitad del XIX, el cual contaría con su propia dinámica y circunstancia. Es de reconocer que esta propuesta debería ir concatenada a la discusión sobre la perio­dización de la historia regional, ya que el capitalismo sería uno de los factores a tomar en cuenta para los periodos desde fines del XIX (1870), sin embargo sigue siendo otro de los muchos pendientes de los historiadores bajacalifornianos (Ortega, 1985:5–16, y Grijalva, 1987:47–59).

Sin embargo, ¿existen otros momentos históricos del poblamiento de la Baja California? Considero que el primer momento se inició con la llegada de las hordas de cazadores–recolectores de megafauna que procedían de las regiones norteñas del continente, en una dirección norte a sur, y con posibles contactos marítimos. La parte final de este momento histórico estaría caracterizado por las migraciones de los grupos yumanos en la región septentrional peninsular, que es posible que se prolongaran hasta el propio siglo XVIII.

El segundo momento histórico tendría como principal protagonista a los colonizadores de tradición hispana y novohispana, dividido en una primera etapa de transición donde sólo se presentaron contactos esporádicos entre los diferentes grupos humanos autóctonos y foráneos, y luego una etapa de penetración intensiva de personas e ideas de sur a norte, encabezada por los misioneros, soldados y luego por civiles o colonos. Esto ocurrió desde el siglo XVI hasta el XVIII. Este proceso de colonización, para el actual estado de Baja California, se centraría en la zona costa del Pacífico, en la denominada frontera misional dominica entre 1769 y 1800 aproximadamente.

Propiamente en el siglo XIX, tendríamos un momento histórico del poblamiento de la Baja California, con una serie de movimientos demográficos que apenas conocemos y que considero fueron importantes para el posterior desarrollo demográfico explosivo del siglo XX, es por esto por lo que Canales llegó a considerar que la matriz fundacional del siglo XX estaba en la segunda mitad del siglo XIX, época en que se empiezan a realizar inmigraciones de personas buscando colonizar el norte de la península de Baja California, precisamente después del Tratado de Guadalupe–Hidalgo, y centrada en una estructura económica basada en "el pastoreo y el riego en pequeña escala, formas de utilización de la tierra introducidas en los días de las misiones", como bien señala Peveril Meigs (1994:273). Por lo que también sería aventurado señalar que la sociedad frontereña no pasó "por un periodo de transición entre una población agro–rural y una urbano–industrial", como propone Canales (1995:6). El problema es la falta de investigación histórica sobre el siglo XIX bajacaliforniano, lo que ha propiciado una interpretación errónea de los académicos de otras disciplinas como la sociología de la población o los estudios de población.

En cuanto a los volúmenes de población, que son los primeros indicadores que nos dan indicios sobre el fenómeno migratorio (inmigración o emigración), en el caso de la península de Baja California durante el siglo XIX fueron de unos 4,508 habitantes para 1803 hasta los 43,282 habitantes para el primer censo moderno mexicano en 1895, es decir, un aumento de más del 900% en 92 años. Esto nos indicaría una gran inmigración hacia esta parte de la República mexicana, ya que aunque una parte procedería de la propia reproducción natural de la población (nacimientos menos defunciones), por las cantidades es posible considerar que buena parte de este crecimiento demográfico procede de la inmigración, posiblemente de la contra­costa mexicana y de la expansión del suroeste estadounidense (figura 1).

Sin embargo, la península es un territorio enorme que cuenta con diversas realidades en su interior y la demografía no es la excepción, por lo que podemos observar, gracias al estudio de Dení Trejo Bajaras titulado "La población de la California peninsular en el siglo XIX", que las regiones receptoras de estos volúmenes fueron principalmente las que hoy conocemos como el estado de Baja California Sur:

Una visión de conjunto de la evolución demográfica de la península nos hace apreciar que en las últimas cuatro décadas del siglo pasado [XIX] su población se concentró en tres puntos fundamentales: el puerto de La Paz, cuya trayectoria comercial se venía gestando desde los años treinta, pero cuyo mayor impulso se dio a partir de las vecinas bonanzas mineras; el pueblo de El Triunfo en la municipalidad de San Antonio, cuyo crecimiento surge del boom provocado por la Compañía Minera El Progreso; y Santa Rosalía en Mulegé con el inicio, en los ochenta, de los trabajos de la compañía El Boleo (1994:65).

