Artículo Estudios Fronterizos, vol. 11, núm. 22, 2010, 9-48

La transformación del concepto frontera en la transición de la URSS a la Federación Rusa: implicaciones para la supervivencia del Estado


Transformation of the concept of border in the transition from USSR to Russian Federation: Implications for State survival


Daniel Añorve Añorve*


* Posdoctorante en la Universidad Autónoma Metropolitana–Xochimilco.
Correo electrónico: danorve@gmail.com


Artículo recibido en noviembre de 2009
Segunda versión recibida en mayo de 2010
Artículo aceptado en agosto de 2010


Resumen

La política exterior rusa es juzgada mediante una serie de adjetivos peyorativos en Occidente. El presente trabajo hace un recuento histórico de cómo han concebido los rusos (y los soviéticos) la frontera. La frontera rusa siempre ha estado en continuo cambio, y el país ha sido al mismo tiempo agresor y agredido. Por razones históricas, la frontera soviética fue muy vigilada y controlada por el PCUS al punto de volverla casi impermeable. En los primeros años de la transición se dio un relajamiento de la política fronteriza que paradójicamente la volvió no sólo inestable sino que puso a la Federación Rusa al borde de la balcanización. Tanto Putin como Medvedev revirtieron este proceso. En la actualidad, gracias a las presiones y poca colaboración occidental, Rusia ha emprendido una agresiva política fronteriza que amenaza con ser expansiva. La enorme diáspora rusa ha resultado una justificación exitosa para la expansión de la frontera rusa.

Palabras clave: frontera, Rusia, diáspora, balcanización, neoestatismo.


Abstract

Russian foreign policy is judged by the Western world on the basis of a series of depreciatory adjectives. The aim of this paper is to effect an historical review of the Russian (and Soviet) perception of their frontier. The Russian frontier is continually changing; and the country has been both invader as well as invaded. For historical reasons, the Communist Party of the Soviet Union kept both a close watch and a strong control over the Soviet frontier, to the point of rendering it almost impenetrable. During the early years of transition, border policies relaxed consederably, to the point of instability and placing the Russian Federation on the verge of balkanization. Both Putin and Medvedev put a stop to this process. Now, partially as a result of Western pressure and reluctance to cooperate, Russia has undertaken an aggressive border policy that threatens expansion. The enormous Russian diaspora has turned out to be a successful justification for the expansion of the Russian border.

Keywords: Frontier, Russia, diaspora, balkanization, neostatism.


Introducción

Actualmente es común leer en la prensa occidental los siguientes calificativos para describir a Rusia y su Estado: ambición imperial, Tercer Reich, Putin y el renacimiento del zarismo, Estado autoritario, policía secreta con Estado, Estado autárquico, potencia petro–militarista, capitalismo de compadres, ausencia de Estado de derecho, capitalismo autoritario, etcétera.

Si bien, muchos de los anteriores calificativos no están tan alejados de la realidad, toda vez que es innegable que Rusia ha optado por un capitalismo sui generis, mismo que ha generado malestar en Occidente, es preciso evaluar la transición rusa al capitalismo y algunos sucesos recientes, con base en un estudio histórico no moralista, pues resulta más serio comprender históricamente lo que ha representado para Rusia su contacto con el exterior en términos de riesgos y oportunidades para el decremento y/o incremento de su poderío estatal. A pesar de que las reconfiguraciones fronterizas pueden en parte abordarse desde una perspectiva constructivista, consideramos que es en lo esencial –desde una visión realista, orientada hacia la consecución del interés nacional, entendida como el incremento del poder nacional–,1 la forma más adecuada de entender la especial consideración que han puesto las élites estatales rusas en la reconfiguración de sus fronteras territoriales, así como la noción de los espacios geopolíticos tanto internos como aquellos de los territorios que la rodean.

El presente trabajo argumenta que no obstante la existencia de una mezcla de factores ideológicos, políticos, sociales y económicos, —que permitieron a principios de los noventa a la Rusia yeltsiniana transitar de una visión de fronteras confiables, en la noción de cooperación y asociación con Occidente— está anclada una serie de decisiones occidentales –militares, económicas y políticas– que derivaron de una aproximación escéptica por parte del Estado ruso hacia la visión de fronteras confiables y de seguridad reducida. Producto del desencanto de la relación con Occidente, particularmente con Estados Unidos y la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), las fronteras dejaron de ser confiables para convertirse en “espacios” de lucha, desconfianza mutua y, ante todo, peligro para la seguridad y supervivencia del Estado. Bajo esta visión, lo que se ha dado es una apertura selectiva y estratégica basada en una aproximación de corte neoestatista, repleta de consideraciones geopolíticas en donde el realismo, supuestamente superado, aún es de gran importancia para comprender el comportamiento y las transformaciones fronterizas.


Las fronteras rusas: una aproximación primaria

Hablar de las fronteras rusas en la actualidad es hablar de fronteras muy distintas a las soviéticas, ya sea que nos aproximemos a su estudio desde una perspectiva territorial, ideológica, económica, militar o cultural. Para Alec Rasizade, tomó 500 años “juntar”, producto de innumerables guerras, al imperio ruso, y sólo un plumazo de Boris Yeltsin derribarlo (Rasizade, 2009:9–10). Producto de tal desmembramiento, en 1991 Rusia fue devuelta a sus fronteras de 1650, a la vez que unos 30 millones de rusos se encontraron viviendo de la noche a la mañana en territorio no–ruso (Rasizade, 2009:10).

A diferencia de Estados Unidos –que tiene dos fronteras internacionales con países que no representan una amenaza existencial, y está aislado literalmente por dos océanos–, la Federación Rusa no sólo cuenta con varios vecinos, sino que tiene escasas salidas a mares u océanos no congelados (una de sus principales flotas estratégicas está estacionada en un país extranjero, mismo que con apoyo occidental ha optado por políticas que dañan las relaciones con Rusia); además, comparte una enorme frontera con el país más poblado del planeta y una de las grandes potencias económicas en la actualidad: China. En pleno siglo XXI, Rusia aún tiene litigios fronterizos con China y Japón.

Rusia se extiende a lo largo de casi nueve mil kilómetros, desde la parte más occidental –la provincia de Kaliningrado, región ahora semiaislada como resultado de la independencia de Bielorrusia, Letonia y Lituania– hasta la Isla Ratmanova en el Estrecho de Bering. En dirección norte–sur se extiende a lo largo de 3 800 kilómetros, desde la punta más septentrional de la isla ártica de Novaya Zemlya hasta la punta más austral de la República de Daguestán en el Mar Caspio.

Extendiéndose a lo largo de 57 792 kilómetros, la frontera rusa es la más larga del mundo, y en la era postsoviética, una preocupación sustancial de seguridad nacional. A lo largo de 20 139 kilómetros de frontera terrestre, Rusia tiene frontera con 14 países.2 Tan sólo 68 kilómetros la separan de su mayor amenaza potencial, Estados Unidos.


La frontera dentro del entendimiento popular del territorio nacional

La administración, control y defensa de un país que abarcaba la octava parte de la superficie terrestre no es una tarea fácil, ni en la época de los zares ni en la era soviética.

Es necesario hablar de lo que ha significado y de cómo ha sido representada la “frontera” dentro del entendimiento popular del territorio nacional. En realidad, en un sentido meramente geográfico, Rusia siempre ha carecido de fronteras claras. El paisaje de su porción europea es una vasta y monótona planicie, la cual carece de cordilleras montañosas y otras barreras naturales que la dividan en sectores distintos o que la aíslen de sus vecinos.

Resulta interesante la similitud que traza Alexander Nikitin entre el “excepcionalismo estadounidense” y la “singularidad rusa”. No obstante reconocer las diferencias entre ambos países, Nikitin encuentra varios puntos de convergencia: 1) ambos países cuentan con vastos territorios, mismos que son ricos en recursos naturales; 2) la idea estadounidense y la psicología de la “frontera” que se mueve hacia el Oeste hasta llegar al Pacífico tiene su contraparte en la conciencia rusa en la idea de que la “frontera” de las tierras rusas se mueve hacia el Este hasta llegar al mismo Pacífico, sólo que del otro lado; 3) la adquisición de nuevas tierras y una constante ampliación del Estado tanto en el caso estadounidense como en el ruso marcaron la psicología nacional de ambos países, a diferencia de la psicología fronteriza de la vieja Europa; y 4) la idea del melting pot estadounidense sucedió casi en paralelo en el siglo XX con la idea soviética de un melting pot de 150 nacionalidades, que se acabarían fundiendo en una nueva nación soviética (Nikitin, 2008:8).

Para Rasizade la peculiaridad histórica del imperio ruso reside y difiere del resto de los imperios coloniales en varios aspectos, siendo el más importante “la continuidad geográfica”. Al respecto, señala que la “Madre Rusia” no estaba separada de sus posesiones coloniales por océanos y continentes, sino solamente por montañas, estepas y ríos. Tampoco contaba con administraciones locales, típicas del imperialismo europeo. Por todo lo anterior, Rasizade considera que tampoco había una “frontera psicológica” que permitiera a uno decir en dónde terminaba la “Madre Rusia” y en dónde comenzaba una colonia (Rasizada, 2009:10–11).

Tenemos pues, que a diferencia de Estados Unidos, en donde la frontera tendió a ser vista como la división entre lo “civilizado” y lo “salvaje”, en el caso ruso, al no haber fronteras geográficas claras, la principal preocupación era algo más que la contaminación ideológica de los civilizados o de los bárbaros, toda vez que Rusia era un país atrasado en relación con Europa Occidental. En realidad, para el pueblo ruso el entendimiento fronterizo tenía más que ver con la siempre latente posibilidad de invadir a los pueblos vecinos, o bien, de ser débil el Estado ruso, de ser invadido por otros grupos.

Es indiscutible que la historia de Rusia ha sido una historia de invasiones, ya sea como agresor o como víctima. Cuando algunos países europeos, pero sobre todo los estadounidenses, hablan del expansionismo ruso con tanta preocupación, resulta claro que les ha tocado escapar a una historia permanente de incursiones a sus respectivos territorios. Basta recordar la forma en que los sucesos del 11 de septiembre de 2001 modificaron toda la estructura y visión de seguridad nacional en Estados Unidos. Podemos pues, imaginarnos el peso que tiene en el entendimiento popular del territorio nacional cerca de 800 años de invasiones en ambas direcciones. Así, cuando Rusia (y la Unión Soviética) fue débil, la naturaleza ofreció poca protección; al contrario, cuando creció fuerte, hubo pocas barreras geográficas capaces de detenerla en su intención de proyectar su poder, virtualmente, en todas direcciones (Añorve, 2007:152). Rusia, incluyendo su periodo soviético, ha sido un país altamente invasor, pero también altamente invadido. A continuación se presenta un breve repaso de las principales invasiones perpetradas y padecidas por Rusia y la URSS (cuadro 1):3

Así, sólo teniendo en cuenta este doble papel –agresor–agredido–, podemos comprender la obsesión tanto de los zares como de los dirigentes soviéticos con la meticulosa defensa de la integridad territorial, sea rusa o soviética (Añorve, 2007:154).

