e-ISSN 2395-9134
ArtículosEstudios Fronterizos, vol. 23, 2022, e110

https://doi.org/10.21670/ref.2226110


Primeros años de un poblado fronterizo: microrrevisionismo de Mexicali y su estabilidad espacial e institucional, 1903-1915

Early years of a border town: a micro-revisionism of Mexicali and his spatial and institutional stability, 1903-1915

Víctor Manuel Gruel Sándeza * https://orcid.org/0000-0002-1131-1811

a Universidad Autónoma de Baja California, Instituto de Investigaciones Históricas, Tijuana, México, correo electrónico: victor.gruel@uabc.edu.mx

* Autor para correspondencia: Víctor Manuel Gruel Sández. Correo electrónico: victor.gruel@uabc.edu.mx


Recibido el 30 de agosto de 2021.
Aceptado el 30 de noviembre de 2022.
Publicado el 12 de diciembre de 2022.


CÓMO CITAR: Gruel Sández, V. M. (2022). Primeros años de un poblado fronterizo: microrrevisionismo de Mexicali y su estabilidad espacial e institucional, 1903-1915 [Early years of a border town: a micro-revisionism of Mexicali and his spatial and institutional stability, 1903-1915] . Estudios Fronterizos, 23, e110. https://doi.org/10.21670/ref.2226110

Resumen:
El artículo tiene por propósito revisar la historia del surgimiento de Mexicali a partir de evidencia no contemplada por explicaciones convencionales. Se analizaron sus primeros 12 años de existencia, entre 1903 y 1915, para establecer un revisionismo en escala microscópica y así observar de qué manera rebeliones y continuos atentados criminales jamás rompieron la estabilidad del poblado, en el sentido de mantenerse un equilibrio entre la propiedad privada y la soberanía nacional. Con base en perspectivas teórico-metodológicas de tipo microhistóricas, neoinstitucionales y de la formación cotidiana del Estado, se revisaron las principales obras de infraestructura hidráulica y de transportes que transformaron irreversiblemente la región, así como también se explica el fortalecimiento de las autoridades militares en plena revolución mexicana. En conclusión, las áreas fronterizas constituyen espacios idóneos para observar procesos nacionales.
Palabras clave: poblados fronterizos, revolución mexicana, autoridades locales, prostitución, ferrocarriles.


Abstract:
The purpose of the article is to review the history of the emergence of Mexicali from evidence not contemplated by conventional explanations. According to this, its first 12 years of existence (between 1903 and 1915) were analyzed to establish a revisionism on a microscopic scale and thus observe how rebellions and continuous criminal attacks never broke the stability of the town, in the sense of maintaining a balance between private property and national sovereignty. Based on theoretical-methodological perspectives of microhistory, new institutionalism and the everyday forms of state formation, were also reviewed the main hydraulic and transport infrastructure works that irreversibly transformed the region are also reviewed, as well as the strengthening of the military authorities in the midst of the Mexican revolution. To conclude, border areas are ideal spaces for observing national processes.
Keywords: border towns, Mexican revolution, local authorities, prostitution, railroads.


Introducción

Antonio Padilla y David Piñera, dos pioneros de la investigación histórica en Baja California reflexionaron sobre algo significativo para este artículo: “Mexicali surgió como consecuencia de un impulso económico iniciado antes de 1903 [fecha que definió la fundación de la ciudad actual] y manifestado físicamente, en las sucesivas subdivisiones del suelo (…)” (Padilla Corona & Piñera Ramírez, 1991, p. 149).1 Para el momento en que Mexicali y su valle comenzaron a desarrollarse, la línea imaginaria entre México y Estados Unidos era una realidad bien establecida. Algunos de los primeros emprendedores y habitantes del caserío mantuvieron la estabilidad de la línea divisoria entre ambos países muy a pesar de la porosidad y carácter prematuro de las instituciones que gradualmente fueron estableciéndose. Más allá de la cuestión acerca de cómo los poblados fronterizos adquirieron forma, en este texto se opta por evidenciar su entramado jurisdiccional, por ejemplo, a partir de una petición del jefe político del Distrito Norte de la Baja California, de los primeros meses de 1912, con el propósito de determinar una identificación correcta del área bajo su mando, el coronel Manuel Gordillo Escudero presentó un informe para las autoridades de ambos países con la intención de que el territorio mexicano limítrofe al Valle Imperial (en California) fuera reconocido por su propio nombre y nomenclatura: ya no debía llamarse “Valle Imperial Mexicano” (Gordillo, 1912a, pp. 11-12).

La carta enviada por Gordillo Escudero en junio de 1912 al secretario de Gobernación, Jesús Flores Magón, constituye un sentido aquí postulado como otra acta de nacimiento de la ciudad y del valle agrícola homónimo (distinta a 1903). En el fondo, la solicitud de Gordillo Escudero consistió en el reconocimiento de un nuevo tipo de localidad en la república mexicana, una que implicaba abierta y originalmente la influencia extranjera, en este caso estadounidense. El caserío y el valle llevarían el nombre de Mexicali, “pues si bien es cierto que [este último] geográficamente no forma en su totalidad [un] valle”, de manera práctica y sencilla la denominación podía ajustarse a ese accidente geográfico (Gordillo, 1912b, pp. 26-27). En cierto sentido, el área en cuestión se encontraba tan alejada del altiplano ─en concreto, del valle de Anáhuac─, que no importaba una imprecisión semejante. De hecho, lo que preocupaba a Gordillo Escudero era que, en algún punto del futuro, el caserío habría de requerir un registro catastral, de tal manera que hizo un llamado al orden, sobre todo pensando en el entendimiento de las autoridades federales: por ello, nombró a la subsección municipal con la denominación de su localidad cabecera, el caserío terminó designando a un valle agrícola y a un futuro municipio. De cualquier modo, la toponimia Mexicali surgió del acrónimo (México + California), es decir, de los entrecruces históricos de ambos países (Verdugo, 2014, pp. 34-35).

La propuesta teórica y metodológica del presente artículo incumbe a un tipo de observación condicionada a partir de su dimensión y escala. El uso del término microrrevisionismo implica, desde luego, un tipo de análisis regional y, por supuesto, de carácter microhistórico. Como tal, han sido los historiadores italianos quiénes han fundamentado mayormente dicha opción de método histórico que, como instrumento científico interesado en la producción de un discurso verdadero acerca del pasado, resulta más cercano a la antropología. Sin embargo, no deja de buscar fuentes que renueven consabidos objetos de estudio que no contemplan a priori una escala de observación. “El uso del micro-análisis debe comprenderse”, anotó Jacques Revel (2015), “como la expresión de una toma de distancia respecto del modelo comúnmente aceptado” de ciertos hechos históricos (Revel, 2015, p. 24). La primera ocasión en que se empleó el concepto microrrevisionismo fue en 2009 por el escritor Giampaolo Pansa y lo utilizó para reinterpretar la militancia comunista durante la Italia de Mussolini (Tabet, 2015, p. 218).

Acerca del periodo aquí contemplado debe mencionarse que, aunque el cuerpo del texto se haya limitado a observaciones de los primeros decenios del siglo XX, la revisión del contexto desborda una exploración cronológica y monotemática, bajo el supuesto de observar las formas en que las regulaciones políticas y económicas lograron darse en un contexto periférico en plena transformación del Estado nación. Al respecto, esta propuesta se adhiere a una manera particular de interpretar dicho problema político: desde un estudio clásico de sociología histórica marxista, el Estado es visto como realidad enmascarada, en el sentido de que determinados actores encubren intereses económicos (Abrams, 1988). Por lo mismo y viendo a la entidad estatal como una práctica más que como un aparato ideológico, se retoma la discusión histórica-económica de Douglass C. North que concibe funciones “formales e informales” como la puesta cotidiana de las instituciones políticas (1990, p. 4).

El artículo se encuentra integrado por seis secciones: dedicadas a los jefes políticos Celso Vega (1903-1911) y Esteban Cantú (1915-1920) están en la primera y la última, respectivamente, bajo la premisa de que eran las autoridades formales del Distrito Norte, cuyo control militar tuvo algunas fisuras exploradas en la quinta sección relativa a la corrupción local ligada a la prostitución. Las secciones segunda, tercera y cuarta, relativas a las instituciones judiciales, ranchos extranjeros y obras ferroviarias, consisten en una exploración ligada a los tópicos selectos del neoinstitucionalismo lo que ofrece así un carácter novedoso en esta perspectiva micro.

