e-ISSN 2395-9134
ArtículosEstudios Fronterizos, vol. 24, 2023, e131

https://doi.org/10.21670/ref.2320131


Mujeres migrantes, movilidades cotidianas y fronteras urbanas en una ciudad de Argentina

Migrant women, daily mobility and urban borders in an Argentinean city

María José Maglianoa * https://orcid.org/http://orcid.org/0000-0002-3028-5129

a Universidad Nacional de Córdoba, Centro de Investigaciones y Estudios sobre Cultura y Sociedad/Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas, Córdoba, Argentina, correo electrónico: majomagliano@unc.edu.ar

* Autora para correspondencia: María José Magliano. Correo electrónico: majomagliano@unc.edu.ar


Recibido el 18 de abril de 2023.
Aceptado el 12 de octubre de 2023.
Publicado el 30 de octubre de 2023.


CÓMO CITAR: Magliano, M. J. (2023). Mujeres migrantes, movilidades cotidianas y fronteras urbanas en una ciudad de Argentina [Migrant women, daily mobility and urban borders in an Argentinean city]. Estudios Fronterizos, 24, e131. https://doi.org/10.21670/ref.2320131

Resumen:
Este artículo reconstruye movilidades cotidianas de mujeres bolivianas y peruanas que residen en Córdoba, Argentina, y que migraron durante el periodo 1990-2010 al país. Para ello, analiza el modo en que las fronteras presentes en el interior de los espacios urbanos determinan y condicionan las prácticas espaciales de las poblaciones migrantes en los contextos de destino. Desde los aportes teóricos de la interseccionalidad y a partir de una metodología cualitativa que combina observación participante, entrevistas en profundidad y recorridos comentados con mujeres migrantes adultas durante 2009-2019, se parte de la premisa de que las prácticas espaciales de estas mujeres mixturan restricciones a la movilidad marcadas por la existencia de fronteras urbanas y, al mismo tiempo, circulaciones legitimadas bajo determinadas condiciones. La argumentación principal sostiene que estas fronteras se van reactualizando con base en un “saber moverse” de las mujeres migrantes que actúa en los modos de habitar la ciudad.
Palabras clave: migraciones, interseccionalidad, movilidades cotidianas, fronteras urbanas, Argentina.


Abstract:
This article focuses on the daily mobilities of Bolivian and Peruvian women residing in the city of Cordoba, Argentina, who migrated during 1990-2010 to the country. It analyzes the way in which urban borders determine and condition the spatial practices of female migrant population in the destination contexts. From the theoretical contributions of intersectionality and based on a qualitative methodology that combines participant observation, in-depth interviews and mobile methodologies with adult migrant women during 2009-2019, this study suggests that the spatial practices of these women merge restrictions on mobility marked by the existence of urban borders and, at the same time, legitimated circulations through the city under certain conditions. The main argument recognizes that these borders are updated based on a “know how to move” of migrant women that influence the ways of inhabiting the city.
Keywords: migration, intersectionality, daily mobilities, urban borders, Argentina.


Introducción

Este artículo se propone reflexionar sobre las movilidades cotidianas de mujeres bolivianas y peruanas que residen en la ciudad de Córdoba, Argentina, y que migraron durante el periodo 1990-2010 al país. Para ello, repara en las fronteras, muchas veces imperceptibles, presentes en el interior de los espacios urbanos y que determinan y condicionan las prácticas espaciales de las poblaciones migrantes en los contextos de destino.