Según el historiador ruso Vassily Klyuchevsky, la historia de Rusia es la historia de un país en proceso de colonización (1993:20). Es por esto que al hablar de Rusia siempre se ha hablado –y casi con certeza, siempre se hablará– de un modelo de fronteras móviles. El entendimiento de la alta volatilidad histórica de las fronteras rusas es necesario para no caer en explicaciones simplistas como la de Olivier Roy, para quien

[...] el expansionismo ruso está caracterizado por dos rasgos distintivos que siempre lo han diferenciado del colonialismo europeo. El primero, es que la expansión rusa ha ocurrido de forma continua en el tiempo; se ha desacelerado a veces, pero difícilmente se ha detenido. De igual forma, el expansionismo ruso ha mantenido la unidad territorial de la gran masa terrestre del imperio. El segundo rasgo es que los rusos han acomodado los sistemas políticos locales y las identidades culturales, lo que ha posibilitado al centro ruso control de forma efectiva la periferia no–rusa (citado en Kalyoncu, 2008).

En una explicación francamente apologética del imperialismo europeo, que está en línea con esa vieja taxonomía de imperios “buenos”, léase los liberales, e imperios “del mal”, aquellos totalitarios, Mehmet Kalyoncu demoniza a la variante del expansionismo ruso al señalar: “La distinción entre ambas formas de expansionismo es que el expansionismo ruso bien podría continuar, si bien es cierto a un ritmo mucho menor y con un perfil más bajo, mientras que el imperialismo europeo finalizó con la descolonización en la segunda mitad del siglo XX” (Kalyoncu, 2008, pp.).


La peculiaridad de la concepción soviética de la frontera

Si bien todo país cuenta con fronteras internacionales, aunque sean éstas marítimas, y con una división interna, no en todos los casos estas últimas divisiones pueden ser entendidas como fronteras problemáticas y/o como puntos de ruptura. La Unión Soviética es uno de esos casos en los cuales al hablar de las fronteras debemos de llevar a cabo un doble análisis: la configuración y administración tanto de las fronteras intraestatales como de las interestatales.

Analizaremos pues, en primera instancia, la configuración de las fronteras internas en la URSS. A pesar de que durante los años de la Guerra Fría los observadores occidentales compartían la visión de que la Unión Soviética como imperio colonial era una “rompedora de naciones”, Francine Hirsch considera esto inexacto. Para él, afirmaciones como la de Walter Kolarz de que “la URSS enmascaraba su propia política colonial en una retórica antiimperialista” son inadecuadas (Hirsch, 2000:201).

A diferencia de los “raptos” de tierra del colonialismo europeo, por razones ideológicas, la partición y repartición del territorio soviético entre los entes constitutivos del imperio y la metrópoli, en este caso Rusia, no siempre acabó “hurtando” a las demás repúblicas. De hecho, Hirsch explica que no fueron pocos los académicos occidentales que a principios de los noventa del siglo XX empezaron a tomar con seriedad el hecho de que los bolcheviques en realidad ayudaron a que clanes y tribus atrasadas se convirtieran en naciones (Hirsch, 2000:202). Advierte que los bolcheviques, a diferencia de los imperios capitalistas, deseaban crear un imperio benevolente,4 por lo cual su imperialismo era una política que los administradores y expertos soviéticos preferían llamar “evolucionismo patrocinado por el Estado”.

Bien señala Rasizade que los sucesores de Lenin “generosamente asignaron grandes trozos de tierras rusas históricas a las repúblicas soviéticas adyacentes en nombre del ‘internacionalismo proletario’”. Consecuentemente, esos territorios cedidos, junto con los habitantes rusos, fueron desprendidos de Rusia en 1991 como parte de los “nuevos estados independientes” (Rasizade, 2009:11). Desde luego, esta visión cuasialtruista debe ser tomada con reservas, ya que en realidad, si bien es un hecho que hubo una importante cesión de territorios, también es verdad que la intención de “adjuntar” a los ciudadanos rusos que habitaban estas “donaciones” era “rusificar” al imperio en su conjunto y mantener bajo control cualquier intento de explosión nacionalista al alterar la ecuación demográfica al interior de cada república, volviendo en no pocos casos, como el de Kazajstán, minorías al grupo étnico titular de la república en cuestión (Rasizade, 2009:24).5

El objetivo último, y al que correspondería el trazado de las fronteras intrasoviéticas, era crear naciones que evolucionaran y se asimilaran a la nueva cultura soviética. Esto, se presumía, con el pasar del tiempo conduciría a una unión socialista de pueblos desnacionalizados (Hirsch, 2000:2003).

El trazado interno de fronteras obedecía a una mezcla de factores como los siguientes: 1) consideraciones etnográficas;6 2) cada unidad territorial debería ser integrada en la economía planificada de la Unión como una región económica separada o como parte de una región económica mayor,7 y 3) viabilidad administrativa.8

Contrario a las expectativas bolcheviques de cultivar y desarrollar naciones, para luego fundir a pueblos ya “avanzados”, erigiendo una poderosa Unión, socialista y postnacional, el resultado de la política de formación de naciones, y el consecuente trazado de las fronteras internas, haría que al obligar a coexistir a grupos nacionales diversos dentro de una república con una nación titular específica, se produjeran discriminaciones, asimilaciones forzadas, pérdida impuesta de idiomas, etc.9 Lo anterior no resultó tan grave durante la era soviética como habría de serlo al desmoronarse la URSS. Las consecuentes crisis que generaron la desaparición de la URSS harían que se abriera la caja de Pandora de los nacionalismos, con lo cual hasta el día de hoy, al quedar inconcluso el trazado de las fronteras, no ha parado de correr la sangre en lo que fueron las fronteras de la URSS.10

Por lo que corresponde al manejo y la configuración de las fronteras internacionales de la URSS, podemos entender la concepción y dicho manejo como una respuesta a las agresiones de las que fue víctima esta nación durante la primera mitad del siglo XX, agresiones que llevaron a la élite soviética a vigilar celosamente sus fronteras y los posibles flujos, no sólo físicos sino del tipo que fueran. La situación internacional vivida al momento de la Revolución bolchevique de 1917 marcó el futuro de la concepción fronteriza en la URSS. La invasión nazi resultó importante no sólo para justificar la férrea defensa de sus fronteras, sino para que las élites soviéticas concluyeran que a menos que se incrementara su espacio vital, la existencia misma del Estado peligraría. Al respecto, Gordon East señalaba en 1951: “Durante el período de entreguerras la Unión Soviética no carecía de espacio; ahora, disfruta de un lebensraum tal como el que sólo Hitler pudo soñar. Su agrandamiento en parte fue logrado por medio de la diplomacia y en parte producto de la guerra” (1951:607). East reconoce que “todos los Estados fuertes han deseado fronteras seguras y la interpretación de ‘seguridad’ siempre involucra la expansión del territorio” (1951:607) La necesidad de territorio soviético es justificada por East desde una perspectiva evidentemente realista, ya que reconoce que “durante 20 años después de la Revolución, la Rusia soviética estaba confinada por el cordón sanitario de un mundo suspicaz y hostil” (1951:607).

El trabajo de Andrea Chandler ayuda a entender la concepción y el funcionamiento de las fronteras en la época soviética. Chandler lleva a cabo un estudio meticuloso sobre la lógica fronteriza dentro del pensamiento de las élites soviéticas, y llega a la conclusión de que en la etapa de gestación de la URSS, ésta resultaba ser muy vulnerable en sus fronteras, por lo cual, habiendo llevado a cabo la Revolución, se suscitaron preocupaciones específicas derivadas de la clase de revolución que representaba la Revolución rusa, y el peligro que ésta significaba para el mundo capitalista. A continuación sintetizamos los puntos que, según el estudio de Chandler, dieron forma a la visión soviética de las fronteras y su consecuente administración y funcionamiento.

  1. Al inicio de la Revolución se tuvieron problemas de lealtades político–ideológicas, por lo cual se dio la imperiosa necesidad (para consolidar la Revolución) de construir el Estado de afuera hacia dentro, es decir, desde las fronteras existentes del nuevo Estado hacia el centro controlado por los bolcheviques.
  2. La integridad territorial, como lo comprobó la costosa invasión de Hitler11 a la URSS, hizo que existieran razones de mantenimiento de la integridad territorial y de seguridad física al diseñar una política fronteriza tan restrictiva. No debemos olvidar que la URSS cobró existencia en medio de las dos grandes confrontaciones mundiales. En éstas, las fronteras fueron antes que nada una fuente de conflicto político, en el cual el control del territorio12 y el poder militar eran sinónimo de poder.
  3. La frontera que trazó la URSS fue una frontera con un elevado contenido ideológico (Chandler, 1998:16). En las décadas posteriores a la Revolución, la élite del Partido Comunista de la Unión Soviética había establecido un gobierno con atributos y poderes impresionantes. El tamaño de la burocracia soviética, su inversión militar y sus capacidades policiacas, así como su involucramiento en los asuntos socioeconómicos, no tenían paralelo en el mundo moderno.
  4. La política fronteriza (migratoria) era altamente restrictiva, al grado de parecer una política de fronteras impermeables. Los controles restringían severamente la capacidad ciudadana de emigrar o simplemente viajar al extranjero; asímismo, hacían difícil que las influencias externas y/o los visitantes entraran al país. Estos controles fronterizos complementaban las fuertes defensas territoriales de la URSS.
  5. La seguridad interna no distinguía entre la seguridad territorial y la seguridad social o política. Existían pasaportes y registros internos que prevenían el libre transito,13 incluso dentro del territorio y jurisdicción de la URSS.
  6. La vigilancia de las fronteras tanto territoriales como “mentales” era altamente eficiente, por lo menos según los criterios para mantener fuera a los elementos extranjeros (considerados como elementos de la civilización capitalista). El control y la fortaleza del Estado soviético hizo que se tuviera una reputación mundial gracias al férreo mantenimiento del espacio aéreo, que sumado a elementos de control ideológico hacía que, eliminadas las “impurezas” –enemigas del régimen–, fuera factible la existencia de una sociedad monolítica (Chandler, 1998:16).
  7. En verdad se puede hablar de un campo socialista. Podemos ver entonces que el contacto con el exterior estaba bastante limitado, por lo cual las fronteras (entendidas como puntos de ruptura y surgimiento de nuevos acuerdos institucionales) se encontraban “seguras”. Gracias al aislamiento en el cual vivía la población soviética, la mayor parte de la sociedad vivió y murió sin saber literalmente lo que acontecía fuera de sus fronteras, celosamente vigiladas.

