Reseña bibliográfica | Estudios Fronterizos, vol. 14, núm. 27, 2013, 257-264 |
¡Soy un tunante, cual loco caminante! Transmigrantes mexicanos en Canadá contendiendo por el género, la sexualidad y la identidad.
Bruno Lutz *
Ofelia Becerril Quintana. El Colegio de Michoacán, 2011, 422pp.
* Profesorinvestigador del Departamento de Relaciones Sociales de la Universidad Autónoma MetropolitanaXochimilco.
Cada año son más. Cada año son más, pero muy pocos saben de ellos. Desde 1973, hombres y mujeres del medio rural viajan a Canadá para trabajar allí. Tienen su documentación migratoria en regla: el gobierno de ambos países se encarga de controlarlo todo y a todos. Actualmente, son alrededor de 16 000 connacionales los que abandonan sus hogares para laborar en granjas foráneas por una duración de hasta ocho meses. Inspeccionados y vigilados antes, durante y después de su estancia en Canadá, los jornaleros mexicanos sólo buscan ingresos para su familia. Son la mano de obra morena que tiñe el campo canadiense; mano de obra flexible, barata y experta al servicio de la economía de aquel país.
A nuestro entender, esta obra sobre la migración temporal de jornaleras y jornaleros mexicanos a Canadá presenta un triple interés. En primer lugar, la investigadora aborda una vertiente de la migración mexicana transnacional poco tratada a partir de un trabajo de campo en una pequeña localidad de la provincia de Ontario. Otro punto de interés es el desarrollo de una perspectiva de análisis que asocia género, trabajo y migración con el propósito de explorar la multidimensionalidad de la movilidad laboral femenina. Finalmente, la obra ¡Soy un tunante, cual loco caminante! es apenas el segundo libro publicado en español sobre el Programa de Trabajadores Agrícolas Temporales a Canadá (PTAC), después de Rumbo a Canadá, escrito en 2004 por investigadores de Puebla y Tlaxcala.
Además, Ofelia Becerril desarrolla un enfoque integral sobre los migrantes legales a Canadá para investigar cómo construyen su vida cotidiana a pesar de la precariedad de sus contratos y de las discriminaciones institucionales, raciales y sexuales. Dice la autora: “Mi argumento es que las y los trabajadores han desarrollado nuevas formas de sexualidad y han transformado sus identidades como resultado de su experiencia migratoria en Canadá. Esto ha sucedido a pesar de la aplicación cotidiana de técnicas disciplinarias, de políticas restrictivas laborales y de normas de control del cuerpo y de la sexualidad instrumentadas en las empresas y las comunidades canadienses” (p. 47). Plantea que los reclamos por el respeto de sus derechos humanos y laborales, junto con la libre expresión de sus sentimientos y pulsiones amorosas, forman parte de una lucha cultural. En su trabajo de campo realizado en Leamington ciudad fronteriza donde se concentran los más grandes productores de tomates de Canadá y los más grandes invernaderos de América del Norte, entrevistó a mexicanos y autóctonos, trabajadores, comerciantes, activistas y responsables institucionales. El hecho de residir en esa localidad durante un año le facilitó acumular una gran riqueza de información que supo explotar con talento. Esta obra permite comprender mejor cómo la transnacionalidad se ha convertido para las y los subalternos en una ubicuidad laboral y cultural. Es la construcción de un puente arriba de las fronteras, los modos de vida y las razas. Ser migrante transnacional suele constituir un acto de resistencia a los nacionalismos excluyentes, una forma desafiante de serenelmundo para los trabajadores de ambos sexos.