Las experiencias de las personas migrantes en los cruces de las fronteras estatales ocupan un lugar destacado en el campo de los estudios migratorios (Alvites Baiadera, 2019; Aquino et al., 2013; Baggio, 2010; Mezzadra & Neilson, 2016; Velasco, 2016, entre muchos otros estudios). Tal como señalan Mera y Matossian (2021, p. 125), “dentro del complejo universo que constituye la movilidad humana”, la codificación de “determinados desplazamientos en términos de ‘migración’ es una construcción social que se funda en el cruce de ¿unaÁ frontera política ─entre los Estados-nación o a su interior─ para establecer un nuevo lugar de residencia”. Sin embargo, esas no son las únicas fronteras con las que las personas migrantes se topan. Quienes logran permanecer en las sociedades de destino conviven con la presencia de fronteras urbanas que actúan en sus prácticas espaciales, excluyéndolas de algunas zonas ─o solo legitimando su presencia bajo ciertos roles─ y circunscribiéndolas a otras donde las condiciones de vida son precarias.

La argumentación principal de este artículo sostiene que las fronteras urbanas se van reactualizando ─diluyéndose o fortaleciéndose─ con base en un “saber moverse” de las mujeres migrantes que actúa en los modos de habitar la ciudad. Se trata de fronteras que se construyen a partir de la intersección de desigualdades, en tanto expresión del “conflicto urbano desde sus dimensiones de género, sexualidad o raza, y no solo en términos de clase” (Pérez Sanz & Gregorio Gil, 2020, p. 4). El espacio urbano, entonces, no es homogéneo, indiferenciado y continuo: ni las residencias de los habitantes, ni la infraestructura y los servicios se encuentran distribuidos de manera uniforme (Caggiano & Segura, 2014, p. 31). Frente a este reconocimiento, se torna indispensable contemplar “la diversidad de actores, organizaciones, necesidades y tiempos que construyen la vida urbana” (Soto Villagrán, 2016, p. 40).

En este marco, es necesario reponer las múltiples escalas y sentidos de la categoría “frontera”: las fronteras estatales y las fronteras que se constituyen en las prácticas espaciales cotidianas de los sujetos; las fronteras como límite, pero también como espacios de interacción; las fronteras como barrera que excluye y separa, y al mismo tiempo como posibilidad en relación con la conformación de ciertos “circuitos migrantes”. De modo que la frontera, tal como propone Benedetti (2023, p. 136), “constituye una experiencia social que se expresa en múltiples temporalidades y espacialidades”. Se parte de la premisa que las prácticas espaciales de las mujeres bolivianas y peruanas en la ciudad de Córdoba combinan restricciones a la movilidad marcadas por las fronteras “internalizadas” del lugar que habitan y, al mismo tiempo, circulaciones y tránsitos legitimados bajo determinadas condiciones. Se trata de fronteras ─las internalizadas─ que surgen en los contextos urbanos y que apuntan a mantener una “distancia prudente” frente a determinadas poblaciones (Baggio, 2010, p. 58). Dentro del conjunto de prácticas espaciales, interesa reconstruir las movilidades cotidianas de mujeres migrantes en contextos urbanos con respecto al trabajo remunerado y las tareas de cuidado no remuneradas. En estas páginas se entiende a la movilidad cotidiana como aquello que permite a los individuos el acceso a la ciudad, a sus territorios, a las oportunidades de toda índole que esta ofrece y a los vínculos sociales (Avellaneda & Lazo, 2011, p. 49). A su vez, las experiencias de movilidad cotidiana refieren a la calidad de vida urbana, tanto en torno al acceso a diferentes espacios en la ciudad como a la manera en que se gestiona esa movilidad (Jirón, 2007, p. 174). Este conjunto de cuestiones, vinculadas al movimiento y a la movilidad, ha estado históricamente en el corazón de la reflexión sobre lo urbano (Lulle & Di Virgilio, 2021, p. 4) y también sobre las migraciones.

A partir de estas consideraciones, el artículo se organiza en torno a tres apartados. En el primero se describen las herramientas teóricas y metodológicas de las que se nutre este estudio. En los dos restantes se reconstruyen las especificidades de las movilidades cotidianas en lo que concierne al trabajo remunerado y con las tareas de cuidado, cabe aclarar que se presentan separadas solo para los fines analíticos pues en la práctica se solapan constantemente impactando de manera decisiva en la vida de las mujeres migrantes y de sus familias.