Las seis secciones se encuentran organizadas a partir de su propia cronología, pero siempre ligadas al espacio regional aquí estudiado, que, en seguimiento a las premisas de la microhistoria, el análisis neoinstitucional y cotidiano del Estado, buscan “constituir la pluralidad de los contextos que son necesarios para la comprensión de los comportamientos observados” (Revel, 2015, p. 32), en este caso particular, de las instituciones federales de gobierno, de agencias consulares y autoridades de Estados Unidos que se vieron involucradas en el desenvolvimiento del poblado fronterizo.

Normalmente, la investigación histórica consiste en revisar un gran número de expedientes, algunos de ellos mejor clasificados que otros. Así, desde la fecha de producción de los documentos ahí contenidos hasta su etiquetado como parte del soporte archivístico, habrá datos contenidos en el expediente que tendrán por característica pasar desapercibidos (en caso de que las etiquetas no sean llamativas). La mayoría de fuentes históricas de este artículo provienen de las fotocopias del Fondo Gobernación del Archivo General de la Nación disponibles en la Universidad Autónoma de Baja California; dicho repositorio documental “es principalmente de índole político”, sobre todo, en lo relativo a “problemas locales” (Grijalva & Calvillo, 1998, p. 122). Debido a lo minúsculo e insignificante de los sucesos descritos en su clasificación documental, las fuentes aquí empleadas fueron ignoradas por investigadores y cronistas como Walther (1991), Verdugo (2014), Sánchez Ogás (2015), Samaniego (2008) o Schantz (2011).

La razón por la que se narra la emergencia de Mexicali como un caso de microrrevisionismo es para entender la adscripción ulterior del poblado y el valle agrícola homónimo al Estado mexicano, en el sentido de que sus instituciones incipientes reflejaron ese juego de intereses fronterizos. La historia aquí contenida contempla una transición entre el régimen de Porfirio Díaz y la revolución mexicana, lo cual enriquece el análisis con miras a describir cierta estabilidad de las instituciones políticas.


Celso Vega: orden y progreso

El despliegue en el delta del Colorado de los derechos de propiedad y de las inversiones hidráulicas se manifestó, en un comienzo, con cierta inmaterialidad. Desde el mes de mayo de 1903, la Compañía de Irrigación y Terrenos de la Baja California (CITBC) admitió, a pesar de que sus inversionistas no residieron en México, su responsabilidad en los cambios radicales en el espacio fronterizo. Para empezar, la CITBC obstruyó el camino de terracería entre el valle agrícola y el caserío de Mexicali (Vizcarra, 1903). Las obras de canalización e irrigación de dicha compañía causaron estragos en los pequeños asentamientos y, a pesar de que contaban con la autorización presidencial, el juez de paz Manuel Vizcarra sintió que las obras beneficiaban exclusivamente a Estados Unidos. La intervención de uno de los viejos cauces del río Colorado, con tal de conducir las aguas arriba del territorio mexicano en dirección al Valle Imperial, fue un hecho controversial (Vizcarra, 1903). Aunque entre los individuos directamente perjudicados estaban los grupos indígenas, para las autoridades del Distrito Norte de la Baja California el problema radicó en la multiplicidad de aventureros y emprendedores de ambos lados de la frontera (Castillo-Muñoz, 2017, pp. 24-30).

Un individuo que personificó la política de orden y progreso del porfiriato fue el coronel Celso Vega (1904a, pp. 1-3), cuyo plan para el caserío de Mexicali era adquirir un sitio en el cual construir un primer edificio de gobierno, sin preocuparse por la presencia de los indígenas nativos, más bien estaba interesado en que la CITBC otorgarse al gobierno del Distrito Norte algún terreno para materializar la presencia de las autoridades mexicanas en el delta del Colorado. Del contexto anterior, lo único que no contemplaron los periodistas e historiadores que decidieron en 1968 la fecha de nacimiento de Mexicali fue la precisión mediante la cual Celso Vega definió los puntos a partir de los cuales surgiría Mexicali. Los habitantes y empleados del gobierno federal debían fincar sus lotes 300 metros por debajo de la línea divisoria (Vega, 1904b, p. 4). ¿Para qué quería ese espacio? Como se verá a continuación, el intersticio de 300 metros creado por Vega cumpliría varias funciones, principalmente, marcar los linderos y materializar a dos naciones cuyos poderes y capitales económicos se encontraban literalmente muy lejos.

En aquel entonces, Mexicali no era la localidad más poblada del Distrito Norte (Samaniego, 2008, pp. 75-81). El mismo Vega (1903) informó a las autoridades en Ciudad de México que en el caserío habitaban 550 personas. La minería y otras actividades económicas que gravitaban alrededor del puerto de Ensenada concentraron el universo de habitantes y población trabajadora. Con una población distrital poco menor a 2 000 personas, las noticias se esparcían rápidamente: lo único que las retrasaban eran las distancias, entre asentamientos desperdigados. Desde luego que hubo ciertos temas que circularon más rápido que otros, por ejemplo, la extradición de algún reo mexicano de Estados Unidos al Distrito Norte era un asunto retomado por la prensa local y las conversaciones casuales (Andrade, 1905), pero, sin duda, el hecho de que ciudadanos estadounidenses introdujeran armas de fuego a territorio mexicano, incluso para practicar la cacería deportiva, reflejó las tensiones imperantes.2 Celso Vega resolvió la controversia a favor de los cazadores en el sentido de que pudieran disparar sus armas únicamente en sus propiedades ─ni cerca o dentro del caserío─. El contexto no demandaba que alguien hiciera ostento de su poder político, pues, a menudo, los arreglos informales entre las instancias bastaban (Mariscal, 1905, pp. 1-3).

En realidad, el espacio de 300 metros debajo de la línea fronteriza que el jefe político Celso Vega instrumentó respondía a una política mucho más vieja y compleja. En una carta enviada a la Secretaría de Gobernación en agosto de 1907, Vega refirió que la solicitud del secretario Ramón Corral se había llevado a cabo. La intención de Corral era homogeneizar el grosor y nomenclatura de las calles aledañas a la línea divisoria, desde Chihuahua hasta Baja California, pasando por los poblados de Sonora. Al seguir las mojoneras que delinean y definen el contorno de la línea fronteriza, establecidas durante el último tercio del siglo XIX por el topógrafo y astrónomo Joaquín Blanco (véase Morrissey, 2018, pp. 42-43), Corral y Vega trabajaron en darle uniformidad a los linderos de la patria. La disposición espacial de Nogales era un perfecto ejemplo de lo que deseaba el gobierno federal (Corral, 1907b).

Sin embargo, Mexicali no era gemela de Caléxico tal y cómo sí lo eran Laredo-Nuevo Laredo, en la frontera entre Texas y Tamaulipas, o ambas Nogales, en la de Sonora-Arizona. En principio, el área que importaba era ese espacio común dedicado a la agricultura y ganadería que, como se vio en la introducción, algunos llamaban Valle Imperial y, por otro lado, Valle Imperial Mexicano. Las actividades comerciales eran casi inexistentes en ese primer punto. Es más, la tierra aún carecía de un sistema de precios, pues solamente valían aquellos predios mediante los cuales el agua del Colorado fluía en dirección a Estados Unidos. Como un recordatorio de las inundaciones de 1905 y 1906, el anegamiento de la oficina de la aduana en abril de 1910 fue la oportunidad para señalar la culpabilidad de los ingenieros y empleados de la California Development Company (la firma estadounidense detrás de la CITBC) que con base en el ensayo a prueba y error manipulaban el flujo del agua en canales, bocatomas, drenes, etcétera, como parte de la formación del distrito de riego del Valle Imperial. De cualquier manera, para los ojos de los mexicanos que vivían en el límite con Estados Unidos, aquello fue un acto negligente (Vega, 1910a, pp. 5-6). Un estudio clásico de historia urbana de Mexicali enfatizó la presencia de ambas compañías de riego como origen del poblado (Padilla Corona, 1998, pp. 209-256).