Una ínfima minoría de los integrantes del PTAC son mujeres. La mayoría de los patrones canadienses opina que los hombres son capaces de mayores esfuerzos físicos y de resistir a las jornadas de un trabajo extenuante, no obstante asignan a las jornaleras tareas especializadas que requieren precisión y delicadeza como la cosecha de las fresas, por ejemplo. Esta división sexual del trabajo responde a sesgos de género que vienen reforzando criterios empresariales de productividad. Básicamente, las trabajadoras mexicanas y jamaiquinas laboran en las agroindustrias hortofrutícolas y de flores de invernadero ubicadas en Ontario, Québec y Columbia Británica. Son circuitos bien definidos y controlados “los cuales corresponden a los tiempos, la cantidad y calidad de la mano de obra mexicana que requieren los empleadores para la producción y cosecha de los cultivos agrícolas” (p. 63). A lo largo de numerosos cuadros, la autora esboza el perfil sociodemográfico de las y los jornaleros, sus lugares de origen y destino, el tipo de actividad agrícola, la duración promedio de sus contratos, el número de dependientes económicos, etcétera. La cuantificación de la información oficial correspondiente a la primera mitad de la década del 2000 permite dimensionar diferentes aspectos del trabajo agrícola mexicano en Canadá. Asimismo, Becerril nos enseña que el perfil de la jornalera es ser jefa de hogar separada o divorciada en la gran mayoría de los casos, tener entre 25 y 33 años, y poseer 7.7 años de estudios en promedio. Tal vez un análisis longitudinal de mayor alcance permitiría confirmar ciertas conclusiones, precisando el carácter étnico y de género de algunas labores. En todo caso, la separación de hombres y mujeres autoriza los patrones para asignarles tareas específicas en el proceso productivo de estas granjas altamente tecnificadas. Esta separación se extiende a los espacios de vida e incluso a las actividades permitidas o no durante los descansos. Si bien existen diferentes grados de control de una granja a la otra en función de su tamaño y del “humanismo” del patrón, esta vigilancia panóptica de los FARMERS busca controlar el tiempo y las actividades de la mano de obra extranjera. Para ese fin, éstos suelen elaborar reglas tópicas para disciplinar aún más severamente a los trabajadores de ambos sexos y evitar noviazgos. La formación de parejas no solamente fragiliza las tácticas institucionales que buscan asegurar la vulnerabilidad de los jornaleros condición sine qua none de su disciplinamiento y sumisión, sino que puede tener consecuencias deletéreas sobre la organización laboral y el rendimiento laboral de los novios. Validada por los gobiernos de México y de Canadá, la estrategia de los agroempresarios consiste en fragilizar psicológicamente al trabajador y la trabajadora. Tal como lo manifiestan los patrones, labor y amor no van juntos. Éstos defienden un individualismo de corte capitalista enmarcado por la falta profesional, por un lado, y la culpa moral, por el otro. De ahí el empeño de los granjeros miembros de las organizaciones FARMERS y FERMERS para, permanentemente, promover divisiones y competencias. Estas dos nociones son claves para conseguir un aumento progresivo del rendimiento a la par de una creciente sumisión entre los trabajadores. Esta insaciable voluntad de hacer trabajar restringe el ocio y condena el placer.
Son muchas las divisiones creadas intencionalmente o no por los empleadores. Asimismo, existe una clara distinción de trato entre los trabajadores canadienses, mennonitas, mexicanos, caribeños y guatemaltecos. La nacionalidad y la raza predeterminan los puestos ocupados, y por ende el salario.1 El conocimiento del inglés o del francés permite a algunos pocos fungir como intermediarios y, a veces, ascender como capataces. Están también quienes son pagados a destajo y quienes son pagados por hora, quienes tienen un contrato de ocho meses los más afortunados y los que trabajan menos tiempo; los “suertudos” que alcanzan a tener doble contrato trabajando en una farma en la mañana y en otra en la tarde; los nominales, nominales alternativos, los seleccionados y los de reserva. Al margen de los integrantes del PTAC está la mano de obra de los países del sur subcontratada localmente para trabajar de manera ilegal. Hay los trabajadores que laboran a la intemperie y los que se desempeñan en invernaderos, hay quienes realizan tareas difíciles y peligrosas (rociar agroquímicos o cosechar justo después de esta operación fitosanitaria) y otros que trabajan con menos incomodidades físicas. “La demanda de fuerza de trabajo diferenciada por género, raza y estatus migratorio es decidida bajo criterios arbitrarios, por los granjeros que participan en el programa, quienes requieren a un trabajador migrante con distintos tipos de habilidad, experiencias y características” (p. 135). Esta sedimentación de múltiples distinciones se va actualizando de forma constante merced al control sistemático de los tiempos y de la productividad. Es el trabajo el que articula todas las diferencias.