En el caso del extremo norte de la California peninsular, que en esa época era conocida como La Frontera, es decir, la región que comprende "desde la línea divisoria, entre México y Los Estados Unidos del Norte, hasta la ex misión de San Fernando hacia el sur, tiene más de ciento veinte leguas y de la costa del mar grande a la del golfo de Cortés como cuarenta leguas de latitud" (González, s/f), los volúmenes de población son de magnitudes un tanto diferentes a las peninsulares. Se podría decir que tenemos cantidades pequeñas para los estándares demográficos modernos, pero como señalaba en 1994, al presentar mi tesis de maestría sobre la demografía histórica de la misión de Santo Domingo, éste es un reto, ya que "al contar con una población reducida, cualquier pérdida o falta de cobertura afecta más sensiblemente a la base de datos que se quiera generar y puede proporcionar al investigador una visión sesgada de las sociedades históricas en estudio" (Magaña, 1998:12).

Para La Frontera contamos con las estimaciones de población de Peter Gerhard, para los años de 1700 a 1820, que nos dan un panorama general del devenir demográfico del momento histórico previo al del siglo XIX. La propuesta de Gerhard es que la población indígena fue decreciendo de manera paulatina entre 1700 y 1770 (6,750 y 6,200 habitantes respectivamente), aumentando el ritmo descendente entre 1780 y 1820 (5,730 y 2,660 habitantes) (Gerhard, 1966:366, cuadro X). Es decir, en los cien años entre 1720 y 1820 tendríamos una disminución de 40%, pero siendo la etapa de mayor disminución a partir de la entrada de agentes occidentales, representados por los soldados y los misioneros franciscanos, en 1769, a La Frontera (figura 2).

Con relación al propuesto momento histórico del poblamiento bajacaliforniano en el siglo XIX, a partir de 1820 hasta 1861 (2,660 y 3,881 habitantes), tenemos una continuación general de la declinación poblacional, pero hay, dentro de esta etapa (1820–1861), un pequeño aumento poblacional del 46%, que aparentemente corresponde en su mayoría a la inmigración no indígena a La Frontera realizada en esa época, principalmente por la influencia de la Colonia militar.

Pero analizando las cifras que localizamos de una revisión bibliográfica, tenemos que la población indígena pasó de 2,620 individuos en 1820, a 3,697 para 1861, con un aumento del 41%. En cambio la población no indígena pasó de 40 individuos en 1820, a 184 en 1861, con un aumento del 360%. No obstante, este aumento pudo haber sido mucho mayor, ya que en 1835 había 805 y el siguiente año de 1836 se contabilizaron 885 individuos no indígenas en La Frontera. Las cifras sobre este conjunto poblacional nos muestran que había una fuerte migración en esta región, no sólo inmigración, sino que al parecer también expulsó a sus habitantes en cierto momento (figura 3 y cuadro 1).

Antes de entrar a algunos detalles de la migración de grupos e individuos no indígenas, es de señalar que el aumento del 41% de la población indígena en La Frontera entre 1820 y 1861 posiblemente se deba en buena parte al propio crecimiento natural (nacimientos menos defunciones), gracias a la adaptación inmunológica de los grupos yumanos después de las epidemias del último cuarto del siglo XVIII, pero también considero que una fracción debe proceder de la migración de los propios yumanos del noreste de los ríos Colorado y Gila, debido a las presiones que ejercieron sobre ellos por parte de las naciones indias desplazadas por la penetración occidental (hispana, mexicana y estadounidense), en las zonas alrededor de lo que hoy es el estado de Arizona, Estados Unidos.

En relación al componente no indígena de la población frontereña durante el siglo XIX, es de señalar que existe mucho trabajo para poder reconstruir y de ahí explicar a la sociedad decimonónica bajacali­forniana, pero se empieza a avanzar en ese sentido, por ejemplo los recientes estudios de Jorge Martínez Zepeda (2002) y Antonio Padilla Corona (2002), que incluyeron el factor poblacional en sus análisis de la sociedad frontereña entre 1822 y 1882. Martínez Zepeda destaca uno de los factores que a mi parecer son muy importantes para el estudio de las migraciones decimonónicas, que es la conexión con los grupos de poder en el sur peninsular y la inmigración individual y familiar a La Frontera:

Algunas de las familias de La Frontera tenían parentesco con otras del sur de la península y de Alta California. Estas últimas, dadas las condiciones económicas de esas regiones, tenían un mejor nivel de vida, por lo que pudo haber entre ellas personas con mayores recursos que apoyaban a sus parientes de La Frontera, dándoles una posición social destacada, así como cierta ascendencia sobre los demás pobladores (Martínez, 2002:174)

Es de señalar que esta migración individual y familiar es difícil de analizar bajo los métodos demográficos convencionales, ya que no es frecuente que sean identificables en los conteos de población, típicos del siglo XIX frontereño. No obstante, por medio de la ciencia histórica es posible conocer los movimientos de algunos de estos personajes con nombre y apellido, que nos permitirían comprender parte de la dinámica migratoria de La Frontera en este periodo.