Fronteras urbanas, movilidades cotidianas e interseccionalidad: marco conceptual y herramientas metodológicas

El foco puesto en las movilidades cotidianas de las mujeres migrantes en contextos urbanos y en las fronteras que condicionan y moldean esas movilidades permite reflexionar sobre las múltiples formas de circulación y las dinámicas propias del lugar que habitan. Tal como indican Caggiano y Segura (2014, p. 30), “el territorio urbano es el escenario resultante de la sedimentación de constricciones, fronteras y prescripciones, y, en cuanto tal, condiciona a los actores”. Sin embargo, no condiciona a todos los actores de la misma manera. Como apuntan Pérez Sanz y Gregorio Gil, el ejercicio del derecho a la ciudad no puede entenderse

al margen de las posiciones de género, sexualidad, raza o clase social que ocupan quienes habitan la urbe, pues moldean sus relaciones cotidianas con el entorno y con el resto de sus habitantes, atravesando, además, sus negociaciones por y en el espacio urbano. (Pérez Sanz & Gregorio Gil, 2020, p. 14)

Se trata de un espacio que se configura con base en fronteras de clase, raciales, de género y generación, las cuales “producen considerables diferencias en cómo la gente mapea la ciudad, identifica lugares y aprende a moverse, usarlos y estar en ellos” (Segura, 2022, p. 390). De allí la importancia de reponer los aportes de interseccionalidad para comprender los múltiples contornos que adopta el derecho a la ciudad.

Esta perspectiva tiene su origen en los movimientos de feministas negras en Estados Unidos a partir de las décadas de 1960 y 1970. Los trabajos pioneros de Crenshaw (1991) y Collins (1993) contemplaron la importancia de las dimensiones de género y raza para explicar la existencia de múltiples desigualdades y las formas de opresión y subordinación que enfrentaban las mujeres negras en aquel país. La interseccionalidad, que se propuso disputar la noción de una posición política atada a una forma singular de identidad (Anthias, 2006), retoma cuestiones centrales del pensamiento feminista contemporáneo, como es el reconocimiento de los efectos que las diferentes clasificaciones sociales tienen sobre las experiencias de las mujeres (Davis, 2008). En el campo de los estudios migratorios, esta perspectiva ha cobrado visibilidad en el transcurso de la última década para analizar las múltiples desigualdades que afectan a las mujeres migrantes (véase Garcés-Estrada et al., 2022; Gonzálvez Torralbo et al., 2019; Magliano, 2015; Pinto Baleisan & Cisternas Collao, 2020; Reyes Muñoz & Reyes Muñoz, 2021).

Menos explorada está la inclusión de la interseccionalidad en las investigaciones que abordan las movilidades cotidianas de diferentes colectivos sociales en contextos urbanos. Una de las contribuciones más importantes de este marco conceptual en los estudios sobre movilidad radica en que permite visibilizar las diversas prácticas y desplazamientos cotidianos de acuerdo con el género, la clase, la generación y la raza. A su vez, estos estudios muestran que estos desplazamientos tienden a ser poligonales en el caso de las mujeres, en tanto realizan múltiples trayectorias para resolver las necesidades reproductivas familiares ─a diferencia de los desplazamientos de los varones que suelen ser pendulares (de la casa al trabajo y del trabajo a la casa)─ (Salazar, 2021, p. 132; véase también Margarit et al., 2022).