El establecimiento de la Colorado River Land Company (en adelante, CRLC) significó el arribo de infinidad de capitalistas e inversionistas que especularon con el valor de la tierra aún no irrigada, todo con el propósito de beneficiar al Valle Imperial y al sur de California (Samaniego López, 2015). En una carta enviada en marzo de 1907 por el representante de la CRLC, Ismael Pizarro, al secretario Corral, se estableció que los caminos que anteriormente fueron utilizados por la maquinaria para la construcción de obras de riego permitieron la intromisión de invasores de terrenos. La posición de la compañía estadounidense, aunque con registro mexicano, era cercar sus propiedades (Pizarro, 1907, pp. 4-7).

Los procesos antes descritos jamás se habían visto en el delta del Colorado, por lo que era natural que se generaran varios niveles de controversia en el gobierno del Distrito Norte. La respuesta de Corral fue demarcar al gobierno federal y consignar el asunto a las fuerzas del orden local. Por lo mismo, el secretario “no estima[ba] que sea de sus atribuciones revisar los actos de la autoridad a que se alude y se abstiene, por lo tanto, de tomar conocimiento del asunto” (Corral, 1907a, pp. 7-8). Al respecto, parecería que Celso Vega estaba obsesionado con asegurar, únicamente, el mantenimiento de la franja de 300 metros entre el poblado y la línea divisoria. ¿Qué más podía hacer una autoridad con poderes limitados?

Más allá del tema de la tierra y el agua, el otro recurso que fue objeto de un intento de regulación e intervención gubernamental fue el contingente humano de hombres y mujeres que hicieron de la frontera su espacio vital, especialmente aquellos originarios del continente asiático, con o sin vínculos económicos en Los Ángeles o San Francisco, California (Duncan, 1994, pp. 630-634; Kim, 2019, p. 162). Más que hablar de la comunidad china, o más bien china-estadounidense para el caso, como la pionera de Mexicali, se destaca su emprendimiento comercial (en los entornos urbanos) o agrícola (en la ruralidad del valle) (Sánchez Ogás, 2021). Las regiones fronterizas definieron, sobre todo en los años decisivos de su formación, roles específicos para ambos géneros: en una distribución sexual del trabajo muy simple, ferrocarriles e irrigación para los hombres, prostitución para las mujeres. Bajo el riesgo de sonar dicotómico, dicha distribución no correspondió a todos los actores y fuerzas económicas, lo cual refleja la porosidad y tolerancia fronteriza. Pero tampoco este artículo se trata de una historia del trabajo, sencillamente, en las secciones restantes se intentará ejemplificar cómo la gente ordinaria sin ninguna función, cargo público o capital para invertir en ganadería, agricultura o infraestructura de transportes, sobrevivió los primeros años de Mexicali.

A pesar de contar con una identidad específica, no había mucha claridad administrativa de las funciones del gobierno local, pero la frontera internacional, por el contrario, era una clara realidad económica y espacial. En junio de 1908, Cristino Fonseca invadió tierras de la CITBC y por estas acciones se generaron problemas jurisdiccionales entre la subprefectura y el Juzgado de Primera Instancia. A pesar de que el subprefecto de Mexicali respaldó a Fonseca, el juez no lo hizo. Entonces, el coronel Vega tuvo que mediar entre desacuerdos (Vega, 1908). Algunos años después, Fonseca se convirtió en un importante ranchero y ganadero cuyos problemas con las autoridades locales fueron cosa del pasado. La pregunta es ¿cómo el juzgado adquirió tan rápidamente una posición tan relevante en tan poco tiempo? Sin duda, los procesos económicos precipitaron tales cambios.


El Juzgado de Primera Instancia

Mexicali se convirtió en la capital del Distrito Norte de la Baja California por muchas razones. Algunos autores definieron que la decisión de realizar en 1915 el cambio de Ensenada a Mexicali se debió a la clarividencia del coronel Esteban Cantú. Otros lo explicaron como parte de las pugnas internas dentro de la municipalidad de Ensenada, pero como se verá en las siguientes líneas, hubo un campo de acción problemático que aceleró el cambio de la capital del puerto ensenadense al poblado fronterizo. En el mes de mayo de 1908, el periódico Calexico Chronicle (“May remove capital to Mexicali”, 1908) publicó una nota acerca de la inminente remoción de la capital. La fuente que citó el periódico fue otro de mayor circulación y prestigio: Los Angeles Times, órgano editorial que informó de los intereses detrás de dicho movimiento. De ser posible alguna interpretación geopolítica que se pudiera enfatizar sería el hecho de que la CRLC era una combinación de intereses capitalistas de California que utilizaron las instituciones mexicanas para escoger el mejor lugar y así establecer la sede de gobierno (Ruiz Muñoz, 2017, p. 71). Más allá de los vínculos empresariales entre Harrison Gray Otis y Harry Chandler con Los Angeles Times y la CRLC, hubo una serie de medianos y pequeños empresarios que se establecieron en el área dominada por Otis y Chandler. A menudo esos emprendedores mencionaban lo costoso que les resultaba trasladarse de Valle Imperial hasta a Ensenada para atender procedimientos legales. Calexico Chronicle reportó lo siguiente:

Muchos problemas podrían evitarse […] Las autoridades mexicanas no se inclinan a favor del proyecto [de mover la capital a Mexicali], sin embargo, se ha dicho, que debido a los costos adicionales que el movimiento implicaría, muy pronto la Inter-California Railroad Company y la California Mexico Land and Cattle Company le ofrecerán al gobierno de Baja California pagar conjuntamente todos los déficits en los gastos del tribunal, después de que los derechos y multas [vigentes] hayan sido cobradas, si el Juzgado de Primera Instancia se establece en Mexicali. (“May remove capital to Mexicali”, 1908)

Otros de los promotores del juzgado fueron los agentes diplomáticos y consulares mexicanos en California. Por lo tanto, no es de sorprenderse que la propuesta de mover la capital del Distrito Norte estuviese apegada a la legislación nacional. Gracias a la consulta de una carta del secretario de Justicia a Celso Vega, se supo que la propuesta no fue rechazada y que, incluso, Porfirio Díaz avaló la creación del juzgado. Sin embargo, para otoño de 1908 resultó obvio que el gobierno del Distrito Norte no ejercería ningún control sobre la corte pues la federación tomó en sus manos la operación de esta. Luego de la creación oficial del Juzgado de Primera Instancia, el Calexico Chronicle difundió la noticia. Se ignora cuál fue la fuente periodística acerca de lo ocurrido en la oficina de Porfirio Díaz, o si de plano fue un acto de imaginación, pero el periódico mencionó que el primer mandatorio preguntó dónde era Mexicali. “La situación fue aclarada al presidente Díaz al mostrarle varios mapas, este accedió favorablemente a la petición [de Justino Fernández Mondoño] e inmediatamente se tomaron acciones” (“Court of First Instance”, 1908).

El periódico exageró y editorializó las implicaciones de la apertura del juzgado mencionando que “ciudadanos mexicanos de este lado de la línea y los [estadounidenses] en Mexicali se encuentran en condiciones de igualdad” (“Court of First Instance”, 1908), lo cual no era cierto. Pero tampoco se está tratando de señalar que el nuevo juzgado serviría para defender los derechos de propiedad en el delta del Colorado. Los eventos subsiguientes probarán la utilidad de dicha institución judicial en el mantenimiento del orden público en Mexicali. A pesar del hecho de que la línea imaginaria entre los dos países fue una realidad objetiva, ello no previno actos de violencia. El año de 1911 es el ejemplo más contundente de cómo la situación del Distrito Norte cedió también a los episodios bélicos que pronto ocurrirían en el resto del país. En los meses posteriores a la creación del Juzgado de Primera Instancia ocurrieron algunos incidentes que reflejaron la idea de lo que, en cierto modo, sería confirmado por la intervención armada de 1911: Mexicali era refugio de fugitivos.