Podemos ver que por razones de seguridad, –en la URSS era indisociable la seguridad interna de la seguridad externa, en realidad no podemos hacer una clara división entre fronteras nacionales y fronteras internacionales como sí se puede hacer en muchos otros países.

Dada la fortaleza y enorme rigidez del sistema soviético, mismo que parecía indestructible, una serie de problemas que subyacían al trazado de las fronteras intra–URSS, así como intra–CAME, hibernaban, no dejando ver que en el momento en que el sistema permitiera una apertura gradual, las consecuencias serían catastróficas y acabarían liquidando a la superpotencia. Así pues, el problema del trazado de las fronteras de la URSS fue acumulando tensiones y rivalidades. Desde luego, en el momento en que el Estado soviético comenzó a agrietarse, la presión y los odios acumulados explotaron súbitamente. Como Paul Austin ha argumentando en el caso de los fineses de Karelia, la lengua de la URSS y las políticas en cuanto al uso del alfabeto en ocasiones sirvieron para negar mayores vínculos con grupos en el exterior y para reemplazarlos con los lazos con Rusia (recuperado por Chandler, 1998:24). De esta manera, y con el minucioso trazado de las fronteras intrasoviéticas, el régimen comunista persiguió un interés consciente para suprimir las comunicaciones con Ucrania occidental, Turquía, Finlandia y Polonia, naciones a las cuales muchos ciudadanos soviéticos, en caso de despertar el sentimiento nacionalista, podrían recurrir en búsqueda de su origen cultural y lingüístico. El trazado artificial y altamente politizado de las fronteras y demarcaciones internas que se dio en la URSS hizo que las fronteras inter–repúblicas estuvieran organizadas de tal forma que promovieran las divisiones al interior de los grupos étnicos, cambiando la lógica de las lealtades económicas, nacionales y políticas.

Por otra parte, la URSS, a pesar de la decisión stalinista del “socialismo en un solo país”, siempre apoyó el internacionalismo socialista, mismo que sólo podía atraer clientes presentándose como un movimiento extranacionalista, extraterritorial y extracolonial. Es por esto que la URSS puso un gran énfasis en aquellos elementos no territoriales y no nacionalistas que polarizaban y fragmentaban al mundo. Como consecuencia, la frontera se convirtió en un símbolo físico (y argumento yo, también uno civilizatorio) de resistencia a la burguesía como clase y al capitalismo como sistema económico. Al respecto, East considera que producto de la gran extensión y distribución de sus fronteras (no siempre territoriales), la URSS tenía la capacidad de actuar e influir en otras latitudes en las siguientes formas: 1) distribuyendo su propaganda; 2) mediante la infiltración ideológica; 3) fomentando la guerra civil; y 4) mediante una guerra desenmascarada (East, 1951:592).


La desideologización de la frontera durante la transición

El profesor Juan María Alponte señalaba alguna vez que a fines del siglo XX la Unión Soviética abarcaba ideológicamente desde La Habana hasta Vladivostok; mientras tanto, su sucesora, la Federación Rusa, sólo llegaba a la puerta trasera de la oficina de pagos del Fondo Monetario Internacional. Lo anterior parece un fiel retrato de los dramáticos cambios que experimentó Rusia en su primera década como Estado independiente.

Como lo señalan Pablo T. Sánchez y Ana Teresa Gutierrez del Cid (2003), la tardía política exterior soviética se puede resumir en tres conceptos, los de la novoe myshlenye (nueva mentalidad): 1) la nueva interpretación de la seguridad nacional; 2) la doctrina de la suficiencia razonable; y 3) la desideologización de la política exterior. En los tres casos, los elementos que destacan los autores están perfectamente en línea con la hipótesis de la transición de la frontera ideológica hacia una frontera postmoderna (cuestionablemente post–estatocéntrica), si bien no carente o ignorante de las premisas estatales y virtuales de las que se habla en otro trabajo (Añorve, 2008). La seguridad nacional deja de responder exclusivamente a criterios de seguridad territorial y de un férreo control de todos los ámbitos de la vida social, política, económica, ideológica y hasta cultural por parte del Estado. En el caso de la doctrina de la suficiencia razonada, se pretendía suspender la hasta entonces predominante impermeabilidad de las fronteras de la URSS y la relajación de su perímetro de seguridad, ubicado bastante más allá de sus propias fronteras. Trascendental resulta que la nueva mentalidad reclamaba la sustitución de la ideologización de la política exterior y su reemplazo por un nuevo paradigma de acción y de formación de alianzas y vínculos interestatales e interinstitucionales.


Apertura a contactos con el mundo capitalista

Más allá de las características específicas derivadas de la naturaleza de cada uno de los Estados, el contexto macrointernacional es clave para entender aproximaciones tan distintas al manejo y concepción de éstas. Así, mientras la Unión Soviética se formó en un tiempo en el cual los controles fronterizos parecían incrementarse, hoy, en contraste, no son pocos los que interpretan el crecimiento del comercio internacional y las comunicaciones modernas como evidencia de que las fronteras se han vuelto menos relevantes (Añorve, 2007:160–161).

Sin pretender sobresimplificar los fenómenos de la transición, sí podemos por lo menos, como una primera aproximación, señalar con ciertas reservas que las fronteras del actual territorio ruso fueron fuertemente vigiladas, administradas y reguladas por el Estado, ente que buscaba “purificar” ideológicamente a la población contenida dentro de los límites territoriales sobre los cuales ejercía su jurisdicción. En el caso de la Federación Rusa, a pesar de que no podemos hablar de una desatención o abandono total de su perímetro territorial, si podemos afirmar tentativamente que los contactos, el influjo y la salida de bienes, capitales, personas e ideas son mucho más laxos y sencillos que durante la época soviética. Esto de ninguna manera nos autoriza a señalar que las fronteras se pueden desplazar libremente o que no existe política estatal alguna para mantener un orden social y económico, así como un respeto a la territorialidad del Estado ruso; simplemente nos permite pensar que los elementos territorio e ideología han sido desplazados por consideraciones económicas, sobre todo la expansión de los capitales rusos en el extranjero (Añorve, 2007).

El repliegue de las fronteras soviéticas se ve plasmado a la perfección desde la época gorbachiana. Una de las iniciativas de desarme más importantes, incluso como lo señalan Sánchez y Gutiérrez del Cid, es la forma en que Gorbachov anunció ante Naciones Unidas el 7 de diciembre de 1988 que en los dos años subsiguientes la URSS llevaría a cabo una reducción unilateral de sus fuerzas militares en 500 mil hombres y 10 mil tanques –reduciendo aproximadamente la mitad de los tanques situados en Europa del Este (frente a la OTAN) y regresando a casa a la mayor parte de las fuerzas desplegadas en la frontera china (Pravda, 1988)–. Lo anterior representaba alrededor del 10% del total del ejército soviético y cerca del 25% de los tanques estacionados en Europa del Este (Sánchez y Gutiérrez, 2003:34–35).

Ante la imposibilidad de mantener cohesionado al bloque comunista, es decir, a aquellos territorios y espacios civilizatorios ubicados dentro del dominio de su esfera ideológica, Gorbachov, como parte integral de su perestroika, entendida como su “nuevo pensamiento político”, en materia de política exterior recuperó el concepto de seguridad común14 entre la Unión Soviética y Occidente, mismo que fue introducido por el informe de la Comisión Palme en 1982; paralelo a esto, se modificó también la cuestión de las fronteras. De manera creciente, la liberalización de las fronteras era percibida como compatible con el interés económico del Estado en lo relativo a la facilitación del comercio exterior y el intercambio de información y comunicación. Las necesidades que surgían de la expansión de la civilización de los negocios requerirían forzosamente de crecientes viajes y comunicaciones para los viajes de negocios hacia y desde la URSS, tanto para ciudadanos soviéticos como para los extranjeros (Chandler, 1998:91). Bajo la perestroika, el liderazgo soviético y la legislatura se dispusieron a crear un sistema fronterizo más abierto y eficiente que permitiera e incentivara el comercio y los viajes, y el cual tuviera una concepción “minimalista” de las necesidades de seguridad del Estado. Apegado al espíritu de la perestroika y la glasnost, los controles fronterizos restrictivos eran percibidos por los reformistas como incongruentes con los nuevos aires de cambio que vivía el país. La relajación de la política migratoria no fue sino parte de un repliegue integral el cual incluso podemos afirmar se convirtió tan sólo en la forma más evidente y celebrada del inicio de un repliegue civilizatorio. Como ejemplo más abarcador de lo anterior, podríamos mencionar que de manera abrupta cesaron las críticas al imperialismo, pues precisamente el llamado a apartar la ideología de las relaciones interestatales estaba dirigido a Occidente. En su libro Perestroika, Gorbachov también exhorta a los países occidentales a liberar sus políticas de prejuicios ideológicos (Sánchez y Gutiérrez, 2003:36).

Al abordar el asunto de la desideologización de la política exterior rusa, Sánchez y Gutiérrez del Cid, advierten que tal cambio de mentalidad incluso llevó al otro extremo:

Un extremismo fue sustituido paulatinamente por otro. El mito del socialismo desarrollado fue reemplazado por el mito del capitalismo ideal. El Partido [Comunista] sufre una derrota tras otra hasta ser prohibido como organización política en 1991, pero quizá la peor derrota fue la crisis teórica provocada finalmente por la pérdida de credibilidad del marxismo–leninismo ante sus propios correligionarios (Sánchez y Gutiérrez, 2003:26).

Como ejemplos del fenómeno de desideologización, tenemos el cese de la adhesión a las posiciones de defensa de los principios de internacionalismo proletario y socialista y la aplicación de un nuevo postulado en las relaciones con los países socialistas y subdesarrollados: el de las relaciones sobre la base del beneficio o ventaja mutua, o sea, la aplicación de criterios estrictamente económicos a la política exterior. Este nuevo principio, como comentan Sánchez y Gutiérrez (2003:37), se vio también reflejado en el marco del Consejo de Ayuda Mutua Económica (CAME), donde países miembros como Cuba, Vietnam y Mongolia resultaron los más afectados.