Sobre la racialización del trabajo, los patrones canadienses miden el desempeño promedio de los trabajadores según su nacionalidad, los comparan, los hacen competir entre ellos y, sobre esta base, construyen estereotipos raciales. La investigadora entrevistó a un jornalero mexicano quien le dijo: “El patrón nos dijo que había contratado a trabajadores jamaiquinos para ver quien es mejor trabajador, pero nunca nos vamos a comparar los mexicanos con los jamaiquinos. Los jamaiquinos nunca serán mejores trabajando que nosotros” (p. 311). Este recelo se puede manifestar en actitudes que van desde la indiferencia hasta la franca hostilidad y el racismo como el hecho de llamar despectivamente “menonas” a las trabajadoras mennonitas y “negros” a los caribeños. En cierto número de agroindustrias el alojamiento de la mano de obra se divide en la casa de las mujeres, la casa de los hombres y ésta incluso suele dividirse en una parte para los mexicanos y otra para los jamaiquinos. Aunque el idioma representa una barrera a la comunicación interracial, Ofelia Becerril fue testigo de marcas de simpatía entre trabajadores de diferentes nacionalidades que se conocían y reconocían por haber trabajado en la misma granja en temporadas anteriores. La condición de explotados puede llegar a conformar un común denominador susceptible de solidaridad.
Interesante es leer en ¡Soy un tunante, cual loco caminante! la importancia de la bicicleta para los trabajadores agrícolas y la función social que adquirió este medio individual de transporte. Las fotos del estacionamiento de la iglesia St Michael muestran centenares de bicicletas paradas y diversas anécdotas narradas por la autora dan testimonio de su uso generalizado por parte de los jornaleros. Las distancias de las granjas al poblado más cerca van generalmente de 5 a 20 km aunque hay farmas alejadas hasta 150 km del primer pueblo. En Leamington, andar en bicicleta es sinónimo de libertad, descanso y convivialidad. Pocas mujeres las usan o bien porque prefieren quedarse a descansar en la granja o bien porque las encuentran incómodas e inconvenientes para su género. Cabe señalar también que la estrechez de los caminos rurales, la poca visibilidad de los ciclistas de noche, la falta de casco de protección y la circulación de automovilistas embriagados constituyen serios peligros. “Los accidentes por atropellamiento de los trabajadores mexicanos que recorren con su bicicleta varios kilómetros de distancia de las granjas a los centros urbanos, se han convertido en un problema social” (p. 146). La ebriedad de los ciclistas uno fue encontrado zigzagueando en la autopista es también una fuente de inquietud por parte de la población local, la cual alimenta generosamente su xenofobia. El racismo se manifiesta en el manejo agresivo del automóvil cerca de los ciclistas de piel morena o negra, insultándolos, golpeándolos, robando su bicicleta e incluso atropellándolos voluntariamente. En esas zonas agrícolas de Canadá la bicicleta traiciona la condición social y migratoria del usuario. Símbolo de libertad para unos y estigma de su condición de jornalero de piel oscura para otros, la bicicleta es objeto de todas las convoitises.
Además de indagar las formas de racismo, la investigadora se interesa también en el sexismo que posiciona sistemáticamente a las jornaleras extranjeras en un rango inferior. No solamente los patrones asignan a las mujeres tareas desvalorizadas “conforme a su género y morfología” en el marco de una explotación capitalista de corte paternalista, sino que entre los propios trabajadores existe una marcada distinción sexual entre hombres y mujeres. La subrepresentación del género femenino en el PTAC, apenas 4% del total de la mano de obra migrante, explica el cortejo/acoso al cual son sometidas permanentemente las trabajadoras. Algunas aceptan enamorarse por afinidad y porque buscan a alguien que las pueda proteger de los demás hombres. Existe una amplia gama de relaciones amorosas en estas zonas rurales donde conviven muchas culturas. Los noviazgos son furtivos o declarados, estacionales o permanentes, entre parejas de coterráneos o entre hombres y mujeres de diferentes nacionalidades. Es de notar que la unión de hombres de piel oscura con mujeres canadienses es muy mal vista por los autóctonos quienes, ciertamente, temen perder la autoridad patriarcal que les confiere su sexo, como ver en el mestizaje una degeneración de la raza. A pesar de la existencia no escrita de ese tabú racial, hay quienes buscan casarse con una canadiense y establecerse en ese país, después de haber sido abandonado por su esposa. Es que la vida conyugal de una pareja separada por miles de kilómetros durante largos meses, no es fácil. Numerosas son las tentaciones y más aún las dudas sobre la fidelidad de uno y del otro. Es la confianza cimentada en la relación matrimonial estable la que puede salvar a esas parejas donde el hombre trabaja temporalmente en Canadá mientras que su esposa se encarga de los hijos en México. A diferencia de la autora, podemos afirmar que las pulsiones sexuales de las y los migrantes no lo es todo en el proceso de refuncionalización de su identidad sino que, más ampliamente, los sentimientos de afecto y amor constituyen una fuerza que los jornaleros de ambos sexos reaprenden a encauzar. Dibujos, poemas, canciones, las ritualizadas llamadas de teléfono a su casa, los bailes y los encuentros con mujeres de diferentes condiciones socioculturales son expresiones diversas del mismo sentimiento de amor y añoranza. La vida íntima de las entrevistadas (que Ofelia Becerril no logró escrudiñar debido a la negación de las entrevistadas) no es un elemento indispensable para entender la búsqueda natural de un poco de calor humano por quienes son explotados laboralmente. La convivencia amorosa es tal vez la forma más elegante de resistencia de los subalternos.