El 3 de noviembre de 1909 un agente policiaco de Caléxico disparó su arma en numerosas ocasiones en contra de René Grivel, un individuo de nacionalidad francesa que residía en Mexicali y que se vio involucrado en la falsificación de billetes de dólar estadounidense en Caléxico. Mientras ocurría la persecución y tiroteo algunos vecinos de Mexicali miraron lo ocurrido, incluido el escondite de Grivel dentro del caserío. Las tropas nacionales que observaron la conmoción lo informaron al jefe político Vega en Ensenada y a la subprefectura mexicalense (Vega, 1909). Para el primer cuatrienio de 1910, el asuntó llegó a Los Ángeles y Ciudad de México pues algunos individuos comenzaron a cruzar la línea imaginaria para eludir la responsabilidad criminal en México o Estado Unidos. Harrison Gray Otis, quien era el principal inversionista de la CRLC y Otis B. Tout (1931), este último editor del Calexico Chronicle, opinaron en un sentido muy negativo acerca del Distrito Norte en algunos de los artículos que pronto fueron leídos como un posible intento de anexión de la península. Ello condujo al cónsul Enrique de la Sierra a desmentir tales suposiciones. De la Sierra (1910, pp. 3-6), quien desempeñó un importante rol en la pacificación de la región luego de la intervención armada de magonistas, liberales radicales, anarquistas y sindicalistas en 1911,3 negó que Otis y Tout quisieran anexar la península.

Algunas de las explicaciones acerca de la prostitución en el Distrito Norte (se revisarán algunas de ellas) sugieren que el orden dado ahí por el gobierno federal toleró mayor corrupción de lo que se solía creer. Resulta muy curioso que después de la intervención militar de 1911 aumentara el número de casos de autoridades federales involucradas en asuntos legales. El Juzgado de Primera Instancia formó parte de dicha tendencia. Un ejemplo de lo anterior es la destitución del juez Trinidad Meza y Salinas en febrero de 1914. Tal y cómo su sustituto escribió, Trinidad había “sido procesado en Caléxico por el indignante delito [de lenocinio]” (Vázquez, 1914b, p. 4). ¿Quién fue la víctima? No se sabe, pero se puede especular. Uno de los casos más famosos de la década fue el de Javier Velasco, un inspector de la oficina de inmigración que tomaba provecho de la legislación de extranjeros para encarcelar prostitutas basándose en legislación de 1918. Antes de ingresar a la cárcel, Velasco solía tener sexo gratuito con las prostitutas. Cuando fue interrogado sobre dicha situación, mencionó a un amplio número de figuras de autoridad involucradas en la explotación sexual (Ruiz Muñoz, 2017, pp. 129-142).

La indignación en contra de las prostitutas fue un efecto de la fortaleza institucional de la vida fronteriza que fomentó que los representantes del gobierno revolucionario obtuvieran ganancias adicionales a sus puestos en el servicio público. Sin embargo, si tal situación fue sencilla de realizar para personas con títulos de abogados y conexiones en Ciudad de México, para los trabajadores mexicanos era verdaderamente difícil obtener empleo. No todas las rancherías del valle empleaban a mano de obra nacional, debido a que algunos empresarios se abastecían previamente de sus propios asalariados. En la siguiente sección, se retrocederá en el tiempo, nuevamente, al momento en que el delta del Colorado adquirió la forma de un valle agrícola. Dichos cambios logran explicarse por la presencia de los primeros ferrocarriles en la región. He ahí uno de los factores, junto a la agricultura algodonera, que mayores cambios produjo en Estados Unidos y que el análisis neoinstitucional ha identificado (North, 1990, p. 25).


La compañía del ferrocarril Inter-Californias

La construcción de las vías ferroviarias del Inter-Californias representó una intervención geográfica irreversible del delta del Colorado. Esta conclusión tomó varios años de investigaciones a dos historiadores que escribieron en la intersección de estudios globales e historia regional: Álvarez de la Torre (2014) y Santiago (2011). En el momento en que el primer durmiente fue instalado en el área ahora identificada como Mexicali, los ingenieros y trabajadores tuvieron un único objetivo en mente: que el ferrocarril fuera “la línea que nos llevará a Yuma”, en el sentido de que el propio territorio mexicano fue concebido como un espacio en blanco abierto a todas las posibilidades (Gordillo, 2011, pp. 122-123). En uno de sus informes más famosos, el coronel Manuel Gordillo no supo exactamente cuáles fueron los arreglos económicos entre los empresarios estadounidenses para proyectar la salida del Inter-Californias desde Mexicali hasta llegar a Los Algodones. Tenía claro que de algún modo u otro la Southern Pacific Railroad Company estuvo involucrada en el proyecto, pero aun así sospechaba que el señor Guillermo Andrade estuvo íntimamente ligado al nuevo medio de transportación (Gordillo, 2011, p. 138). A diferencia de las obras hidráulicas del CITBC, el Inter-Californias fue una especie de proyectil que posibilitó la movilidad y el establecimiento de capitales en la región. Resulta entendible dicho desconocimiento de Gordillo pues solamente hasta fechas recientes se supo que la California Development Company había comprado algunas acciones del Inter-Californias (Samaniego, 2015, p. 63).

Durante el primer trimestre de 1905, el Calexico Chronicle esparció rumores de que la construcción del ferrocarril supondría la anexión del Distrito Norte a Estados Unidos. Con esta clase de representaciones e ideas circulando entre las autoridades de Ciudad de México y Los Ángeles resulta natural que interpretaran en toda su drasticidad los acontecimientos de 1911. Sin embargo, las labores realizadas por los contratistas Shattuck y Desmond fueron, en cierto sentido, un ejemplo de la estabilidad de las identidades nacionales en dos sentidos: tan pronto como la maquinaria de la empresa fue introducida a México, los cónsules mexicanos en Mexicali y Caléxico se aseguraron de que los ciudadanos estadounidenses que cruzaban fuesen realmente empleados de la obra ferroviaria. De haberse infiltrado algún trabajador de origen asiático la reacción consular habría sido de alarma, aunque al poco tiempo algunos chinos de origen estadounidense y con recursos para invertir comenzaron a participar en la agricultura (Duncan, 1994). Lo que supondría motivo de alegría y gratitud debido a la modernidad representada por los ferrocarriles pronto, muy pronto, se convertiría en amenaza. Esto se refleja en la carta de enero de 1905 que el vicecónsul escribió al secretario de Relaciones Exteriores:

Mexicali cuenta con muy escasa policía y medios de prevenir incidentes enojosos que con frecuencia tienen lugar entre la masa de operarios, creo prudente […] proveerse de los indispensables medios de seguridad a dicha población y así poder resguardarnos de los pretextos que buscan nuestros vecinos aprovecharse. (Montes, 1905, p. 5)

En Mexicali no hubo desorden hasta 1911. Se sabe, gracias a los informes del coronel Celso Vega, que desde 1909 el ferrocarril comenzó a funcionar. Con poco menos de 86 kilómetros de vías que se internaban por el novísimo valle y empleando a 18 operadores estadounidenses que manejaban la maquinaria y 16 trabajadores, entre obreros, guardavías, cargadores y toda clase de peones, de origen mexicano, la compañía comenzó a ofrecer el servicio de carga y pasaje. Un promedio mensual de 245 pasajeros terminaba su recorrido desde Caléxico hasta diversos puntos de lo que pronto comenzó a conocerse como valle de Mexicali. La introducción del ferrocarril favoreció a la rebelión que estuvo integrada por un grupo de indios yumanos, magonistas e internacionalistas que encontraron todo panorama de actividades sociales y económicas, en enero de 1911 tomaron las aduanas de Los Algodones y Mexicali (Vega, 1910b; Samaniego López, 2006, p. 71).

El Distrito Norte era un sitio aislado, pero existía cierta complejidad política vinculada a las tradiciones liberales y nacionalistas. Solamente contemplando este punto de vista es correcto decir que el valle de Mexicali existió como una conexión terrestre entre México y Estados Unidos y, con motivo de que la frontera era una realidad estable, la gente la cruzaba con el propósito de ponerse a salvo o introducirse en ambientes riesgosos: tal fue el caso de Pandurang Khankhoje, un intelectual de izquierda de la India que viajó hasta el Distrito Norte en búsqueda de “revolución” (Kent, 2020, p. 388). Con dicha idea en mente, los habitantes del Valle Imperial u otros del condado solían mirar la rebelión desde los puntos más cercanos a la línea divisoria.