Con el fin de la frontera ideológica, al mismo tiempo que Occidente incorporaría varios millones de kilómetros cuadrados a la economía de mercado global, la URSS veía desmoronarse su zona de influencia ideológica, pero sobre todo, había sido privada de sus socios económicos y comerciales. Para 1990 aproximadamente 70% de las exportaciones rusas estaban destinadas a otras repúblicas soviéticas y 47% de las importaciones se compraban de ellas. El comercio con Occidente era limitado y en ocasiones involucraba el trueque de materias primas por productos manufacturados. La situación cambió dramáticamente después del colapso de la URSS (Economist Intelligence Unit, 2001:43). Ya para el 2000, los países no miembros de la CEI representaban 86% de las exportaciones rusas y 70% de sus importaciones, con la Unión Europea participando con 40% del comercio exterior ruso (Economist Intelligence Unit, 2001:43).

Un rasgo diferencial de la Federación Rusa respecto de la URSS es que Rusia está enfocada comercialmente hacia fuera y políticamente hacia dentro; en el caso de la URSS, era precisamente en el escenario político donde buscaba (muchas veces con éxito) expandir sus fronteras, mientras los asuntos económicos y comerciales permanecían principalmente como asuntos de competencia doméstica (Añorve, 2007:177).


Los nuevos retos de la frontera postsoviética: la doble amenaza

A diferencia de Estados Unidos y ciertos Estados occidentales cuya identidad nacional e integridad territorial no están en jaque, al desaparecer el poder cuasiabsolutista del Estado soviético, la Federación Rusa pronto enfrentó un doble problema fronterizo: 1) fijar las fronteras internas, lo cual era un asunto difícil desaparecido el mito del Estado proletario internacionalista como resultado de la desideologización del régimen, y 2) definir la estrategia a seguir respecto a la multiplicidad de nuevos Estados con los que ahora se tenía una nueva frontera internacional.

Mirando en retrospectiva los fundamentos de la política fronteriza de la Federación Rusa en 1996, podemos apreciar la forma en que la debilidad estatal obligaba a conceptualizar la frontera de una forma muy distinta a la que se tiene actualmente. Los principios de dicha política en 1996 eran, entre otros: a) el respeto mutuo de la soberanía y la integridad territorial de los Estados; b) la inviolabilidad de las fronteras; c) la resolución pacífica de los asuntos fronterizos; y d) el respeto de los derechos y las libertades tanto humanas como civiles (Consejo de Seguridad de la Federación Rusa, 1996). Es preciso notar que la Federación Rusa no ejercía reclamos territoriales sobre otros Estados y trabajaba para un consistente y total cumplimiento de un proceso libre de conflicto para la definición, con base en el derecho internacional, de su frontera estatal (Consejo de Seguridad de la Federación Rusa, 1996).

Respecto a los nuevos retos fronterizos, uno de los ejemplos más claros en torno a la conducción de la política fronteriza “doméstica” al cesar la franquicia soviética, es el de los territorios y/o poblaciones de la Federación Rusa, que debido a las dificultades de la transición podrían ser fácil presa de los respectivos proyectos panturcos y/o panislámicos. Turquía, que cuenta con uno de los ejércitos terrestres más poderosos del planeta y con un gasto militar descomunal en relación con su Producto Interno Bruto (PIB), desde luego representaba un socio mayor y un serio aspirante a potencia regional, que podría cooptar a unos 50 millones de habitantes de la ex Unión Soviética. Esto desde luego se debió a que Moscú había renunciado a su papel prominente respecto a las ex repúblicas, pero también debido a que el Estado no tenía la capacidad suficiente de vigilancia respecto a los fenómenos que sucedían dentro del espacio sujeto a su propia jurisdicción. Al cuestionarse la vieja política lingüística y religiosa, tal fenómeno de relajación de controles y lealtades se relajó todavía más al grado de hacer posible que un país extranjero pusiera en riesgo la integridad cultural del naciente Estado. El libro Panturquismo en la geoestrategia turca en el Caúcaso de Alexander Swarantz (2002) concluye que el panturquismo y el panislamismo son peligros mayores para la seguridad de las fronteras del sur de Rusia.

Aunado al peligro turco está la indiscutible amenaza china.15 Vitaly Tsygichko, en su correspondencia con Dmitri Trenin, pone particular énfasis, al referirse a la amenaza china, en el “espacio de sobrevivencia”, el cual incluye a todas las esferas en las que se dan las actividades vitales del Estado: la tierra, el mar, el espacio submarino, el aire y el espacio. Las dimensiones del “espacio de sobrevivencia” son determinadas por las capacidades económicas, científicas, técnicas, sociales y militares de un país (lo que se conoce como el “poder total” del Estado). Tsygichko afirma que de acuerdo con los teóricos chinos, las fronteras estratégicas del “espacio de sobrevivencia” de las grandes potencias se extienden más allá de las fronteras estatales. En la opinión de estos teóricos, explica Tsygichko, la mayoría de los países hoy día buscan establecer nuevas fronteras estratégicas para definir su “espacio de sobrevivencia”, mismo que debe corresponder con el poder real del Estado. De ahí se desprende que China debe de incrementar su “espacio de sobrevivencia” de acuerdo con su crecimiento económico y su poder militar (Security Index, 2007). Debido a la enorme disparidad demográfica entre ambos países, así como a la enorme línea fronteriza que comparten, uno de los principales candidatos para incrementar el espacio de sobrevivencia chino resulta ser el territorio y los recursos rusos. De hecho en 2008, producto de un acuerdo de 2004, Rusia se comprometió a entregar a China las islas Tarabarov y la mitad de las islas Ussuriysky, localizadas en la unión de los ríos Amur y Ussuri, y cercanas a una ciudad importante de Rusia como Jabarovsk (Blair, 2009). Esto si bien no puede comprobar la inminente amenaza advertida por Tsygichko, sí parece ser un elemento a considerar para entender que por remota que parezca en la actualidad una disputa o guerra de gran envergadura entre ambos países, existen elementos, sobre todo tomando en cuenta las premisas de la escuela realista, para pensar que la zona fronteriza rusa–china puede sufrir alteraciones. Por otro lado, para otros estudiosos resulta exagerado el miedo ruso respecto a la “amenaza china”16 (Karlin, 2009). De hecho, hay trabajos que incluso asumen que la invasión sucederá pero a la inversa: una invasión, ciudadana y no estatal, de rusos a China, ya que la economía china es más sana y con mayores perspectivas de crecimiento que la rusa (Kucera, 2010). En cualquiera de los escenarios, resulta evidente que ambos países están preocupados por la nueva dinámica fronteriza.17


Crisis recurrentes en la transición y Estado fallido

Como resultado de la opresión soviética, tenemos que aun cuando Rusia, como resultado de la perestroika y la glasnost, estaba dispuesta a tener un sistema fronterizo más eficiente, incluso promotor del comercio y los viajes, pronto encontró un problema que no se había contemplado en la fase de júbilo al desmembrarse la URSS: las 15 repúblicas que habían tenido éxito en su secesión respecto a la URSS, propusieron (especialmente los tres Estados bálticos, además de Ucrania18 y Georgia) establecer sus propias fuerzas de control fronterizo19 como parte integral del reclamo de su soberanía y del proceso de una creación y consolidación de identidades nacionales (Chandler, 1998:8). Desde luego, estas fuerzas nacionales de control fronterizo no tenían ni la experiencia logística ni los recursos económicos de los cuales gozaba el servicio fronterizo soviético.20 Como resultado, el contrabando transfronterizo y los movimientos de refugiados proliferaron en medio de un ambiente de incertidumbre tras el colapso de la URSS. Andrea Chandler menciona una situación paradójica: a pesar de que los Estados postsoviéticos deseaban insertarse dentro de la comunidad internacional, habían heredado las “sobras” de la complicada red soviética de controles fronterizos; pronto este deseo de internacionalización se vio cuestionado por fenómenos que también se desataron como consecuencia de la desa­parición de la URSS. Estos nuevos problemas que estaban relacionados con el nuevo y complejo mapa fronterizo eran: las disputas territoriales entre los Estados, la incertidumbre sobre la jurisdicción militar, los reclamos separatistas por parte de minorías étnicas, y las luchas por la autoridad entre los gobiernos centrales y los locales. Esta incertidumbre y caos se vieron traducidos en fallas concretas: 1) la imposibilidad de crear una Unión Aduanera entre los países de la CEI; 2) el surgimiento de proyectos macroeconómicos que abiertamente competían unos con otros (por ejemplo gasoductos); y 3) la incapacidad para crear principios y una doctrina común respecto al manejo de las fronteras externas comunes de la CEI (Nikitin, 2008:13).21

Gorbachov buscó transformar a la URSS en una superpotencia en todo el sentido de la palabra; sin embargo, la forma peligrosa en la que se buscó la reforma política y económica sólo empeoró las cosas, dando una razón extra a las fuerzas separatistas, en principio limitadas a las repúblicas no–rusas, mismas que ya estaban determinadas a desprenderse, mientras el centro era demasiado débil para resistir efectivamente (Hewett y Gaddy, 1992:130). Para 1992 ya no era posible hablar de una economía única en el territorio de la ex URSS, y pronto dentro de la propia Rusia “liberada”. Así, el desmembramiento lejos estaba de cuestionar sólo a la URSS, y pronto se cuestionaría la existencia de la propia Federación Rusa, la de una Rusia unida. Es probable que por la necesidad imperiosa de revertir esta posible implosión de la Federación Rusa, el Partido oficial en la actualidad se llame precisamente Edisntvo.22

Otro grave problema que enfrentaba Rusia, además del de qué hacer con sus nuevas fronteras internacionales, era el problema del federalismo ruso, el cual en última instancia nos remite a la cuestión del rediseño de las fronteras, en este caso, de las fronteras internas de la Federación Rusa.

En la era postsoviética, cuando regiones poderosas como Tatarstán se negaron a firmar el nuevo tratado federal, en lugar de reprimirlas, se llegó a acuerdos especiales bilaterales que buscaban evitar una potencial confrontación desastrosa. Más tarde esta práctica se convirtió en algo común, teniendo como resultado que más de la mitad de las regiones (4623 en 1994, incluyendo Sverdlovsk, Moscú y San Petesburgo) había establecido relaciones “especiales” con la Federación (Dunlop, 1993:63)24

Un problema adicional que tenía la Federación Rusa es que las entidades que la conforman están sometidas a un esquema jerárquico en el cual la igualdad legal de las entidades es simplemente una quimera. Como lo señala Brazelton, la asimetría es la característica fundamental del federalismo ruso; esta asimetría está instituida a nivel nacional. De esta forma, las repúblicas nacionales gozan de un mayor grado de autonomía, a pesar de que ésta no sea reconocida formalmente por las autoridades centrales. La realidad es que durante el régimen de Yeltsin gozaron de privilegios que otras entidades federativas simplemente no tenían (Brazelton, 2004:20). Al otorgar derechos basados en la fuerza y reclamos étnicos de las repúblicas, a la vez que se subordinaban a otras unidades administrativas como los oblasts y krais, se dio una federación desigual en donde la subordinación al centro no se basaba en la igualdad de las entidades federativas, sino que, como señala Paul Goble, se asemejaba más a una muñeca matrioshka (Goble, 2004). La administración de Yeltsin toleró discrepancias entre las constituciones de las repúblicas y las leyes básicas de la federación. Reflejo de lo anterior es que Tatarstán, Bashkortostán, Yakutia y Buriata se proclamaron todas “Estados soberanos”; por su parte, Karelia anunció su soberanía económica. Muchas de estas repúblicas rehusaban pagar impuestos al gobierno federal y permanecían impunes (Trenin, 2002:235). Richard Sakwa afirma que el regionalismo que prevaleció durante la era Yeltsin, caracterizado por la erosión de los principios constitucionales propios de un espacio económico y legal único, fue posible gracias a la debilidad que caracterizó al Estado ruso bajo este gobierno (Sakwa, 2004:238).