Hemos visto que los dominantes en el caso que nos concierne, los patrones organizados y los gobiernos mexicano y canadiense han desarrollado estrategias de sometimiento de los trabajadores para optimizar su rendimiento, al mismo tiempo que aplacar anticipadamente sus veleidades de inconformidad. Como bien lo escribe la investigadora: “La experiencia de vivir en permanente temor a ser repatriados o deportados, a no ser nombrados por el empleador para la siguiente temporada, o incluso, a ser expulsados del programa si expresan sus quejas debido a la sobreexplotación; la discriminación o los abusos de poder que viven los migrantes mexicanos en las granjas, son algunos de los efectos perversos de las técnicas disciplinarias canadienses” (p.191). Aunque esta administración performativa del miedo sea uno de los ejes rectores del principio organizacional de las granjas inscritas en el PTAC, las y los jornaleros tienen a su alcance opciones para resistir. Una forma común de resistencia oculta se da al inicio de la temporada cuando los trabajadores nominales experimentados explican a los “nuevos” cómo una productividad más elevada de algunos de ellos puede perjudicarlos a todos, cómo trabajar en equipo para atenuar los efectos anómicos de la competencia laboral; en suma, les enseñan cómo trabajar para cumplir con los estándares de productividad y calidad, sin excederse. También los migrantes suelen hacer circular información sobre los patrones y las granjas. Algunos se atreven a pedir ayuda al Consulado de México en Toronto (que se limita básicamente a defender los intereses de los patrones), y requerir la asesoría de los sindicatos y las organizaciones de la sociedad civil. Al respecto, cabe mencionar el caso del South Essex Community Council financiado por el gobierno federal canadiense y la multinacional de tomates enlatados Heinz. Este Centro Comunitario organiza torneos deportivos entre jornaleros y excursiones al Niágara. Precisamente, es “porque no implicaba ningún tipo de organización política ni informaba acerca de los derechos laborales o la situación que los migrantes vivían dentro de las granjas o en la comunidad de residentes” que el Centro Comunitario recibió un financiamiento extra por parte de la empresa mexicana transnacional Corona Extra. Este proyecto social con los migrantes es un rizoma de las estrategias disciplinarias empresariales. La filantropía es siempre el refugio de la culpa.
De la secreta inconformidad a la queja pública existe una frontera tenue que delinea permanentemente el riesgo de ser repatriado a México. Asimismo, las formas de resistencia individual y colectiva dependen tanto de la gravedad de lo que denuncian los trabajadores como de los riesgos que esta inconformidad implica. En México como en Canadá, cuando la víctima es humilde le ponen la máscara del victimario: los papeles son invertidos oportunamente frente a una justicia con los ojos vendados. Los enfermos y muertos repatriados del PTAC tienen la culpa por antonomasia. El derecho de decir lo que es, amenaza siempre las palabras de los poderosos.
Finalmente, esta obra sobre los mexicanos y mexicanas que laboran como jornaleros agrícolas temporales en las granjas canadienses es rica en información de primera mano y también en referencias de fuentes secundarias. El rico aparato crítico que incluye una sólida bibliografía en dos idiomas y no menos de cuatro índices, da cuenta de la labor investigativa de Ofelia Becerril. Asimismo, estamos en derecho de esperar que esta descripción de la vida cotidiana de los jornaleros en Leamington pueda contribuir en mejorar la suerte de los hombres y sobre todo de las centenares de mexicanas que, año con año, padecen en silencio el oprobio de un régimen laboral patriarcal y racista.
Notas
1 Al respecto, cabe señalar que no hay información de las y los trabajadores en cuanto a su pertenencia o no a una etnia, ni si habla un idioma vernáculo además del español. En todo caso, las autoridades mexicanas, cumpliendo con una recomendación de FARMERS para evitar que los trabajadores se organicen, envían a distintas granjas a los miembros de una misma familia, o de un mismo poblado.