La pacificación del Distrito Norte fue un proceso muy breve pero jamás dejó de exhibir su carácter de espectáculo en sí. Los episodios más violentos de la revolución mexicana ocurrieron lejos de Baja California, pero después de la rebelión de 1911 circularon entre tres y cuatro jefes políticos con el propósito de controlar la región. Esto último solamente ocurrió hasta que Esteban Cantú asumió el poder regional de 1915 a1920, por lo que, en ese sentido, el legado del gobierno de Celso Vega fue establecer las obras de infraestructura prístinas del siglo XX. Sin embargo, en años recientes mucha de la nueva historiografía estableció que su función, en realidad, fue la de implementar el turismo de vicios y de “placeres arriesgados” (Schantz, 2011). La prostitución y especialmente algunos casos de trata de blancas fueron fenómenos que proveen una nueva visión de los primeros años de la existencia de Mexicali. Quizás se debió a la distancia entre el poblado fronterizo y Ensenada, pero en cualquier caso Vega contribuyó a las actividades criminales al estar demasiado lejos y visitarlo muy pocas veces. Su inacción para combatir tales crímenes dio pie, en cierto sentido, a consentirlos.


Dos ranchos estadounidenses

Durante los primeros años de 1911 y como ejemplo de su naturaleza prematura, Mexicali demostró ser un lugar con cierta relevancia nacional e internacional. No es el propósito reflexionar aquí sobre el acontecimiento más controvertido de la historia de Baja California, acerca de sus orígenes faccionarios, motivaciones ideológicas o intenciones de la así llamada rebelión magonista. Suficiente tinta ha sido consumida intentando clarificar un hecho histórico viciado de origen por interpretaciones que obligan a tomar una posición con respecto a un tema trascendental: la revolución mexicana y la influencia de la política liberal y anarquista de los hermanos Flores Magón. Al iniciar sus tácticas por el delta del Colorado y avanzar en dirección a Ensenada y Tijuana en su intento de modificar el panorama del Distrito Norte, en términos de inversiones capitalistas, los eventos de 1911 repercutieron de manera política, en el sentido de que las autoridades en Ciudad de México y Washington tuvieron muy presente una posible anexión peninsular a la Unión Americana.

En la historiografía relativa a 1911 algunas de las figuras centrales orquestaron las diferentes fases de la intervención armada en el Distrito Norte. Dos de ellos, el liberal de Sinaloa José María Leyva y el líder minero canadiense Stanley Williams se disputaron el liderazgo del movimiento, como resultado de las repercusiones antes aludidas y por la importancia que iba adquiriendo simultáneamente Francisco I. Madero.

Se mencionó que aquí no es interés definir el perfil ideológico o la agenda política de los rebeldes ni del ejército federal ─que en poco menos de tres años habría de ser abatido por Álvaro Obregón y el ejército del noroeste─, pues el objetivo microhistórico es explicar el surgimiento de Mexicali y, en ese sentido, los testimonios de los rancheros afectados por la movilización rebelde son una fuente histórica invaluable que indirectamente refiere al proceso de integración rural-urbana en la zona. Por ejemplo, la historiografía en torno a la batalla de La Mesa (que tuvo lugar entre tres y seis kilómetros fuera del caserío de Mexicali durante la primera quincena del mes de abril de 1911) mencionó, sin precisar mayores coordenadas o indicios de localización, cómo los ranchos de Leroy Lee Little y L. E. Sinclair fueron escenario en el que las tropas federales en manos de Miguel Mayol abrieron fuego en contra de 86 hombres que acompañaban a Stanley Williams. La fuente que valida lo anterior es la correspondencia del cónsul Enrique de la Sierra (1910), cuya perspectiva es una de las pocas convenciones historiográficas acerca de los acontecimientos de 1911 en el Distrito Norte (De Fabela, 1966, pp. 195-211).

La historia de cómo los rancheros Little y Sinclair arribaron a Mexicali permite explicar cómo el Valle Imperial, en California, se convirtió en un polo de atracción representado por las tierras recién abiertas a la irrigación. De hecho, ambos rancheros fueron reconocidos de manera muy temprana en los anales de la historia local como parte de los pioneros del éxito económico que tuvo lugar en Caléxico, Heber, Brawley, Calipatria y otras localidades del sur de California.

Proveniente de Arizona, Leroy Lee Little llegó a Caléxico en diciembre de 1902 en busca de un sitio de riego y terminó encontrándolo al cruzar la frontera. Si bien a principios de la década de 1920 el Rancho Little sembró hasta 200 hectáreas de algodón, durante sus primeros años de vida experimentó inundaciones, pérdidas de cosechas de trigo y cebada (Tout, 1931, pp. 79-80). Sin embargo, en vísperas del apaciguamiento federal de la región, nada de esto puede compararse con el malestar que experimentó su propietario tras el encuentro con Stanley Williams y las tropas rebeldes, Little se dirigía a Caléxico cuando el vecino del rancho Sinclair le advirtió del tiroteo que se estaba desarrollando en sus terrenos. Al observar las nubes de polvo y escuchar las explosiones no pensó en nada más que en el peligro que corría su familia. Después de rescatar a sus seres queridos, Little perdió el control de su rancho durante tres meses en los cuales los rebeldes lo ocuparon e instalaron un campamento. Incluso improvisaron un casino con todo y mesa de apuestas.

Sinclair llegó al Valle Imperial en 1908 y en asociación con el agricultor Sidney McHarg adquirió 297 hectáreas de tierra de la CRLC. Al igual que su vecino Little, abandonó su rancho durante la revuelta y solamente al concluir esta volvió a cultivar sus tierras (Tout, 1931, p. 83). Aunque L. E. Sinclair falleció en 1928, algunos de sus hijos continuaron trabajando sus tierras en Valle Imperial y valle de Mexicali, al grado de que, durante el primer periodo presidencial de Franklin D. Roosevelt (1933-1937), la famosa fotógrafa Dorothy Lange registró las parcelas agrícolas de la familia Sinclair en Calipatria como parte de la propaganda del New Deal.

El Distrito Norte logró pacificarse entre los meses de junio y julio de 1911. Algunos de los informes que autoridades consulares hicieron circular acerca de ambos rancheros mencionaron que el vecino de Little, “el señor Sinclair, en efecto, tiene una propiedad a pocas millas al sudoeste de Mexicali y que a mediados de abril se quejó de haber tenido que entregar a los [rebeldes] algunos animales domésticos, un arma y otros objetos” (Vega, 1911).

Nueve años después de la rebelión de 1911, Carlos Osten, un empleado mexicano del rancho Little presentó una queja a las autoridades del Distrito Norte con la intención de que esta llegara a oídos de la Suprema Corte de Justicia de la Nación. Un tronco de madera cayó encima de la pierna de Osten mientras desmontaba algunas de las tierras, en territorio mexicano. Eran terrenos de Little. No se trató de la primera ocasión en que alguno de sus trabajadores sufría algún percance en plena jornada de trabajo, pues, en 1908, uno de ellos cayó muerto tras haber consumido alcohol adulterado en plena faena de desmonte (“More sudden deaths here”, 1908). Doce años después, al recibir negativas a ser compensado, el trabajador afectado explicó la situación de riqueza de Little, el ranchero que lo empleaba, “era el hombre más rico en tierras de la región, además de recibir asistencia de las autoridades como de abogados interesados” (Osten, 1920).

Para la década de 1930 a 1940, toda el área ocupada por ambos ranchos experimentó una transición en sus derechos de propiedad: en enero de 1937, en una acción revolucionaria, conocida como el Asalto a las tierras, agrupaciones agraristas invadieron porciones enteras del latifundio de la Colorado River Land Company, de tal suerte que el presidente Lázaro Cárdenas no tuvo mayor remedio que secundarlas, y asumir que en adelante tendría que aplicar la legislación vigente en materia de expropiaciones y creación de ejidos colectivos, con tales hechos, los arrendamientos de Sinclair y Little pasaron a convertirse en una parte del ejido Orizaba. El presidente Cárdenas “creía que poblando el paisaje rural de Baja California con campesinos resolvería temas urgentes como los de la propiedad extranjera”, y entonces trabajadores agrícolas como Osten pudieron aspirar a los beneficios de la reforma agraria (Castillo-Muñoz, 2017, p. 74). El establecimiento de los ejidos colectivos modificó la geografía del valle de Mexicali tal y cómo anteriormente lo hizo el Inter-Californias. Ninguno de los rebeldes de 1911 sospechó que la expropiación de la CRLC habría de ocurrir casi 30 años después.