La principal motivación de estas migraciones era la búsqueda de mejores oportunidades de vida, principalmente ante la posibilidad de la adjudicación de terrenos en La Frontera a partir de 1821, con la implementación de las leyes liberales de la Constitución de Cádiz y algunas otras disposiciones oficiales. Aunque tendremos algunas otras razones o motivos, por ejemplo el exilio en La Frontera, como es el caso de José Antonio Carrillo, quien en 1826, "a raíz de un conflicto con Vicente Sánchez, alcalde de [Los Ángeles], fue exiliado a Baja California donde recibió el apoyo del padre [Félix] Caballero en la misión de San Miguel" (Martínez, 2002:174).

Pero también tenemos casos como el de Jorge Ryerson, vaquero tejano–mexicano, quien se encontraba en San Diego "preparándome para irme de aquí a Chihuahua cuando los filibusteros llegaron a California en el invierno de 1853 y 1854, en la vieja barcaza Arrow y por sugerencia de algunos mexicanos que sabían que había sido soldado y que querían que yo fuera abajo y encaminara fuera a Walker [de La Frontera], cosa que también yo quería". Ryerson permaneció el resto de su vida en La Frontera, casándose con Guadalupe Serrano el 28 de mayo de 1856, solicitando un terreno en el área de Vallecitos en el mismo año (Ryerson, s/f).

En este periodo también tenemos una inmigración fomentada por el gobierno general mexicano, como es la Colonia militar de La Frontera de la Baja California, que inició funciones de organización en agosto de 1849 en La Paz, instalándose en esta región en marzo de 1850, primero en la antigua misión del Santísimo Rosario y luego en la de Santo Tomás. En agosto de 1849 estaban enlistados 17 efectivos militares, encabezados por el capitán Manuel Castro y el teniente Antonio Chávez, más un sargento, tres cabos y once soldados. Con excepción de los dos primeros, originarios de la Alta California, los restantes procedían de Loreto, y de éstos nueve ya habían servido en la Compañía presidial de Loreto.

Es importante mencionar que contamos con los pases de revista mensuales a las tropas de agosto de 1849 hasta julio de 1851, cuando al parecer dejan de registrarse estas inspecciones obligatorias, lo que nos permite reconstruir a este grupo de inmigrantes gubernamentales, que tendrán un promedio de 25 efectivos por revista. Pero el decreto presidencial establecía que estos efectivos debían también tener la función de colonos, por lo que tenían que trasladarse con sus familias y allegados. Por desgracia esta información no se encuentra en los pases de revista, pero en junio de 1851, Manuel Castro encargó un padrón de la Colonia militar, resultando en 192 miembros, entre efectivos regulares, familiares, colonos e indígenas (Castro, 1851:157–163).

Sabemos que ese año la población peninsular era de 8,290 habitantes, por lo que la Colonia militar representaba el 2.3% peninsular. Para 1855 se estimó la población frontereña en 2,872 habitantes; extrapolando un poco las fechas, la Colonia militar representaría el 6.7%, pero si sólo tomamos a los individuos no indígenas, este grupo de inmigrantes representaría el 51.6% en 1855 o el 21.7% en 1836. Podemos ver entonces que la aportación demográfica de la Colonia militar fue importante para la segunda mitad del siglo XIX, en cuanto a colonos.

De los 192 miembros de la Colonia militar en junio de 1851, el 38.5% (74 individuos) eran indígenas mexicanos; cinco extranjeros (2.6%); cinco gentiles sin nacionalidad (2.6%), y el restante 43.7% (108 individuos) eran ciudadanos mexicanos. En la generalización de la ciudadanía mexicana se percibe el espíritu liberal de la homogeneización como camino a la creación de la nación mexicana, aunque sorprende el hecho que los indígenas estén aparte de los otros miembros de la Colonia militar en el padrón, pero sobre todo que ante la familia del indio gentil Cuilá, el sargento responsable del registro los catalogó sin nacionalidad y sin religión.

En la Colonia militar tenemos familias nucleares, como la del sargento Anastasio Ramírez con su esposa Marcela Romero, y sus tres hijos, Telésforo, José María y José de la Cruz, o compuestas, como la del teniente Antonio Chávez, su esposa Saturnina Muñoz y su hijo Luis, con la compañía de doña Dolores Hurtado (viuda de 50 años) y el soltero de 23 años Rafael Rodríguez (Castro, 1851:157–163).