Para el desarrollo de este artículo se revisitó un trabajo de campo cualitativo de largo aliento (2009-2019) basado principalmente en entrevistas en profundidad y observación participante con mujeres migrantes bolivianas y peruanas adultas que migraron hacia la ciudad de Córdoba desde la década de 1990 en adelante.1 A finales del siglo XX, las migraciones de estos orígenes adquirieron mayor visibilidad y dinamismo en el marco de las crisis socio-económicas y políticas que afectaban a estos países y de la vigencia en Argentina de un régimen cambiario que equiparaba el peso local al dólar estadounidense, lo cual resultaba “atractivo” a los y las migrantes en tanto les permitía ahorrar en dólares y enviar remesas (Ceriani et al., 2009). Si bien la convertibilidad con el dólar estadounidense se eliminó a comienzos del siglo XXI, las migraciones regionales mantuvieron el dinamismo desde entonces. En el caso de Córdoba, segunda provincia más poblada del país ubicada en la zona central, bolivianos y peruanos condensan casi 49% del total de migrantes internacionales (Registro Nacional de Personas ¿RenaperÁ, 2023). En su conjunto se trata de una población joven: 57.65% de los varones y 62.05% de las mujeres tienen entre 20 y 49 años (Renaper, 2023).2

En distintos momentos del trabajo de campo se realizó un total de 40 entrevistas con mujeres migrantes de esos orígenes y se reunieron unos 60 registros de observación participante. Para la selección de las entrevistadas se consideraron aquellas personas de origen boliviano y peruano en edades económicamente activas y con trayectorias laborales remuneradas en destino. La mayoría de las interlocutoras migrantes se dedicaba al trabajo doméstico y, en menor medida, al trabajo textil, la venta ambulante y al comercio informal en los barrios donde vivían, localizados en la periferia de la ciudad. La movilidad hacia los márgenes urbanos se materializó, en la mayoría de los casos, luego de haber vivido en otras zonas, en general más céntricas, en un proceso de producción social del hábitat a partir de la apropiación del espacio (Di Virgilio & Rodríguez, 2013; Magliano & Perissinotti, 2020; Magliano et al., 2014; Perissinotti, 2021; Reusa, 2022) y de patrones específicos de inserción residencial (Gómez & Sánchez Soria, 2017; Molinatti & Pelaez, 2017).3 Fue en los barrios y en las casas que habitaban donde se desarrollaron las entrevistas y se registró todo aquello que acontecía durante el trabajo de campo.

Asimismo, estas estrategias metodológicas fueron acompañadas por “recorridos comentados”, técnica que consistió en compartir con las mujeres migrantes algunas de sus movilidades cotidianas por la ciudad, como las compras de productos para vender en los comercios localizados en los barrios, la participación en una movilización social o el acompañamiento a realizar algún trámite o reclamo en las dependencias estatales. Esta metodología “en movimiento” tiene la potencialidad de que quien investiga se deje guiar por su interlocutor/a en sus trayectos urbanos diarios (Arias, 2017, p. 95). La intención original de esta opción metodológica era reconocer todas aquellas actividades que las mujeres ponían en práctica para sostener la vida familiar en el contexto de destino.

Como se anticipó, la construcción de este material empírico no estaba focalizada en reunir información sobre las movilidades cotidianas de las mujeres migrantes y los sentidos de las fronteras urbanas. A la hora de revisitar ese material desde el prisma de los estudios urbanos estas cuestiones emergieron de manera recurrente en los testimonios de las interlocutoras. La ciudad irrumpía en sus vidas con toda su potencia organizadora: como posibilidad y también como barrera infranqueable; como anhelo y al mismo tiempo como lugar incómodo y restringido. Las distintas fronteras urbanas estaban presentes condicionando sus experiencias de vida y sus movilidades cotidianas. Es que la frontera, como propone Smith (2012, p. 54), “adopta diferentes formas en diferentes lugares; se adapta al lugar en la medida en que crea lugar”. En el caso de la población migrante, como se abordará en el artículo, esa adaptación funciona a la vez como restricción y como protección.

