Reseña bibliográfica | Estudios Fronterizos, vol. 14, no. 28, 2013, 215-217 |
La conquista del agua y del imaginario. Mexicali y Valle Imperial, 19011916
Aidé Grijalva Larrañaga*
Miguel Ángel Berumen, Mexicali y Valle Imperial, Cuadro x Cuadro, Fonca, Conaculta, México, 2013.
* Investigadora del Instituto de Investigaciones Sociales de la Universidad Autónoma de Baja California.
Correo electrónico: aidegrijalva@gmail.com
Con su experta mirada de fotógrafo, una imaginación sorprendente, gran inteligencia y capacidad de trabajo inagotable, el fotohistoriador Miguel Ángel Berumen se ha trazado un objetivo relevante: dar a conocer a los bajacalifornianos y al mundo entero el papel tan importante que el Río Colorado ha tenido en la historia reciente de esta parte de México.
Una historia que está íntimamente ligada a la expansión de la frontera agrícola estadunidense, mediante la cual miles de hectáreas de terrenos inhóspitos y desérticos fueron incorporadas al desarrollo agrícola. Una estrategia que tuvo como propósito hacer florecer desiertos convirtiendo en vergeles espacios en donde durante siglos la mano del hombre estuvo casi ausente o limitada por la falta de una tecnología hidráulica que permitiera aprovechar correctamente cuerpos o corrientes de agua salvajes e impetuosas.
El Nilo americano. Así fue bautizado el Río Colorado. Un río que brota en las Montañas Rocallosas y hace un extenso y peculiar recorrido antes de desembocar en las aguas del golfo de California o Mar de Cortés como les gusta llamarlo a nuestros vecinos estadunidenses. Un río de aguas coloradas que durante mucho tiempo, antes de morir definitivamente, se desparramaba impetuoso sobre las tierras aledañas a su desembocadura, formando un delta natural de enorme fertilidad, pues en esas tierras fue depositando a lo largo de cientos, de miles de años, la gran cantidad de material que acarreaba en su caminar de 2 700 kilómetros.
Un río de la última etapa de la era cuaternaria del planeta Tierra, joven, de gran fuerza, la corriente más larga del Pacífico, que viaja en partes encañonado y que antes de ser domesticado por la mano del hombre, arrastraba con gran fuerza todo lo que encontraba a su paso, sin respetar asentamientos humanos, caseríos, ni nada que se le atravesara.
Un río que formó un delta que la mano del hombre dividió y atravesó con una línea imaginaria que separó a dos países. Un delta partido que ahora tiene dos nombres y dos adscripciones políticas. División que el Río Colorado nunca respetó. Que lo mismo decidía descargar sus aguas por el lado mexicano, yéndose al golfo, que del lado estadunidense, haciéndolo en el Salton Sea, un mar interior del sureste de California, inundando por doquier, abriéndose como abanico, formando arroyos, riachuelos, vegas y canales.
Por eso, cuando se corrió la voz de las grandes posibilidades que había de abrir miles de hectáreas en el sureste de California, para convertir tierras hasta entonces consideradas yermas en un emporio agrícola, vinieron y recorrieron el oasis recién descubierto empresarios, ingenieros, políticos, colonizadores, especuladores, aventureros. Pero se encontraron con un pequeño inconveniente, digamos un detalle: la única manera de transformar las estériles tierras era con las aguas del Río Colorado que, para su desgracia, no podían tomarlas directamente, porque estas tierras no eran ribereñas.
Para ello tenían que desviarlas de su cauce natural y utilizando el de uno de sus riachuelos, redirigirlas hacia el sur de California. Total en el noreste de Baja California sólo había unas tribus nativas, los cucapá, viviendo en los alrededores y no había que pedirle permiso a nadie. Para asegurarse compraron las tierras por donde pasaba el mencionado riachuelo, bautizado como canal del Álamo, y sin decirle al gobierno mexicano lo que estaban haciendo emprendieron las obras y así arrancó la historia moderna de este lugar.
Tal como lo escribe Miguel Ángel Berumen, “el solo hecho de que toda el agua de regadío de Valle Imperial, en el sureste de California, tuviera que pasar necesariamente por Mexicali desde 1901, hacía que su economía dependiera completamente de México”.
Cuando hace 45 años, en 1968, se reunió un grupo de personalidades para dilucidar la fecha de la fundación de Mexicali, el ingeniero José G. Valenzuela propuso que ésta fuera la del día en que pasaron por vez primera las aguas del Río Colorado por el sitio que ahora se conoce como Mexicali. Y tenía mucha razón. No se puede entender el origen y desarrollo de este lugar sin las obras de irrigación que permitieron abrir las tierras del delta del Río Colorado a lo que eufemísticamente se denomina civilización.
Porque paradójicamente, aquí el problema no fue la falta de agua. No, aquí fue al revés. Lo que abundaba era agua, pero un agua incontrolable, un agua que anualmente anegaba las tierras, aguas divagantes que iban sin ton ni son, de acá para allá, peleando con el golfo de California al que se enfrentaba en una gran lucha levantando olas y marejadas de gran magnitud.
Aguas a las que se les temía por el ímpetu con el que se desbordaban, razón por la cual la historia del lugar está dada por la construcción de las obras de defensa, de los bordos que se hacían en la parte mexicana del delta, para asegurar el suministro del vital líquido a los agricultores de Valle Imperial. Una historia, la hidráulica, que marcó los ritmos de las otras historias, la agrícola y la agraria. Una expansión que se fue dando conforme el río se fue encauzando, controlando, domesticando, algo que se hizo poco a poco y que para hacerlo se tardaron una buena parte del siglo XX.