El fantasma que representaba el debilitamiento extremo del Estado bajo la era Yeltsin invitaba a los analistas a pensar en una probable yugoslavización (balcanización) de la otrora superpotencia.

La llegada de Putin puso fin a la indisciplina vivida en la Federación Rusa. Precisamente las repúblicas fueron el blanco central de las reformas de Putin, toda vez que éstas habían sido precisamente las entidades federativas que habían cometido el mayor número de violaciones. Por ejemplo, 19 de las 21 constituciones de las repúblicas existentes para 1996 violaban la Constitución Federal de 1993; en casi todos los casos, estos documentos reclamaban la soberanía de las repúblicas. Putin llevó a cabo una reforma de la federación. Desde el primer verano de su presidencia manifestó su intención de expulsar a los omnipotentes líderes regionales del Consejo de la Federación; además, rápidamente buscó obtener el derecho de destituir a los gobernadores de sus puestos. Lo que al parecer sucedió bajo Putin, es que su administración reemplazó un sistema federal indisciplinado, asimétrico y, sobre todo, con un pobre funcionamiento, por una estructura no tanto federal, sino unitaria.

La primera lección que aprendió Putin respecto al manejo de las fronteras (en este caso internas) es que a pesar de que no se dio finalmente una disolución de Rusia, la integridad territorial y la sobrevivencia del Estado pueden ser erosionados por la presión de las regiones (Peca, 1998:8). No fueron pocas las autoridades centrales que previeron una posible ruptura de la federación y su desmembramiento. Un ejemplo relevante de esto se dio cuando el primer ministro ruso, en su discurso a la Duma estatal del 11 de noviembre de 1998, declaró que la integridad de Rusia estaba bajo cuestionamiento, ya que había una seria amenaza de que se dividiera el país (Valuev, 2000:30). El propio alcalde de Moscú, Yuri Luzhkov, compartía los miedos de intelectuales y medios de comunicación, y a mediados de 1999 advertía sobre el peligro de que el Estado ruso se colapsara, dando lugar a que neo–principados de tipo feudal riñeran entre ellos mismos (Luzhkov, 1999:6).

Las perspectivas de fragmentación y disolución de la federación eran tan claras hacia el final de la administración Yeltsin, que Putin en mayo del 2000 lanzó un esfuerzo para intentar influir en los gobernadores y en las regiones rusas. Putin buscó la aprobación de la Duma en su intento por crear un nivel intermedio –siete representantes plenipotenciarios regionales designados por el Kremlin– que vigilara las 89 unidades administrativas de la Federación Rusa: los siete distritos federales (regionales) propuestos fueron: el Central, el Noroeste, el Volga, el Sur, los Urales, Siberia y el Lejano Oriente. Este esfuerzo fue una exitosa respuesta a las presiones de fragmentación (Ruble, Koehn y Pospón, 2002:5). De hecho, producto de la situación cambiante en la frontera sur rusa, a inicios de 2010, Dmitri Medvedev creó el octavo distrito federal, el Caúcaso Norte,25 mismo que fue separado del distrito federal del Sur (Diario Moscú, 2010).

Visto desde la perspectiva del nacionalismo panruso, los noventa aparecen como una serie de humillaciones por parte del victorioso Occidente, y como una era oscura de pérdida de poder y territorio. La meta primaria de integración con Occidente ha sido reemplazada por la de reconstruir a Rusia como una gran potencia petro–militar.

Si bien la doctrina fronteriza de 1996 era más bien pasiva, quedaba claro que tal doctrina habría de modificarse en el momento en que el desmembramiento estatal cesara. Aquel documento de 1996 advertía: “Los fundamentos de la política fronteriza de la Federación Rusa pueden ser suplementados, enmendados y mejorados en la medida en que la sociedad avance sociopolíticamente y logre un progreso económico de acuerdo con los cambios en el desarrollo mundial” (Consejo de Seguridad de la Federación Rusa, 1996).


Combate a la unipolaridad estadounidense (planteamiento de alianzas pragmáticas para conseguir un orden multipolar)

Para el segundo periodo presidencial de Vladimir Putin, era claro que Rusia había dejado atrás la ilusión de las fronteras “confiables” con requisitos de seguridad (militar) mínima. Producto de su desencanto con Occidente, en un encuentro del 24 de enero de 2007 con Romano Prodi, primer ministro italiano, Putin afirmaba: “En la medida en que las capacidades económicas, políticas y militares de Rusia crecen en el mundo, está emergiendo [Rusia] como un competidor, un competidor que había sido ya descartado. Occidente quiere poner a Rusia en un lugar predefinido, pero Rusia encontrará por sí misma su lugar en el mundo” (citado en Rasizade, 2009:11–12).

El fragmento anterior es indispensable para entender las modificaciones en las doctrinas de seguridad nacional y en general para comprender mejor los cambios en materia de política exterior, incluyendo la fronteriza. El concepto de seguridad nacional ruso de diciembre de 1997 todavía mostraba el entusiasmo y la creencia en lo que bien podríamos denominar como “fronteras confiables”. Basta recuperar el texto de 1997 para darnos cuenta del optimismo que posteriormente se fue apagando:

Las precondiciones para la desmilitarización de las relaciones internacionales y el fortalecimiento del papel de la ley en la solución de disputas en los problemas interestatales, han sido creadas y el peligro de agresión directa contra la Federación Rusa ha disminuido. Todo esto abre, fundamentalmente, nuevas oportunidades para movilizar recursos para resolver los problemas internos del país (Rossiiskaya Gazeta, 1997:4).

El mismo documento reducía significativamente el papel militar en la resolución de conflictos: “[…] se incrementa la oportunidad de garantizar la seguridad nacional rusa por medios no–militares, por medio de tratados legales y otras medidas políticas y económicas” (Rossiiskaya Gazeta, 1997:4).

La nueva estrategia de seguridad nacional del 13 de mayo de 2009 reemplazó a las doctrinas fronterizas de 1996 y a la concepción de seguridad nacional de 1997, la cual fue actualizada en 2000.

Si bien la política exterior rusa de seguridad ya no pone énfasis en la confrontación de bloques, y está basada en el pragmatismo y la racionalidad antes que en la ideología y la tradición, la nueva doctrina ha sido una respuesta a la declinación del poder estadounidense, lo cual ha permitido a Rusia promover el modelo de “centro regional” o “Estado regional” (Estrategia Nacional de Seguridad de la Federación Rusa, 2009) al tratar de redefinir su relación con el espacio postsoviético.

A diferencia de las doctrinas de 1997 y 2000, la doctrina de 2009 ha dejado atrás el énfasis en la inviolabilidad de las fronteras (de los Estados vecinos), ha cuestionado la soberanía irrestricta de los Estados y ha puesto un mayor énfasis (aunque ya se mencionaba desde el concepto de seguridad de 1997) en la obligación del Estado ruso de velar por los intereses de sus connacionales allende sus fronteras. Esto desde luego nos remite a la instrumentalización de la diáspora rusa para justificar el posible ensanchamiento de las fronteras rusas.

La nueva doctrina de seguridad ha dejado de considerar a la OTAN y a Estados Unidos como enemigos, clasificando a ambos como “socios condicionales”. Lo anterior abre una posibilidad real de cooperación basada en el reconocimiento de los intereses mutuos, partiendo siempre de la idea de que Rusia no es un socio junior de Occidente ni de Estados Unidos, sino un socio igual con aspiraciones regionales legítimas. Por lo anterior, el que esas sociedades sean fructíferas o un fracaso, dependerá de que la OTAN detenga su expansión hacia las fronteras rusas, de que no se intente una superioridad militar y tecnológica que busque empequeñecer y ridiculizar el potencial nuclear ruso, y que en asuntos de seguridad euro–atlántica, se respete el derecho de veto ruso en la ONU (Penkova, 2009).

Dmitri Trenin asume que Rusia exige tres cosas de parte de Estados Unidos: 1) no intromisión en la CEI, 2) no expansión de la OTAN, y 3) no despliegue de tropas o armas cerca de las fronteras rusas. En un discurso pronunciado en Munich, Vladimir Putin de hecho sentó las condiciones en las que se daría una relación de asociación entre Estados Unidos y Europa con Rusia. Las condiciones eran: acéptenos como somos, trátenos como iguales, y establezcamos una cooperación basada en intereses mutuos. Para 2008 y 2009 se volvió obvio que Rusia se movía hacia un creciente aislacionismo respecto a Occidente, como resultado de la negativa euro–atlántica a tomar en serio las peticiones rusas (Trenin, 2009).

Por su parte, Sergei Lavrov se preguntaba si correspondía con el espíritu de la época el hecho de que algunos Estados–nación se empezaran a formar sobre las ruinas de la Unión Soviética. Después de criticar la construcción de las naciones desde una perspectiva posmoderna, Sergei Lavrov sugirió una alternativa: la integración de una “segunda Europa” en torno a Rusia (Trenin, 2009).

Esta inconformidad con la presión ejercida por la OTAN en lo que Rusia percibe como su “proximidad” está tratando de ser contrarrestada por medio de la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva (CSTO), que viene a ser una especie de OTAN que reúne las fuerzas armadas de siete países26 en una máquina militar y de seguridad bien coordinada. Nikitin (2008:21) considera que dicha organización se verá fortalecida para la segunda década del siglo XXI. Nikitin ve a la CSTO como la institución que reemplazará en lo político–militar–estratégico a la CEI. Podemos imaginarnos que a la par del fortalecimiento de la Organización para la Cooperación de Shangai (SCO) se fortalecerán las capacidades rusas de hacer frente a la OTAN y en general a las fuerzas occidentales que, tal como lo percibe la élite rusa, amenazan sus fronteras.