Pero, ¿qué pasó con esta población en los años siguientes? En 1861 sólo contamos con 184 habitantes no indígenas en La Frontera, cantidad menor a los 192 miembros de la Colonia militar en 1851. ¿Qué ocurrió en esa década? Lo que tenemos es un periodo de inestabilidad política y ausencia de autoridad en la región, motivando una situación de inseguridad para los frontereños, siendo los primeros en emigrar los recién llegados y según se acrecentó la crisis interna, también emigraron las familias de rancheros postmisionales.

A finales de 1851 tenemos el enfrentamiento entre Antonio Chávez y Francisco del Castillo Negrete, este último apoyado por el destacado ranchero frontereño José Luciano Espinosa de Santo Domingo. Durante 1852 se dio la transferencia de la autoridad entre Manuel Castro y Castillo Negrete, pero todo indica que éste no logró consolidar a la Colonia militar, ya que ante la invasión de William Walker en noviembre de 1853, que se prolongó hasta inicios de 1854, no pudo encabezar la resistencia. Para 1856 la situación se fue tornando cada vez más violenta hasta el enfrentamiento entre Feliciano Ruiz de Esparza y José Matías Moreno en 1860–1861, obligando a las familias a emigrar hacia la seguridad de San Diego, por ejemplo:

Esas dos infelices familias así abandonadas no podían pensar en volver a sus hogares, dado que no había nada que comer; se vieron pues en la necesidad de proseguir su camino a pie para recorrer las cuarenta leguas que les faltaban para llegar a San Diego, sin provisión alguna, pero esperaban encontrar algunos mariscos en la orilla del mar, y no se equivocaron (Alric, 1995:110).

Como bien señala el padre Henry Alric en sus memorias, "la población emigra constantemente hacia regiones más favorecidas" (1995:82), ya que además de la inestabilidad provocada por el enfrentamiento entre el grupo de rancheros y el de los colonos (ambos dedicados a las mismas actividades económicas), se agregó un ingrediente muy complejo: las milicias indígenas. Toda esta situación llevó a una emigración de los frontereños, de ambos bandos, hacia San Diego temerosos de sus vidas y haciendas.

A partir de marzo de 1861, José Matías Moreno tomó posesión como subjefe político del Partido Norte, iniciando un periodo de estabilidad en la región y una cada vez mayor presencia de la autoridad peninsular y nacional en La Frontera. En este momento se inicia un nuevo devenir demográfico y un cambio en la dinámica histórica, sobre todo a partir de 1870, centrado en la minería, o como señala Hilarie J. Heath:

[...] más que huella, la minería fue uno de dos móviles en el poblamiento de la región. Nunca produjo grandes fortunas, pero con el hallazgo de oro en el valle de San Rafael en 1870, empezaron a conjugarse una serie de factores que vendrían a transformar el hasta entonces lento curso de la historia: llegó gente; se establecieron núcleos de población –algunos crecieron y otros fueron efímeros–; se desarrolló el comercio y, posteriormente, nació el puerto de Ensenada (1998:25).

El devenir demográfico, a partir de 1870, empezó a tener un cariz diferente mucho más relacionado con las zonas urbanas y actividades económicas con fuerte influencia de la expansión capitalista del suroeste estadounidense, pero sobre todo del sur californiano. Con la llegada de los mineros y gambusinos, también aparecieron los comerciantes ambulantes, los prestadores de servicios, intermediarios y una inmigración más cosmopolita que la decimonónica centrada en los peninsulares y en los de Sinaloa y Sonora, que buscó establecer poblados modernos como Real de Castillo y El Álamo, y ya no misiones, presidios o colonias militares. Así fueron apareciendo las inmigraciones de asiáticos:

En 1878 Carlos Woolrich, dueño de la mina de cobre de San Fernando, en el distrito de la ex misión de San Fernando Velicatá, contrató a catorce chinos para abrir un camino carretero desde la mina hasta la costa. No era la primera noticia con respecto a la presencia de chinos en el norte de Baja California, pero sí, la primera vez que su presencia despertó controversia (Heath, 2002:267).

Por último, es de señalar que la nueva matriz fundacional, la del siglo XX, se desarrolló sobre la incipiente y débil colonización decimonónica frontereña pero cambiando su tendencia agro–rural y de tintes culturales hispano–mexicanos a una urbano–industrial bajo la influencia estadounidense, pero la otra dejó algunas huellas en la historia y el paisaje bajacaliforniano. Tal vez poco estudiada, pero continúa mostrando que la comprensión de los largos procesos históricos y demográficos se requiere hacer con una visión de que la "solución no reside en la recitación del pasado, sino en la integración del pasado" (Chaunu, 1987:417).


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