De todo esto nos habla este libro con el sugerente nombre de La conquista del agua y del imaginario. Mexicali y Valle Imperial 19011916, Miguel Ángel Berumen nos narra del parto de dos hermanos gemelos que siguieron caminos diferenciados y nos ilustra sobre esos primeros 15 años en que se diluyeron las fronteras y los valles gemelos parecían más bien siameses. Como lo señala Miguel Ángel cuando nos habla de su rescate iconográfico, al soslayar referirse a México en el pie de foto de la mayoría de las imágenes, han hecho creer que éstas sólo retrataron la parte estadunidense del delta, cuando no fue así.
Esta omisión ha dado como resultado que en los últimos cien años, la construcción de toda esta historia, que tiene mucho de épica, no haya incluido a México, esto es al valle de Mexicali, en su imaginario. Omisión sorprendente porque la mayoría de los canales, bordos, puentes, presas, represas, compuertas, sifones y obras de defensa que se llevaron a cabo durante este periodo primigenio, se realizó en el lado mexicano. Al eliminar a nuestro país de este recuento, hicieron a un lado el papel fundamental que tuvo para la realización de obras de irrigación de gran envergadura y que permitieron el milagro de hacer florecer el Colorado Desert como aparecía esta región en los mapas de finales del siglo XIX, región que al poco tiempo sería la cuna de una agricultura intensiva de alta tecnología.
Lo anterior ha propiciado una serie de tergiversaciones. Una de ellas, es la preeminencia que se ha dado en la reconstrucción del pasado de esta región a la compañía que a finales del porfiriato logró adquirir la sección mexicana del delta del Río Colorado. La dueña de la tierra, la Colorado River Land Company, ha acaparado todos los odios y denuestos, al amparo de la ideología del nacionalismo revolucionario, que hizo del reparto agrario uno de sus principales mitos.
Esto provocó que la otra historia, la de la apertura de un sistema de riego moderno, con inversiones millonarias por parte del gobierno estadunidense, agazapadas a través de una empresa hidráulica que aparecía como mexicana y privada, haya sido ninguneada y minimizada, cuando su papel es mucho más relevante desde el punto de vista histórico, que la de la denostada empresa latifundista.
De ahí que el libro de Berumen sea una importante contribución a revertir esta situación, aunque esto no parece una tarea sencilla. Así como el novelista Bell Wright en su famosa novela convertida en película The winning of Barbara Worth, que recrea la inundación del Río Colorado de 1906, ignoró el papel de México y los mexicanos en ese importante pasaje, así sucedió con el resto de los que llevaron un registro fotográfico de los acontecimientos que giraron alrededor del control del indomable Colorado.
Y esto es más evidente en las imágenes que Berumen encontró y rescató para este libro pues tal como lo señala, “en este proceso de formación, las fotografías publicadas jugaron un papel protagónico”.
El libro es en sí mismo un archivo fotográfico. Las 200 imágenes incluidas de las seis mil que localizó Miguel Ángel sobre esta historia de tintes épicos, son un atisbo del importante valor testimonial contenido en cada una de estas fotos, la mayoría inéditas, que no se repiten en ningún otro lado, haciéndolo una fuente única de consulta sobre la historia temprana de Valle Imperial.
Estas 200 imágenes y el texto escrito por Miguel Ángel, dando cuenta de sus pesquisas en bibliotecas, hemerotecas y archivos oficiales, rescatando textos poco conocidos, incluso poemas, reconstruyendo el imaginario que los habitantes de Valle Imperial, los valleimperialistas, han hecho de la gesta heroica en que se convirtió el control del Colorado, nos permiten entender la tragedia y epopeya de una de las más grandes obras de ingeniería llevadas a cabo en su momento.
El rescate iconográfico realizado también permite a Berumen demostrar el novedoso papel que la fotografía desempeñó como prueba testimonial del devenir histórico de Valle Imperial y el surgimiento a partir de ese momento de una nueva cultura fotográfica. Imágenes convertidas en documentos que desbancaron a los testimonios escritos y que permiten conocer las dimensiones reales del trabajo titánico que se llevó a cabo en el delta del Río Colorado en donde las fronteras políticas fueron borradas y en donde dos valles pertenecientes a países distintos unieron esfuerzos.
Tal vez esta sea la razón de que con honrosas excepciones, las menciones y referencias al valle de Mexicali (el Valle Imperial mexicano como aparecía en los mapas de principios del siglo pasado), son casi inexistentes. Y sobre eso, Miguel Ángel nos alerta en esta obra en la que se dedica como detective a encontrar pistas que le permitan tejer la historia entre los hilos de los fotógrafos y sus imágenes, pues tal como lo afirma, “saber quiénes tomaron las fotografías puede ser determinante para dar con varias de las claves que se ocultan en ellas”.
Al hacer una adecuada combinación de imágenes y textos, Miguel Ángel Berumen hace hablar a las fotos, emocionándonos sobre esta región que, como dice uno de los poemas rescatados, “desposa el agua con la tierra fértil”. Esperaremos ese segundo tomo que nos promete, para que se divulguen los ires y venires de este Macondo del desierto, de esta comarca garciamarquiana; para que se conozca y entienda lo que se hizo en uno de los lugares con las más altas temperaturas del mundo para transformarlo en un emporio, en una nueva tierra prometida, “tal vez la última conquista y una de las más excitantes del Oeste americano”, como concluye Miguel Ángel.