Para Rasizade, las nuevas realidades geopolíticas, incluyendo el conflicto con Georgia, deben ser entendidas desde el punto de vista ruso, mismo que considera que el periodo que transcurrió entre la desintegración de la URSS y el fortalecimiento del Estado ruso fue un periodo en el que persistieron los intentos estadounidenses y de la OTAN para llenar el vacío geopolítico resultado de la desaparición de la superpotencia. En cambio, la guerra en Georgia ha demostrado que ya no existe tal vacío (Rasizade, 2009:26).

En realidad, la invasión rusa a Georgia, desde la visión rusa, resultó en gran parte ser culpa de la ambición desmedida de la OTAN. De hecho, no debe sorprendernos que el despliegue de guardias fronterizos rusos de mayo de 2009, se llevara a cabo justo antes de que la OTAN emprendiera maniobras militares en Georgia (Shuster, 2009). Respecto a la tragedia en Tskhinvali, Dmitri Medvedev sostuvo que “no tiene sentido ocultar el hecho de que la tragedia en Tskhinvali fue posible en parte por el hecho de que la administración estadounidense cerró sus oídos al criticismo y prefirió el camino de las decisiones unilaterales” (Thomas, 2008). Para Rasizade es claro que la guerra con Georgia lleva un mensaje inequívoco para Occidente al trazar una línea (un límite): “Occidente puede llegar hasta allí y no más lejos” (2009:27).

Rusia ha hecho frecuentes llamados para lograr una nueva estructura global económica y de seguridad que reemplace a lo que el presidente Medvedev denomina “estructuras unipolares” dominadas por Estados Unidos. Esta política de freno de la unipolaridad estadounidense y su cerco de Rusia, ha llevado a que la política fronteriza de Rusia se base en la “sospecha” en lugar de en la concepción antes descrita de “fronteras confiables”. Una vez controlada la potencial insurrección dentro de las fronteras internas de la federación, lo que corresponde es el establecimiento y control de un área exterior que garantice la inviolabilidad de la frontera internacional reconocida de la Federación Rusa. Con el fin de garantizar la frontera internacional, el fortalecido Estado ruso ha emprendido una doble estrategia:

  1. Un diseño consciente de lo que es el área de influencia incondicional de Rusia, la cual consiste en los países que son considerados como su “cercano extranjero”, que no es otra cosa que los territorios de la extinta Unión Soviética. De ahí que producto de su retiro del Tratado de Fuerzas Armadas Convencionales en Europa (CFE–1) en 2007,27 Rusia se encuentre militarizando el Caúcaso y sus fronteras en general (Rasizade, 2009:9).28
  2. La expansión de la frontera territorial29 (Rasizade, 2009) y/o marítima en aquellos casos en los cuales el eje de la política exterior de Rusia, los energéticos, pueda ser cuestionado: en el primer supuesto, tenemos el pronunciamiento prácticamente unilateral del cambio de la frontera internacional reconocida con Georgia (vía Osetia del Sur y Abjasia); en el segundo caso, mediante la declaración unilateral rusa de la soberanía sobre el Ártico.

En el mediano plazo (10–15 años), y basándonos en la nueva concepción de seguridad nacional rusa, que irremediablemente impactará en la concepción y fijación de sus “fronteras”, el desplazamiento de la frontera de acción e influencia rusa, se puede vaticinar, abarcará: a) el Cercano Este, b) el mar de Barents, c) otras regiones del Ártico, d) el mar Caspio, y e) Asia Central (Azeri Press Agency, 2009). El documento augura futuras guerras energéticas, por lo cual las regiones anteriormente señaladas, ya sea por los energéticos o por su ubicación como territorios de paso, serán puntos neurálgicos dentro de la doble política fronteriza rusa. Incluso la seguridad rusa tiene una nueva dimensión, ya que históricamente la dimensión marítima no había sido muy importante. La nueva doctrina marítima rusa incluye una flota naval, buques mercantes, buques pesqueros y embarcaciones de investigación; todo esto, como parte de una aproximación holística de explotación del mar. Esto en gran parte como una respuesta esperada del Estado ruso ante la monumental crisis demográfica, que en un momento dado podría ser más peligrosa para mantener la integridad del Estado ruso que una posible invasión extranjera. Por lo mismo, la expansión hacia el Ártico no sólo tiene que ver con recursos energéticos y/o rutas comerciales prospectivas, que harían del Ártico un nuevo “El Dorado” destinado a hacer florecer la frontera económica del siglo XXI, sino que como advierte Marlene Laurelle,

[...] con una población declinante, que se espera se reduzca hasta los 100–110 millones de habitantes para la mitad del presente siglo, las perspectivas de largo plazo de sobrevivir como una gran potencia son reducidas. La perspectiva de contar con una “última oportunidad” gracias al Ártico y a la transformación climática de Siberia reabre las visiones de largo alcance para la supervivencia del país (Laurelle, 2009).

Michael J. Economides (2006) resalta la siguiente paradoja:

Lo que Nikita Jruschev intentó hacer con armas nucleares durante la Guerra Fría, casi medio siglo después lo estaba haciendo en 2006 Vladimir Putin con el uso del petróleo y del gas. Los recursos energéticos están dando a Rusia un sentido de poder, un poder que puede significar algo más que simple prosperidad económica30 para Rusia.

Para aquellos en Occidente que esperaban que con el fin de la presidencia de Vladimir Putin Rusia relajaría su política fronteriza y de seguridad nacional, haciendo de ésta una más “abierta” y “confiable”, tomando en cuenta los conceptos de apertura y confiabilidad que para detrimento del Estado ruso se adoptaron durante las administraciones de Gorbachov y luego de Yeltsin, es preciso recordar que para 2009 y mirando en retrospectiva parece claro que Moscú ha renunciado a limitarse al control de los fenómenos ocurridos sobre su juridiccionalidad. El gobierno de Medvedev, que debe ser visto como la continuidad histórica no de un caudillismo, sino de un proyecto de fortalecimiento y consolidación del Estado–nación ruso, no parece querer dejar atrás lo que podríamos llamar la “doctrina Putin”, por la cual Moscú se reserva el derecho de ajustar, por la fuerza si es necesario, cualquier disputa en sus Estados vecinos, y mantener los ductos de gas y petróleo funcionando, aun en partes del sistema que se encuentren más allá de las fronteras rusas (Belarusian Review, 2003). De hecho, Medvedev ha dejado en claro que son cinco los principios que guiarán la política exterior de Rusia (Reynolds, 2009). Podemos inferir que de la aceptación y respeto de Occidente de estos puntos dependerá la extensión de la “frontera” rusa. Los principios son: 1) derecho internacional; 2) un mundo multipolar; 3) no al aislamiento; 4) protección de sus ciudadanos; y 5) esferas de influencia.

El ministro ruso de relaciones exteriores, Sergei Lavrov, abiertamente declaró que “ciertos poderes europeos habían decidido probar la fortaleza de la autoridad rusa y nuestros vigilantes de la paz, usando como conducto a Saakashvili, incluso forzándonos a embarcarnos en el camino hacia la militarización y a abandonar la modernización” (Lavrov, 2008).


La diáspora rusa: hacia una concepción ampliada de la frontera rusa

La situación de la diáspora rusa resulta absolutamente central en la transformación del concepto de frontera y en las posibles reconfiguraciones de ésta en la Rusia de Putin y Medvedev. Putin ha sido muy claro, primero como presidente y ahora como primer ministro, sobre los retos que trajo para el Estado ruso la reconfiguración fronteriza resultante de la desaparición de la URSS. El 25 de abril de 2005 en su informe anual ante la Duma estatal, Putin señalaba:

Primero y lo más importante, vale la pena reconocer que la desaparición de la Unión Soviética fue la más grande catástrofe geopolítica del siglo. Por lo que toca a la gente rusa, se convirtió en una genuina tragedia. Decenas de millones de nuestros conciudadanos y paisanos se encontraron de repente más allá de los márgenes del territorio ruso (citado en Rasizade, 2009:9).

Ante una situación de despoblamiento de la Federación Rusa, misma que parece ser irreversible, Rusia ha optado por poner un fuerte énfasis en la consideración de su diáspora como connacionales de igual peso y relevancia que los rusos31 viviendo en la federación. El recurso al discurso nacionalista, en el cual se incluye a “todos”32 los rusos, ha sido una estrategia de política exterior a la cual ha recurrido el Estado ruso en su intento por hacer que las fronteras de la Federación Rusa no se estanquen en las fronteras heredadas en 1991. Hay otro hecho que ha sido poco abordado y que justifica también desde una visión realista33 esta política que bien podría ser considerada demasiado nacionalista o xenofóbica en la época de la globalización: Rusia tiene una población que decrece rápidamente y que según la ONU podría descender de los 141 millones de habitantes en la actualidad a unos 101.5 millones de habitantes para el año 2050 (citado en Añorve, 2007:200). Ante una crisis demográfica como la que enfrenta Rusia desde hace dos décadas, es preciso revertir este fenómeno por medio de la inclusión de “todos” los rusos, ya sea promoviendo su regreso a la Federación Rusa, o bien, manteniendo “vivo” el nacionalismo ruso allende sus fronteras para así derivar beneficios como el envío de remesas, la inversión en Rusia, una opinión pública favorable, el turismo de nostalgia, etc. El más claro ejemplo de lo anterior se dio durante la preparación y el desarrollo de la guerra con Georgia. El enclave de Osetia del Sur ha buscado protección rusa desde 1993. Las tropas del Kremlin, oficialmente designadas salvaguardas de la paz, desde entonces han preservado de forma extraoficial la autonomía de una población de unos 70 mil habitantes, 90% de éstos, portador de un pasaporte34 ruso (rosianin) (McElroy, 2008). Tal guerra atestiguó que tanto con Putin como con Medvedev se ha dado una ampliación del concepto de frontera rusa, misma que ahora parece coincidir con la presencia de connacionales, lo cual incluye tanto a los russkii como a los rosianin dentro del pragmatismo ruso. Desde la preparación de la guerra, se puede apreciar en el discurso esta nueva concepción de frontera dentro del pensamiento del Estado ruso (Sopor, 2008). Moscú, con las acciones anteriores, está erradicando abiertamente las fronteras internacionales por medio de la fuerza.