Corrupción en la frontera

Uno de los temas que confirma el hecho de que Mexicali fue un lugar en el que la línea imaginaria entre dos países fue una realidad estable es el relativo a las deportaciones. Mientras en otras áreas fronteriza la situación era que los trabajadores mexicanos estaban siendo deportados de Estados Unidos, en el Distrito Norte ocurrió lo contrario: estadounidenses fueron deportados a su país de origen. Dicha peculiaridad fue resultado de la madurez del régimen federal al surgir el poblado fronterizo. En la historiografía reciente sobre la política orquestada por autoridades locales que hicieron uso de legislación sanitaria para la deportación de prostitutas estadounidenses (véanse además de Ruiz Muñoz, 2017, los trabajos de Christensen, 2013 y Schantz, 2012) puede percibirse cómo la continuidad entre un marco legal e institucional relativamente fuerte produjo algunas contradicciones en todo el fenómeno fronterizo.

El Imperial Valley Press, otro de los periódicos del Valle Imperial, mencionó algo útil para entender Mexicali, el poblado tenía “cierta peculiaridad”, una que no estuvo ligada a la aparición de vendedores y traficantes de alcohol o toreros que intentaban promover la industria turística, más bien una peculiaridad de “ladrones, beodos y renegados del territorio estadounidense, mezclados con un grupo selecto de integrantes de la profesión más antigua del mundo. Lo único mexicano que [había] en Mexicali eran unos cuantos funcionarios de gobierno”, especialmente aquellos que encarnaban la herencia de Celso Vega (“The quaintness of Mexicali”, 1910).

El 31 de diciembre de 1913, Pablo Flores y Encarnación Sánchez viajaron de Los Ángeles a Mexicali. Ambos buscaban a la hija de Encarnación, Amelia Sánchez, quien había sido secuestrada. Por ello cruzaron a México para encontrarla, pero jamás imaginaron lo que habría de ocurrirles. Al enterarse de su presencia en Mexicali, el subprefecto coronel Agustín Llaguno ordenó de inmediato la ejecución de ambos visitantes. El cónsul mexicano en Caléxico comunicó al secretario de Gobernación acerca del incidente. La milicia local detuvo a Pablo y a Encarnación y los llevaron seis kilómetros al sur del caserío para aniquilarlos. Sin embargo, fallaron en el caso de Pablo, quien recibió únicamente una herida de bala en el pecho y logró escapar a Caléxico para informar a las autoridades. Durante los siguientes meses, Mexicali permaneció nuevamente en las noticias (Vázquez, 1914b).

En febrero de 1914, Amelia Sánchez fue arrestada en Mexicali como parte de un favor a los oficiales federales que investigaban el asesinato de Encarnación Sánchez y las heridas de Pablo Flores. Felizardo Simmons, “consorte de Amelia”, la acompañaba al momento de la detención. Interpelada por los oficiales estadounidenses, admitió desconocer la muerte de su padre. “La joven también admitió haber compartido sus ingresos con Simmons”, en otras palabras: este era su proxeneta (“Sánchez girl and Slaver captured”, 1914). El agente del Departamento de Justicia se encargó de indagar si acaso Simmons estuvo involucrado con la muerte del padre de Amelia, por lo que se encontraba “a unos pasos de desenredar la telaraña de culpabilidades”. Mientras tanto el funcionario de migración y el juez de Primera Instancia (cuñado del entonces presidente Victoriano Huerta) fueron encarcelados en Valle Imperial, al resultar involucrados en el homicidio. El caso entretuvo bastante al público lector del Calexico Chronicle que solía especular acerca de las implicaciones internacionales del caso. La fetichización de la estabilidad consiste en creer que cada evento por más minúsculo que sea supone un atentado al orden de las cosas.

La investigación del Departamento de Justicia concluyó que las autoridades de Mexicali fueron cómplices de la muerte de Encarnación Sánchez pues poco antes comenzaron a circular rumores que implicaban a las víctimas como posibles espías “del centro revolucionario de Los Ángeles, California, [que] espiaban las operaciones militares que ahí guarnecían” (“Charges on theft against Mexicans drops when U.S. will not prosecute case”, 1914). Con motivo de la presencia de trabajadores mexicanos en el sur de California, Vázquez (2016) ha explicado cómo Los Ángeles fue concebida como “centro revolucionario” con enorme influencia sobre un área como Mexicali. Desde que el coronel Esteban Cantú comenzó su campaña en el Distrito Norte como jefe de operaciones militares se manifestó otro indicio de estabilidad regional: la prerrogativa de reservarse el derecho a diseminar (o no) un escándalo internacional ocurrido en la frontera entre México y Estados Unidos (“Charges on theft against Mexicans drops when U.S. will not prosecute case”, 1914).

La historiografía ha mostrado cómo el caso de la familia Sánchez, con un padre muerto y una huérfana prostituida, se debió a la “colusión entre la autoridad política y el negocio de la prostitución”, pero dichas corruptelas resultaron de la legislación federal y local concerniente a la prostitución que el jefe político Gordillo Escudero estableció entre 1912 y 1913 (Schantz, 2012, p. 108). El reglamento de prostitución comenzó a utilizarse para proscribir cierto tipo de prostitución y permitir otra, sobre todo, circunstancial a zonas de tolerancia tanto en Tijuana o Mexicali. La paradoja radicó para el caso en un cuerpo de leyes que aceleró una epidemia de trata de blancas, mujeres estadounidenses para el caso, en la frontera. Amelia fue, dicho lo anterior, la punta del iceberg.

Catherine Christensen ha descrito cómo en la década de 1920 la Liga de Naciones reportó el tráfico de mujeres que acontecía en Tijuana o Mexicali. La legislación en Estados Unidos en torno a la trata de blancas permitió la captura de Simmons y Amelia en calidad de delincuentes fugitivos igualmente del sistema penal mexicano. Ambos fueron detenidos en Bisbee, Arizona (Christensen, 2013, p. 223). Aunque el trabajo de Christensen es una reflexión acerca de las políticas de género y los discursos acerca de lo femenino, terminó mostrando cómo “la frontera internacional funcionó como un sitio crítico para la regulación de las normas sexuales y de identidad”, y uno de los fenómenos más reveladores del carácter sui generis de la frontera fue que hubo prostitutas de Estados Unidos que terminaron teniendo un conocimiento profundo de la legislación mexicana. Una de ellas dijo que “la ocupación de Mexicali en manos de los rebeldes magonistas creó un estado anormal que produjo que todo el mundo obedeciera las leyes” (Christensen, 2013, p. 228).

Finalmente, la prostitución no desapareció del escenario económico del Distrito Norte. En la siguiente década, los negocios y giros comerciales que lucraban con prostitutas se incrementaron a nuevas disposiciones legales. Dichas disposiciones fueron la herencia de Gordillo Escudero que, si bien definió el nombre del valle de Mexicali, también facilitó la participación de un extenso movimiento empresarial de los así llamados “Barones de la Frontera”, que controlaron las apuestas, la prostitución y la producción de bebidas embriagantes (Gómez Estrada, 2002, p. 71-111). Antes de los poco menos de seis años de gobierno de Abelardo L. Rodríguez, entre 1923 y 1929, “Cantú fue el responsable de que las atracciones fronterizas [en el Distrito Norte] fueran seguras otra vez”, escribió un especialista, “permitiendo el ulterior resurgimiento de turistas de clases medias”, aunque ello no significa que la violencia y los escándalos hubieran terminado (Schantz, 2012, p. 112).


“Somos la única representación aquí de nuestra patria”

Una descripción histórica de los primeros años de Mexicali estaría incompleta sin una microrrevisión de Esteban Cantú. A pesar de que 1915 marca el comienzo de una nueva era global como parte de la primera guerra mundial y la toma del poder de Venustiano Carranza en México, en el Distrito Norte y Mexicali comenzó un quinquenio de gran dinamismo. Cierto es que los cuatro años anteriores delinearon los derroteros históricos, sobre todo a raíz de que Cantú comenzó a desarrollar su liderazgo fronterizo. Sus primeras 48 horas en el delta del Colorado, por ejemplo, como jefe militar, entre el 24 y el 26 de junio de 1911, exhibieron cómo la rebelión había destrozado gran parte de la dinámica del caserío. El vacío de poder local alentó la formación de muchas tropas que intentaban recuperar el orden en respuesta a futuros ataques. El primer semestre de ese año reveló la excepcional vigilancia que prevalecía en el área.