Un gesto de adaptación se expresa también en la “hipercorrección social” (Sayad, 2010, p. 395) que caracteriza a muchas de las movilidades y tránsitos cotidianos de las poblaciones migrantes. Esto implica reconocer, de acuerdo con el argumento de Sayad, que

consciente de la sospecha que pesa sobre él ¿o sobre ellaÁ y de la que no puede escapar, confrontado a ella durante toda su vida de inmigrado y en todos los ámbitos de su existencia, le corresponde a él ¿o a ellaÁ disiparla continuamente, prevenir y disuadir a fuerza de demostraciones repetidas de su buena fe y su buena voluntad. (Sayad, 2010, p. 395)

A partir de este reconocimiento, las mujeres conocidas a lo largo del estudio habían aprendido a moverse dentro de la ciudad para que su presencia no despierte “sospechas” (o despierte las mínimas posibles). Ese “saber moverse” condensa diferentes particularidades de las movilidades que se reconstruyen a continuación.


Trabajo y movilidades cotidianas: circulaciones a partir de las trayectorias laborales

El trabajo es una de las motivaciones principales que está detrás de las movilidades cotidianas de las mujeres migrantes. En el caso de las bolivianas y peruanas conocidas durante la investigación se trata de mujeres que de manera preponderante se dedicaban al trabajo doméstico remunerado, especialmente bajo la modalidad con retiro para un único empleador. Este trabajo resulta una de las ocupaciones que concentra a un amplio porcentaje de mujeres oriundas de los países sudamericanos en Argentina, en especial para aquellas que llegan desde Bolivia, Paraguay y Perú, abasteciendo “una demanda de empleo generada básicamente por el sector informal” (Bruno & Maguid, 2017, p. 10). Como se indicó en investigaciones previas (Magliano et al., 2013), el origen nacional, conjuntamente con el género y la clase, se convierte en un factor condicionante de las trayectorias laborales de las mujeres migrantes sudamericanas en Argentina en general y en la ciudad de Córdoba en particular, siendo el trabajo doméstico una expresión de esas trayectorias. De acuerdo con estudios de corte sociodemográfico, la construcción para los varones (37%) y el trabajo doméstico remunerado para las mujeres (40%) constituían en 2016 los dos principales sectores de inserción laboral para las poblaciones migrantes, más que duplicando la proporción de nativos de cada sexo en esas ramas (Bruno & Maguid, 2017, p. 14).

Además de la informalidad laboral, las condiciones de trabajo precarias se nutren del tiempo y las distancias que implican las movilidades hacia los lugares de trabajo. En general, llegar a los lugares de trabajos les emplea mucho tiempo pues deben recorrer largas distancias en transporte público, considerando que estos se localizan en zonas de la ciudad alejadas de los barrios donde reside mayormente la población migrante. El sistema de transporte público de Córdoba se compone de colectivos, trolebuses, taxis y remises. Debido a los costos que implica la movilidad y a las distancias que recorren, una gran proporción de las personas que forman parte de los sectores populares, entre ellas las poblaciones migrantes, utiliza colectivos y, en menor medida, trolebuses para desplazarse por la ciudad.4 Algunas familias migrantes cuentan con una motocicleta para moverse, pero en general su uso está reservado a los varones y a sus horarios laborales. Las mujeres de estos sectores, tal como documentan Dmuchowsky y Velázquez (2018, p. 136), son especialmente usuarias del transporte público por su rol en la reproducción social, por las condiciones económicas más desfavorables que las de los varones para su desarrollo en el mercado laboral, así como por el acceso más restringido al vehículo particular.