Osetia del Sur y Abjasia no son únicos: existen unos 10 bolsos de conflicto separados en ambos lados de la frontera rusa en el Caúcaso. Sin embargo, la campaña rusa para mantener su influencia externa va más allá de la problemática red de clanes y tribus ubicadas en las montañas del Caúcaso. Además de Osetia del Sur y de Abjasia, está la situación de Crimea35 en Ucrania; el norte de Kazajstán; el Transdniester en Moldavia; Narva en Estonia, y algunas áreas orientales de Letonia. Todas estas áreas mantienen fuertes vínculos con Moscú, al mismo tiempo que las naciones a las cuales pertenecen han desarrollado fuertes vínculos con la Unión Europea (UE) y con la OTAN. La mayoría de estos enclaves son el hogar de poblaciones sustanciales de rusoparlantes. Muchos de éstos se mudaron a esos países durante el periodo soviético de la “rusificación”. Lo que es indiscutible es que estos movimientos separatistas han tenido un papel crítico en la estrategia rusa de “desafío” a las fronteras “pactadas”.

Después de Georgia el próximo foco de conflicto podría ser Crimea. No sólo la mayoría de los habitantes de Crimea36 son étnicamente rusos (russkii), sino que la ciudad más grande de la península, Sevastopol, alberga la flota rusa del mar Negro.37 Para Oleksandr Terliuk, “es un secreto a voces que el liderazgo ruso considera a Crimea como su propio territorio,38 el cual temporalmente se convirtió en parte de Ucrania por un error histórico” (Terliuk, 2009).


Conclusiones

Resulta muy difícil que el concepto de fronteras confiables y abiertas de la era Gorbachov y Yeltsin reencuentre cabida entre las élites rusas, sobre todo si tomamos en cuenta una serie de declaraciones y acciones por parte de las élites en Occidente, en especial en Estados Unidos. Llamados como el de J. R. Dunn,39 editor consultivo de American Thinker, que en lugar de reconocer la legítima existencia de intereses nacionales rusos en condición de potencia regional, se manifiestan a favor de un repliegue abierto, por medio de la fuerza del expansionismo ruso, siguiendo las pautas de la política de poder ejercida por Ronald Reagan, no intimidarán a Moscú, sino que le darán armas adicionales para justificar ante su población el miedo de una ulterior contracción del espacio ruso postsoviético. Dunn repudia cualquier política de contención y/o concesiones a Rusia, al tiempo que hace un llamado a adoptar una política agresiva, no esperanzada en la cooperación, con lo cual una aproximación que parta ya sea de la teoría interdependentista o constructivista parece francamente ingenua.

Si en realidad Occidente, y específicamente Estados Unidos, desea que Moscú revise su política exterior, incluida la fronteriza, que se ha entendido como una de tipo imperial y anexionista, es preciso que se tomen en cuenta los intereses nacionales rusos, en lugar de seguir atacando las decisiones del Kremlin desde un absurdo moralismo. En realidad, para comprender y aprehender desde una perspectiva útil y científica la dinámica fronteriza en la transición de la URSS hacia la Federación Rusa (la de Putin y Medvedev), resulta útil la recuperación de Lucien Fevbre que lleva a cabo Paolo Cuttitta: “[…] el tema de las fronteras nunca debe de tratarse desde el exterior, sino siempre desde el interior” (Cuttitta, 2009:72). Bajo esta lógica febvreriana, “para estudiar la frontera no debemos empezar por esta misma, sino por el Estado” (Febvre, 1962:17–18). Es por esto que el presente trabajo estudia los cambios en la dinámica fronteriza de la Federación Rusa (el debilitamiento durante la era Yeltsin y el fortalecimiento y cuestionamiento de las fronteras heredadas por parte de las administraciones de Putin y Yeltsin) a la par que se explica el fortalecimiento paralelo del Estado–nación ruso. Después de todo, no basta con abordar las fronteras como una realidad estática, como algo “dado”, o bien, como un simple límite acordado y sentenciado por un tratado internacional. Es evidente que la contracción–expansión, la permeabilidad–impermeabilidad, la rigidez–flexibilización de la frontera depende del tipo de Estado existente, siendo últimadamente un reflejo del poderío o de la debilidad del Estado, que pueda llevar a aceptar pasivamente, o bien a “desafiar”, la cartografía oficial.

Resulta claro en la actualidad que el fortalecido Estado ruso no permitirá que sean las fuerzas del mercado en abstracto o los etéreos requerimientos de la globalización los que delimiten los espacios económicos o políticos sobre los cuales el Estado ruso pueda ejercer su influencia. Más bien, serán las consideraciones geopolíticas que tomen como punto de partida la sobrevivencia estatal, como obligación primaria de cualquier Estado, las que trazarán las nuevas líneas fronterizas rusas.

Producto del análisis de las circunstancias cambiantes en las últimas dos décadas, podemos vaticinar que fiel a los ciclos históricos de contracción–expansión de sus fronteras, el fortalecimiento interno de su Estado, y su resultante reposicionamiento internacional, harán que las fronteras internacionales de la Federación Rusa sufran cambios en el corto plazo. De hecho, la situación en Osetia del Sur y Abjasia es una clara evidencia de que un nuevo ciclo expansivo de las fronteras rusas se ha puesto en marcha.

Por último, a juzgar por las acciones y no tanto por los discursos, es posible pensar que este nuevo ciclo expansivo ruso no será uno de adquisición de países enteros ni de enormes territorios. En realidad, no son ni territorio ni recursos naturales los elementos que necesita Rusia para perfilarse como una potencia viable en el siglo XXI. Lo que requiere urgentemente es repoblar el país, por lo cual la ampliación de las fronteras vía la incorporación de núcleos de la diáspora rusa en diversos Estados independientes, con o sin el territorio en donde viven, parece ser la fórmula ideal para que las fronteras rusas coincidan con el incremento del poder nacional, entendido ahora como un país viable demográficamente hablando.


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Notas

1 Para un listado de algunos de los componentes que integran el interés nacional en términos de poder se aconseja consultar la conocida obra de Hans J. Morgenthau, Política entre las naciones: la lucha por el poder y la paz (diversas ediciones).

2 Desde luego, al haber otorgado el reconocimiento y establecer relaciones diplomáticas con Osetia del Sur y Abjasia, bien podríamos decir que tiene frontera con 16 países.

3 No se trata de una lista exhaustiva y tampoco se incluyen los procesos de expansión interna de Rusia.

4 En la URSS se argumentaba que mientras el imperialismo colonial europeo estaba fundamentado en la extracción de rentas para la metrópoli, la colonización benevolente ayudaría a las poblaciones locales a promover su desarrollo económico y cultural, en el cual el leimotif de ninguna forma sería la ley de la extracción de ganancias (Hirsch, 2000:207).

5 Según datos de Rasizade, a principios de 1917 había un millón de rusos habitando el actual territorio de Kazajstán, es decir, un 30% del total de la población. Producto de una política de reacomodo demográfico de la era Jruschov, la ecuación demográfica cambió sustancialmente. Para 1979 el censo mostraba que los rusos étnicos representaban seis millones de habitantes (la mitad de la población), mientras los kazajos no pasaban del 30% de la población en Kazajstán. Con el desmembramiento de la URSS, la población rusa descendió a 30% de los 17 millones de habitantes del nuevo Estado. Rasizade considera que Kazajstán es otro posible lugar en el que se puede replicar la crisis de Osetia del Sur (2009:26).

6 La institución encargada de hacer los estudios etnográficos correspondientes era el Comisariado Popular de Nacionalidades, conocido en ruso como Narkomnats.

7 Esto con base en las recomendaciones del Sistema Estatal de Planificación (conocido en ruso como Gosplan). Es importante señalar que como no era el mercado el criterio para la asignación de la producción para cada una de las regiones, sino el Plan, toda la economía soviética estaba fuertemente especializada, lo cual al desintegrarse la URSS haría muy dolorosa la pérdida de complementariedad entre los entes económicos que de repente quedaron sin conexión entre sí.

8 Un caso ilustrativo de consideraciones administrativas para fijar las fronteras fue el de la creación de la República Bielorrusa, que como afirma Hirsch, fue más una decisión tomada “desde arriba”, en Moscú, que una necesidad etnográfica. De hecho menciona con cierto sarcasmo que los administradores y etnógrafos tenían dificultades en diferenciar lingüística y étnicamente a los rusos y los bielorrusos. La idea de Hirsch es que la creación de Bielorrusia y el cultivo de la respectiva nacionalidad fue producto de decisiones artificiales, más administrativas y políticas, que necesidades reales de diferenciación cultural (en el sentido amplio de la palabra). Hirsch ilustra cómo el caso de la creación de la República Bielorrusa fue uno de los ejemplos en que la metrópoli del imperio, Rusia, acabó cediendo territorios a la población bielorrusa en lugar de hurtarlos (2000:210).

9 Hirsch reflexiona sobre el caso de la creación de la República de Kirguistán. Debido a que los kirguiz eran la nación titular de la república, los uzbecos sufrieron una tremenda discriminación. Para ilustrar lo anterior vale la pena comentar que antes del trazado interno de la frontera había nueve escuelas en lengua uzbeca sirviendo en la provincia; para 1925 sólo quedaba una (Hirsch, 2000:217).

10 Hirsch argumenta que al desaparecer la URSS, no sólo los nuevos Estados –aquellos que eran las naciones titulares de las repúblicas soviéticas– se “disimilarizaron” de la URSS, sino que forzaron a los componentes nacionales no–titulares a “disimilarse” también (2000:226).

11 El ataque de Hitler no fue sino la última agresión que recibió la URSS. No debemos olvidar que los rusos blancos siempre fueron patrocinados por Estados que temían la expansión de una revolución socialista al resto de Europa. En gran medida, la paranoia fronteriza soviética fue resultado del medio internacional que enfrentó la URSS desde sus primeros días, digámoslo abiertamente, uno de encirculamiento por Estados hostiles.

12 El territorio era valioso sobre todo si incrementaba la población del país. East menciona que la expansión europea de la URSS al terminar la Segunda Guerra Mundial no sólo agregó a su territorio unas 190 mil millas cuadradas, sino que la población del país se vio incrementada en unos 24 millones de personas, de los cuales la mitad eran ucranianos o rusos blancos. Esto incrementó la fuerza humana en casi 15% (East, 1951:592).

13 Esto desde luego es algo incomprensible para muchos occidentales, quienes en sus constituciones han incorporado la libertad de tránsito.

14 Dicho concepto partía de la convicción de que en una guerra nuclear, es imposible hablar de una victoria, ya que ésta significaría una destrucción espantosa y quizá el exterminio de la especie humana. Plantea entonces sustituir la doctrina del miedo recíproco, siendo la nueva opción la seguridad común. Se advierte que la única posibilidad de sobrevivir es hacerlo juntos, por lo cual se tiene que lograr seguridad no contra el enemigo, sino junto con él. La seguridad internacional tiene que cimentarse en la cooperación por la común supervivencia en lugar de hacerlo en la amenaza de la destrucción mutua. Ver <http://www.palmefonden.se/index.php?sid=1&pid=51> (fecha de consulta: 23 de mayo de 2010).