Impulsado por presiones de la CRLC, Celso Vega y sus tropas de la jefatura distrital lucharon contra los rebeldes el 15 de febrero, pero, tras resultar herido, retornó a Ensenada. Según la propia investigación que dio pie a este artículo, jamás regresó a Mexicali. Uno de sus últimos actos de gobierno fue el de permitir que el consorcio estadounidense creara su propia “policía”. Durante los primeros días de junio de 1911, el contingente rebelde aumentó sus fuerzas armadas, por lo que arribaron al Distrito Norte, provenientes de Ciudad Juárez, Chihuahua, un destacamento federal bajo órdenes de Gordillo Escudero (Sánchez Ogás, 2015). En dicha columna militar iba Cantú: jamás imaginó el cambio radical que tendría su vida. Al neoleonés con formación castrense en un colegio militar michoacano, le tomaría un viaje a caballo de 50 minutos por el caserío para divisar la táctica defensiva en contra de Rodolfo Gallego y su gavilla, además de los pistoleros al servicio de Harrison Gray Otis y la CRLC (Cantú, 1958). Hombre corpulento de más de 40 años, Gallego provenía de Los Ángeles y ostentaba el mérito de haber capturado a 385 rebeldes. Cantú entonces dispuso de 50 soldados con los cuales pudo emprender y negociar una campaña de desarme con Gallego. Luego de esto, Walker K. Bowker, jefe armado de la CRLC, atacó a las tropas de Cantú, importándole muy poco que oficialmente fueran representantes del gobierno federal: dicho ataque fue evadido retirándose más allá de los trescientos metros fijados previamente por Vega. Posteriormente, agentes y organizaciones agraristas del valle de Mexicali concedieron a Bowker el apodo de “vampiro de mexicanos” (Samaniego, 2008, p. 106).

Al poco tiempo y en una conversación con un capitán de la milicia de Estados Unidos, Cantú pronunció uno de sus famosos discursos. El gobierno federal mexicano sencillamente no entendía cómo un país extranjero permitió que “individuos de la más vil delincuencia se reunieran en la frontera, se atrincheraran y se escondieran en la línea internacional para disparar sus armas contra un pueblo vecino”, por lo que con el apoyo de militares estadounidenses Cantú inhibió el intento de Bowker y “provocar una expedición punitiva a Baja California” (Cantú, 1958, p. 592). Finalmente, las asperezas fueron limadas al interior del edificio de la CRLC, al reunirse las tropas de Gordillo Escudero y Cantú con los empresarios californianos. Acto seguido, cenaron y después fumaron tabaco. Para entonces, Cantú salió del edificio para conversar con los vecinos del Valle Imperial y valle de Mexicali. Gran parte de la estabilidad del Distrito Norte durante los años más violentos de la revolución mexicana se debió a que las tropas bajo el mando de Cantú se encontraban satisfechas de recibir un salario en metálico, y ello permitió que no existieran mayores asonadas (Marcial Campos, 2016). Fue por eso que les dijo a vecinos y soldados: “quiero que se den cuenta que desde ahora somos la única representación aquí de nuestra patria” (Cantú, 1958, p. 594).

A partir del segundo semestre de 1911 y durante los tres años siguientes, Cantú observó el arribo de media docena de jefes políticos. Como amante de la geografía, durante todo ese tiempo se dedicó a recorrer con cierta profundidad el Distrito Norte, más allá de las localidades de Mexicali, Tijuana o Ensenada. Como parte de la resistencia que mostró a Victoriano Huerta y al enfrentarse al jefe político Francisco Vázquez (1914a y 1914b) había decidido regresar con su familia a Monterrey, Nuevo León, sin embargo, los vecinos de Mexicali lo detuvieron. Luego de que Carranza y Villa derrocaran a Huerta, Vázquez no tuvo mayor remedio que regresar a Ciudad de México y entregar la jefatura política al villista Balthazar Avilés. Durante los pocos meses que gobernó este último, las autoridades del Distrito Norte y la incipiente clase empresarial cultivaron relaciones amistosas, al punto de retomar los planes de cambiar la capital del Distrito Norte de Ensenada a Mexicali. Avilés declaró a la prensa que iba a “promover el desarrollo agrícola en Baja California y proteger a todos los rancheros estadounidenses que cruzaron a México para arar la tierra”, eso sin olvidarse reformar casinos y salones de baile (“Mexicali new capital of Baja California says Governor Balthazar Avilés”, 1914). Al momento de estas declaraciones, el escándalo de Amelia y Encarnación Sánchez era muy reciente.

Cantú mismo no estaba interesado en modificar los planes de remoción de la capital del Distrito Norte. Su apoyo a dicha decisión estaba fundado en simple economía política: el valle de Mexicali era un área prometedora que habría de generarle grandes ingresos “al tesoro nacional, así como al gobierno del distrito”, que en adelante tendría que monitorear más de cerca “la línea divisoria” (Cantú, 1958, p. 614). Para este punto, el significado de la estabilidad consistió en que bien podrían ocurrir nuevos relevos en las facciones políticas y militares en conflicto (por efecto de la revolución mexicana), pero mientras se mantuviera la estructura económica funcionando los poblados fronterizos continuarían sus actividades. El libro clásico de Dorothy P. Kerig acerca de la CRLC es un buen ejemplo de cómo la promoción capitalista del gobierno de Cantú se enfocó en los propietarios y subarrendatarios extranjeros, y ello incluyó “el uso de trabajadores chinos importados” (Kerig, 2001, p. 138). La carga fiscal que iba generándose por la ocupación del suelo y producción algodonera permitió consolidar al gobierno local.

No se discutirá el consenso historiográfico y regional acerca de las habilidades de Cantú como administrador público (véase Rodríguez, 2006). Más allá de asuntos políticos o fiscales, fue un individuo que supo mantenerse (o librarse) de polémicas y querellas entre jefes políticos y líderes revolucionarios. A pesar de los arreglos económicos con empresarios del sur de California, relativos al contrabando de trabajadores asiáticos o a la producción y consumo legal de opio (González Félix, 2000, p. 8), Cantú siempre batalló para legitimar su posición: olía demasiado al siglo XIX. Independientemente de lo abusiva que fue su recolección de impuestos,4 entre febrero de 1915 y mayo de 1917 permaneció en el ojo del huracán a raíz de Harry Chandler, uno de los inversionistas detrás de la CRLC. Este fue detenido en Los Ángeles por violar las leyes de neutralidad entre México y Estados Unidos. Como parte de las intrigas resonaron los ecos de la incompatibilidad entre el jefe político Balthazar Avilés y Cantú, quien de manera “efectiva controló la región que pronto se convirtió en el centro económico del [Distrito Norte], Avilés estando en Ensenada, [todavía] capital distrital, se encontraba en desventaja”, y al renunciar a la jefatura política se trasladó a California para recibir parque y hombres a su mando, al parecer con financiamiento de Chandler (Blaisdell, 1966, pp. 386-387). Finalmente, Chandler no fue enviado a prisión pues algunas de esas acusaciones provenían de políticos adheridos al movimiento laborista, pero luego del ataque de Pancho Villa a Columbus, Nuevo México, y la verdadera expedición punitiva, el jurado desestimó el caso.

La prensa local y nacional siguió la así llamada “intriga fronteriza” hasta que esta terminó, especialmente los editoriales de Los Angeles Times desde luego alegaron la inocencia de Chandler, Otis y Bowker. Más allá de probar si tuvieron la intención de anexar el Distrito Norte a la Unión Americana, el subtexto prevaleciente fue que la presencia de empresas y empresarios del sur de California representaba un acto de puro y llano imperialismo estadounidense. Al respecto, detractores y defensores de la CRLC coincidieron en este punto. A raíz de la historiografía reciente, no se tiene la menor duda de que la doctrina de desarrollo económico y urbano de la CRLC ejemplifica el pensamiento imperialista de las élites de Los Ángeles. La historiadora Jessica Kim reflexionó lo siguiente tras asimilar los trabajos de Paul Kramer sobre la intervención de Estados Unidos en Filipinas: “El imperialismo se trata de la organización y control del espacio, así como de las redes que no son de carácter territorial”, y un personaje histórico de tanta agudeza como Cantú supo exactamente cómo sacar ventaja al respecto (Kim, 2019, p. 228).