Yo trabajo en la zona del Cerro de las Rosas, en una casa de familia, trabajo hasta después del mediodía, pero para llegar me tengo que tomar dos colectivos, porque uno que va desde acá ¿Los Artesanos, barrio donde reside, localizado en la periferia este de la ciudadÁ no entra a Urca,5 son dos a la ida y dos a la vuelta, tengo como tres horas de viaje por día. (Marta, migrante peruana, 4 de diciembre de 2012)

La jornada laboral de Marta se inicia desde el momento en que sale de su barrio y llega a la parada del colectivo en avenida Sabattini, 5 200 (Figura 1). Es decir, se trata de una jornada que involucra no solo las horas de trabajo sino también todo el tiempo que invierte para llegar a ese lugar. Este tiempo que gasta para cumplir con la jornada laboral se compone de las largas distancias que debe recorrer que incluye dos colectivos diferentes en cada tramo, como se indica en la Figura 1, así como de los déficits del transporte público de pasajeros en Córdoba, el cual se materializa en las escasas opciones de combinación que presenta, el alto costo del boleto y las pocas frecuencias en las líneas.

Figura 1. Trayecto de Marta para llegar a su lugar de trabajo

A diferencia de Marta, que tiene que tomar dos colectivos para llegar a su trabajo; Rita, una migrante boliviana que llegó a Córdoba con su familia en los años de 1990 y se dedicaba en el 2009 al trabajo doméstico remunerado en un departamento localizado en el barrio de Nueva Córdoba, señaló al momento de la entrevista que se tomaba “un solo colectivo para llegar al trabajo” (Rita, migrante boliviana, 5 de septiembre de 2009).6 Si bien el viaje ida y vuelta, contemplando las esperas en las paradas, puede llegar a demorar dos horas, el hecho de tener que tomarse un solo medio de transporte público para llegar, como se observa en la Figura 2, es vivido por Rita como una ventaja.

Figura 2. Trayecto de Rita para llegar a su lugar de trabajo

Más allá de las distancias diarias que tanto Marta como Rita recorren para llegar a sus trabajos, hay una dimensión que es preciso considerar: el hecho de que las mujeres bolivianas y peruanas accedan y transiten por esos barrios solo a partir de su rol de trabajadoras domésticas y únicamente durante las horas de trabajo. Es en este marco que es posible referirse a “circuitos urbanos legitimados para el trabajo”:7 en ciertos espacios de la ciudad, por fuera del trabajo ─las casas particulares de familias─, la presencia de estas mujeres se percibe desde la extrañeza y la “sospecha”, reponiendo nuevamente a Sayad (2010). En este sentido, no es casualidad que Rita señalara que a pesar de que su lugar de trabajo quedaba muy cerca del centro comercial Patio Olmos raramente iba a ese lugar porque se sentía “sapo de otro pozo” e incluso la “miraban mal”.8 “Termino de trabajar ¿después del mediodíaÁ y, si tengo que comprar algo, voy al centro y si no me voy a la parada para volver a mi casa” (Rita, migrante boliviana, 5 de septiembre de 2009). A similares conclusiones llega Zenklusen para el caso de los jóvenes migrantes de origen peruano que residen en la ciudad de Córdoba, quienes suelen evitar ciertos “horarios y lugares configurados como ‘vedados’ o ‘ajenos’ para determinados sectores de la población” (Zenklusen, 2019, p. 224; véase también Zenklusen, 2022).

Estos “circuitos urbanos legitimados para el trabajo” adquieren otro espesor en los casos en que las viviendas se encuentran en barrios privados y/o con seguridad.9 En sí mismo, el ingreso a estos barrios supone para las trabajadoras el cruce de una frontera física y simbólica, donde el mandato de la hipercorrección al que alude Sayad se vuelve indispensable, sobre todo la necesidad de pasar lo más desapercibidas posibles durante la jornada laboral. En especial, porque la dinámica de ingreso y circulación por estos barrios ha funcionado como excusa para habilitar y legitimar formas de discriminación social frente a aquellas personas consideradas “externas” a esos espacios.10