15 Existen estudios y posiciones que apelando quizá al nacionalismo ruso llaman a un reforzamiento del control fronterizo con las regiones chinas. Tales estudios parten generalmente de la disparidad demográfica entre el Lejano Oriente ruso y la población de las regiones fronterizas en el lado chino. Como segundo elemento, esos estudios toman en consideración los vastos recursos naturales existentes en el Lejano Oriente ruso para explicar la posible codicia, sobre todo de energéticos, por parte de China. Por último, recurren a la historia para argumentar, basados en disputas como la de 1969 y el despojo de que fue víctima China durante la época del imperio zarista, una política china de promoción de asentamientos en el Lejano Oriente ruso.

16 Anatoly Karlin considera “alarmista, pesimista y/o sino–fóbica la tesis del ‘peligro amarillo’”. Acudiendo a varios estimados de la población china viviendo en Rusia, concluye que los estudios serios dan cifras que fluctúan entre los 200 y 500 mil habitantes chinos en Rusia (según el Servicio Federal de Migración, en 2006 eran 202 mil los chinos registrados como trabajadores temporales en Rusia; para el 2007 eran 331 mil).

17 La creciente atención que dedica Moscú hacia el Lejano Oriente ante el temor de perder el control efectivo de sus lejanos territorios es tal, que según Joshua Kucera ha adoptado medidas entre las que destacan: a) incentivos para que rusos étnicos que habitan en el Asia Central se reubiquen en el Lejano Oriente ruso; b) subsidiar fuertemente los vuelos entre Moscú y el Lejano Oriente ruso para así facilitar la presencia en tierras mucho más cercanas a Pekín que a Moscú; c) reducir el número de zonas (horarios) para que la gente de uno y otro extremo del país pueda trabajar conjuntamente; y d) Moscú ha prometido un ambicioso paquete de construcción de infraestructura para el Lejano Oriente,

18 En el caso ucraniano, Alexander Nikitin hace notar que a partir de mediados de los noventa, Ucrania cambió su noción de un “Estado miembro de la CEI” hacia la de un “Estado participante en la CEI”, lo cual la excluía de la obligación de participar en todas las sesiones y decisiones. Nikitin añade que la decisión ucraniana de restringir su participación llevó a la postre a que muy pocas de las decisiones de la CEI fueran firmadas por los jefes de los 12 Estados miembros de ésta, en muchos casos quedando firmadas por tan sólo cinco o seis miembros (2008:12).

19 En el caso de Tayikistán y Kirguistán, durante largos años su frontera fue vigilada en gran parte por guardias fronterizos rusos (Nikitin, 2008:14). En el caso de Tayikistán, éste fue el último país de la CEI en tomar control de sus propias fronteras en 2005–2006. Estados Unidos también aprovechó la debilidad de Kirguistán y negoció el establecimiento de una base para su fuerza aérea en Manas. Mientras tanto, Uzbekistán, producto de su ingreso al Tratado de Seguridad Colectivo (conocido en inglés como CSTO), expulsó a las bases aéreas occidentales de su territorio en 2006.

20 No obstante su debilidad, y producto también de la debilidad de la CEI, se dio la creación de organizaciones interestatales abiertamente anti–CEI como lo son GUAM (Georgia, Ucrania, Azerbaiyán y Moldavia) y la Comunidad de la Opción Democrática (Community of Democratic Choice).

21 De hecho, Nikitin advierte que al momento del colapso de la URSS, sólo 16% de las fronteras entre las ex repúblicas soviéticas había sido delineado en el terreno. El resto se trataba de fronteras “a lápiz” dibujadas en mapas. Incluyendo a Rusia, ninguno de los Estados pudo tomar el control efectivo de sus fronteras durante un largo tiempo (2008:13).

22 Lo cual significa en ruso “unidad”.

23 Cabe notar sin embargo que estos acuerdos ocurrieron entre ejecutivos y no eran acuerdos formales.

24 Este separatismo–autonomismo fue incluso alentado de manera oficial por Boris Yeltsin. James Dunlop narra la forma en que Yeltsin en una gira por varias repúblicas en agosto de 1990 (específicamente en Tatarstán y Bashkokorstán) invitaba a las multitudes nacionalistas de cada república a “tragar tanta autonomía como sea posible”. Se menciona que incluso en varios borradores de la Constitución Rusa Yeltsin propuso permitir la virtual independencia de las regiones autónomas y la división de las restantes regiones en seis o siete territorios independientes.

25 La decisión de separar el Caúcaso Norte del distrito federal del Sur es una prueba interesante de que no sólo las fronteras internacionales han sufrido reacomodos, sino también las internas. El octavo distrito federal –el del Caúcaso Norte– incluye algunas de las entidades federales más explosivas de la federación como lo son Chechenia, Daguestán, Ingushetia, Osetia del Norte, Kabardino–Balkaria y Karachaévo–Cherkesia. Dicho cambio, acompañado por un llamado al desarrollo económico de la región, puede ser entendido como signo inequívoco de la preocupación del Kremlin por pacificar parte importante de su frontera sur. De la misma manera, ayuda a ilustrar cómo los enfoques constructivistas pueden coexistir, y de hecho lo hacen, con el enfoque realista.

26 Los países que integran dicha organización actualmente son: Rusia, Kirguistán, Uzbekistán, Tayikistán, Armenia, Bielorrusia y Kazajstán.

27 Putin explicaba su decisión de retirarse del tratado de la siguiente manera: “[…] nosotros hemos removido todo nuestro armamento pesado de la parte europea de Rusia y la pusimos detrás de los Urales. Hemos reducido nuestras fuerzas armadas en 300 mil (efectivos). Hemos tomado otros tantos pasos requeridos por el tratado. Pero, ¿qué hemos visto como respuesta? Europa del Este recibe nuevas armas, dos nuevas bases militares de la OTAN se están montando en Rumania y Bulgaria, así como un nuevo sistema de defensa de misiles en la República Checa y Polonia. Entonces, nos preguntamos: ¿por qué Rusia se está desarmando unilateralmente?” (Rasizade, 2009: 12–13).

28 De acuerdo con Rasizade, Rusia erige ahora bases aéreas en el Caúcaso, a lo largo de su frontera con Ucrania, y ha decidido colocar misiles de largo alcance en el Caúcaso, Bielorrusia y Kaliningrado.

29 Rasizade argumenta que el revanchismo ruso puede no sólo limitarse al asunto con Georgia sino que perfectamente puede replicarse por lo menos en los casos de territorios separatistas de rusos étnicos y/o ciudadanos rusos en el norte de Kazajstán, en Crimea, en Donbass, en el caso de Ucrania, y en Pridnestrovie si hablamos de Moldavia.

30 Entre diversos datos y/o indicadores que pueden ayudar a ilustrar la resurgente prosperidad rusa, podemos mencionar los siguientes: 1) sus reservas internacionales (incluyendo el oro) pasaron de 12 mil millones de dólares en 2000 a 600 mil millones de dólares en 2008 (sólo por detrás de las de Japón y China); 2) los ingresos reales crecen en 12% anualmente y el salario mensual promedio se cuadruplicó en el mismo periodo (2000–2008); y 3) las pensiones, por primera vez se han aparejado con los niveles de subsistencia (Rasizade, 2009:12).

31 Aquí es preciso aclarar que en la lengua rusa existen tres connotaciones para lo que en español o en inglés sólo existe una palabra (ruso y russian respectivamente). En ruso, la palabra russkii se refiere tanto al idioma como al ruso “étnico”, es decir, excluye a una serie de rusoparlantes que no son étnicamente rusos, o bien de ciudadanos rusos que étnicamente tampoco son rusos. Mientras tanto, la palabra rosianin se usa para nombrar a todos los ciudadanos de la Federación Rusa independientemente de su origen étnico y/o lingüístico.

32 En este caso hablar de “todos” los rusos no es un error de precisión, sino más bien una estrategia que permite ser lo suficientemente flexible como para adaptar el discurso y las políticas a las necesidades en turno. De esta forma, al hablar de “todos” los rusos, se puede inferir que puede tratarse de los russkii, de los rosianin o de ambos.

33 Entre los factores que componen el interés nacional y que son considerados como elemento de poder para Hans J. Morgenthau está el contar con una población grande.

34 La situación de los pasaportes y el visado es algo curioso. Dov Lynch explica que en diciembre de 2000, Rusia estableció un régimen de visado para la frontera ruso–goergiana, lo cual dificultó el cruce fronterizo para los georgianos. Sin embargo, dicho visado no aplicó para las fronteras rusas con Abjasia y Osetia del Sur, a pesar de que en ese momento estaban legalmente dentro de la jurisdicción georgiana. La situación de “excepcionalidad” no concluye con el visado, sino que Abjasia es parte de la zona del rublo (Lynch, 2002:846).

35 Rasizade profundiza en el caso de Crimea destacando que esta región no tiene nada en común con Ucrania, y en realidad tampoco con su historia, sino hasta 1954 cuando en conmemoración del 300 aniversario de la reunificación de Rusia y Ucrania, Nikita Jruschov decidió ceder Crimea a Ucrania. Señala que para muchos rusos el que se les obligue a hablar ucraniano, el que tengan que ver programas en ese idioma y el que se tengan que asimilar a la cultura ucraniana, es calificado como un etnocidio (2009:19).

36 Rasizade afirma que un millón de rusos étnicos viven actualmente en Crimea; por su parte, los ucranianos cuentan con medio millón de habitantes y los tártaros representan 300 mil habitantes (2009:20).

37 De hecho, Sevastopol ha sido hogar de la Flota Rusa del Mar Negro desde hace más de 225 años (Rasizade, 2009:19).

38 Rasizade asevera que la inmensa mayoría de la gente en Crimea desearía contar con la nacionalidad rusa, y que de hecho miles de pasaportes rusos ya han sido distribuidos en la península, lo que ha causado alarma en Kiev en cuanto a la posibilidad de que el escenario de Osetia del Sur puede replicarse. Esto es un poco más difícil, advierte, toda vez que la ley ucraniana prohíbe la doble nacionalidad (2009:24).

39 Para Dunn, la estrategia es la siguiente: “Se debe hacer un listado de los miedos rusos y hacer de éstos una realidad. Si Rusia teme el encirculamiento, debe ser encirculada. Si Rusia teme la inferioridad militar, ésta debe de ser claramente establecida. Si Rusia teme la tecnología estadounidense, esta tecnología debe ser desatada. Incluso propone integrar una liga de ex Estados soviéticos, incluidos los de Europa Central, los del Báltico, Ucrania, el Caúcaso y los Estados del Asia Central, bajo el patrocinio de Estados Unidos” (Dunn, 2008).