Conclusiones

La perspectiva microrrevisionista partió de preguntar ¿cómo es posible descubrir nuevas pistas acerca de los orígenes de un poblado fronterizo como Mexicali? En un contexto histórico profesional, de cronistas y de aficionados en el que aparentemente todas las respuestas han sido planteadas y respondidas, la distinción conceptual entre lo rural y lo urbano puede arrojar nuevas luces acerca del valle agrícola y la localidad homónima, sobre todo, al generar conocimiento de dos entidades geográficas que coexistieron dentro de la misma ubicación y coordenadas. Como un ejemplo de la historia de la vida cotidiana, la revisión de la escala microscópica complejiza los roles de las personas ordinarias que presenciaron la transformación espacial e institucional. De frente a un gigante imperial como el sur de California, el estudio de cómo emergió Mexicali no debe ignorar el hecho de que la península de Baja California jamás fue amputada al territorio nacional. En el ocaso de su régimen, Porfirio Díaz preguntó por la ubicación de Mexicali: he ahí una evidencia histórica de carácter inédito. Del mismo modo, este artículo demostró que, a pesar de su infamia de alentar el lenocinio, Gordillo Escudero fue un férreo defensor del valle de Mexicali: buscó diferenciarlo del Valle Imperial hasta el final. Ambos hallazgos microhistóricos no hacen más que indicar, a su modo, la soberanía mexicana que revistió al poblado fronterizo.

El microrrevisionismo es un tipo de historia “desde abajo” menos interesada en la dimensión anecdótica de la experiencia humana y más centrada en situarse en una escala de observación asequible al entendimiento de realidades cuyas explicaciones fueron dadas por sentadas desde hace décadas. El historiador francés Jacques Revel mencionó que el propósito del microanálisis consiste en visibilizar “las estrategias sociales desarrolladas por los diferentes actores en función de su posición y de sus recursos respectivos, individuales, familiares, de grupo” (Revel, 2015, p. 26). Por otro lado, al abstraer la dimensión subjetiva, una perspectiva comparada de Mexicali con otro valle agrícola del noroeste mexicano permitiría ampliar y explicar el significado de la experiencia fronteriza.

La historia del valle del Mayo, en Sonora,5 resulta en cierto sentido similar a la mexicalense y a la del delta del Colorado. Los cambios materiales permiten, más que los discursivos, una valoración distinta de la condición histórica de las áreas fronterizas, sean estas o no contiguas a una frontera internacional con un país proclive a la expansión territorial. Lo que importa, en todo caso, es que haya planes de colonización involucrados en el proceso de ocupación territorial. Ignacio Almada Bay, especialista en historia sonorense y los antecedentes familiares de la élite revolucionaria, escribió lo siguiente acerca del valle del Mayo:

La expansión en la región del papel del Estado nación con los objetivos de pacificar, poblar, comunicar y homogeneizar, desempeñando un papel crucial el Ejército nacional y los vecinos armados, la extensión de las comunicaciones ─en especial el ferrocarril─ y la difusión de la tecnología hidráulica [debido] al crecimiento de la superficie agrícola irrigada por canales. (Almada Bay, 2018, p. 197)

La cita anterior resulta una brillante exposición del desarrollo fronterizo debido a su carácter neoinstitucionalista. Con la salvedad de que a diferencia del valle del Mayo en el Distrito Norte hubo una población más heterogénea, Mexicali pudo concebirse bajo las mismas características descritas por el historiador Almada: las tecnologías ferroviarias e hidráulicas transformaron ambas regiones y ello, con o sin microrrevisionismo, puede apreciarse. Sin embargo, se debe establecer cómo, de acuerdo con las reglas del juego económico (que tanto gustan al neoinstitucionalismo), hubo diferencias notables entre el valle del Mayo y Mexicali: para el caso sonorense, la transformación económica formaba parte del porfiriato. El Distrito Norte cambió notablemente tiempo después, para ser más exactos, durante la revolución mexicana. La heterogeneidad de fuerzas e instituciones provocó que la frontera no se disolviera en Mexicali, al contrario, terminaría reforzándose.

En lo sucesivo, y a estas alturas del artículo no resta más que seguir intuitivamente dicho argumento, la construcción del Estado nación heredero de la revolución encontraría la vida fronteriza como un obstáculo para la llamada “mexicanización de Baja California”: la proliferación de bilingüismo y la circulación del dólar estadounidense como parte de los intercambios económicos cotidianos condujo a ciertos políticos y gobernantes a interpretar la región como contraria al nacionalismo mexicano. Años después, el gobierno federal optó por dejar utilizar esa clase de discursos para enfatizar una estrategia de colonización distinta del valle de Mexicali.

A pesar del archipiélago de colonias agrícolas, campos de cultivo y ranchos ganaderos que gravitaron alrededor de Mexicali, el capitalismo estadounidense y el gobierno del Distrito Norte optaron por unificar fuerzas. “La guerra que se desató en Europa en 1914 fue un gran estímulo para la economía de Estados Unidos de la cual el valle de Mexicali fue una extensión”, debido al crecimiento exponencial de la agroindustria algodonera (Kerig, 2001, p. 130). A pesar de los conflictos armados y la posesión de múltiples hectáreas de tierra por individuos vinculados al proyecto imperialista de Estados Unidos, Mexicali jamás escapó al control de la federación. He ahí la estabilidad neoinstitucional y microrrevisionista que este artículo argumentó. Así lo refleja el hecho de que durante gran parte de la primera mitad del siglo XX existieran gobiernos de origen castrense en Baja California. De Celso Vega a Esteban Cantú, pasando por Manuel Gordillo Escudero y otros representantes revolucionarios adheridos (o no) al gobierno del centro, la soberanía jamás quedó en entredicho. A partir de la década de 1920, los gobiernos de extracción sonorense (encabezados por Abelardo L. Rodríguez) iniciaron un momento de contubernio entre capitalismo y revolución.

Agradecimientos

El autor agradece los comentarios a una versión previa del artículo a Omar Velasco, David Vázquez y Valentina Tovar, como parte del proyecto “Arrhythmic Borderlands”. Las sugerencias de la dictaminación anónima también enriquecieron el texto.


Referencias

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Notas

1 En el verano de 1968 se organizó un simposio para determinar el “acta de nacimiento” de Mexicali. Durante meses se discutió hasta concluir, tras presentar el documento más viejo con la toponimia, que tal fecha correspondía al 14 de marzo de 1903 (véanse detalles en Walther, 1991, pp. 122-129).

2 Aunque la documentación consultada no lo menciona, en esta introducción de armas participó Harrison Gray Otis, dueño de Los Angeles Times y principal inversionista, junto a su yerno Harry Chandler, ambos responsables de los cambios en la propiedad del suelo en el delta del Colorado (Kim, 2019, p. 41).

3 El microrrevisionismo como una perspectiva de ciertos eventos y regiones puede relegar algunos aspectos con tal de explorar otros. Uno de ellos es la rebelión que alteró la vida del Distrito Norte entre enero y julio de 1911. La heterogeneidad de fuerzas entre Ricardo Flores Magón, el Partido Liberal Mexicano y sus simpatizantes enriquece la interpretación de tales acontecimientos en términos políticos. Sin embargo, en opinión del autor, todas las posibles explicaciones y fuentes alcanzaron ya su punto de saturación en Samaniego, 2008.

4 Esta fue una de las principales sospechas del carrancismo con respecto a Cantú, por lo que, al dudar de sus habilidades administrativas, solicitaron un estudio exhaustivo de su gobierno. Véase Rolland, 1993.

5 Véase una interpretación neoinstitucional del valle del Mayo para un periodo contemporáneo al del valle de Mexicali en Ramírez Zavala (2013).

Víctor Manuel Gruel Sández
Mexicano. Doctor en historia por El Colegio de México. Investigador de tiempo completo del Instituto de Investigaciones Históricas de la Universidad Autónoma de Baja California, campus Tijuana. Líneas de investigación: historia regional de Baja California y el noroeste mexicano (de finales del siglo XIX a comienzos del siglo XXI). Publicación reciente: Gruel Sández, V. M. & Méndez Medina, D. L. (Coords.). (2021). Mensajes desde la frontera México-Estados Unidos. Reflexiones históricas sobre el turismo y la cultura nacional, 1927-1945. Universidad Autónoma de Baja California.



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