Así pues, las desigualdades interseccionales presentes en el espacio urbano se traducen en fronteras que dificultan y restringen las movilidades cotidianas de las mujeres migrantes. Fronteras que se hacen visibles si se repara en las voces y experiencias de aquellas personas que, de maneras más o menos sutiles, las padecen. Esta premisa recuerda ─una vez más─ el planteo de Sayad (2010, p. 400), cuando sugiere que sobre los y las migrantes se suele decir que “caminan al ras de las paredes” con el fin de pasar desapercibidos, optando por la “mayor discreción posible o, dicho de otro modo, por la menor visibilidad”. De alguna manera, el “saber moverse” por la ciudad es expresión de un aprendizaje adquirido a través del tiempo que distingue lugares amigables y hostiles, circuitos legitimados e inseguros. Es por ello que la “no presencia” migrante en determinados espacios ─o la presencia condicionada a ciertos roles, como el trabajo─ puede concebirse también como una forma de “tranquilizar al otro” que es “a menudo la condición de su propia seguridad” (Sayad, 2010, p. 399).

A partir de este reconocimiento es que se construyen espacios de y para migrantes destinados a la socialización y el esparcimiento que funcionan como una suerte de escudo de protección frente a la discriminación que enfrentan. La Isla de los Patos en el barrio céntrico de Alberdi, a la vera del Río Suquía,11 y la Plaza 12 de octubre en el barrio Villa El Libertador, localizado en la zona sur de la ciudad, son ejemplos de espacios configurados por las poblaciones migrantes en Córdoba como “seguros”. La Isla de los Patos para la comunidad peruana y la plaza de Villa El Libertador para la boliviana se fueron transformando con el correr de los años no solo en lugares de referencia para los y las migrantes sino también de sostenibilidad de la vida en el contexto de destino. Se trata de espacios de encuentro y, al funcionar ambos como ferias de productos que se vinculan con los países de origen, de subsistencia económica, especialmente para las mujeres migrantes quienes son las responsables de la mayoría de los puestos.

La presencia de la “bolivianidad” en la plaza de Villa El Libertador los fines de semana y los días de festejo de la Virgen de Urkupiña (Giorgis, 2000; véase también Maggi, 2022) y de la “peruanidad” en la Isla de los Patos los días domingos actúa en la subjetividad de las poblaciones migrantes en el marco de la retroalimentación de redes de información sobre aquellos lugares considerados “seguros”. “Lo único que sabía de Córdoba era que tenía que preguntar por Villa El Libertador, eso me dijeron cuando salí de Sucre. De la Terminal me fui directo a la plaza”, comentó Analía, migrante boliviana que llegó a la ciudad sola en los años de 1990 (Analía, migrante boliviana, 22 de septiembre de 2009); dando cuenta de la importancia simbólica de los espacios de y para migrantes en destino.

Si bien la construcción material y simbólica de estos espacios puede leerse en clave de segregación urbana, es allí donde las interlocutoras migrantes podían relajar el mandato de la “hipercorrección social” que recae sobre ellas.12 Este relajamiento, de todos modos, es más que todo una excepción antes que una regla. La mayor parte del tiempo se topan con dificultades concretas vinculadas a su posición subordinada en el contexto urbano que se expresan no solo en sus movilidades laborales sino también en aquellas relacionadas con los cuidados y la organización familiar.


Las movilidades de cuidado

En tanto responsables principales de la sostenibilidad de la vida familiar, las mujeres migrantes se ocupaban de todas las cuestiones vinculadas al cuidado: la salud, la educación, la alimentación de la familia, la realización de los trámites relativos a la documentación migratoria, y la participación en espacios colectivos que canalizan demandas para mejorar las condiciones de vida familiar y barrial. Este rol protagónico de las mujeres en las tareas de cuidado define formas concretas de movilidad. Se concibe a estas movilidades como de cuidado, en tanto cuidar de otras y otros no solo engloba las prácticas hacia la persona cuidada sino todo un conjunto de tareas que se requieren para tratar de garantizar el bienestar de ese otro u otra (Magliano et al., 2018).

El foco puesto en las movilidades de cuidado permite reflexionar sobre las especificidades interseccionales de las prácticas espaciales y de las circulaciones cotidianas de las mujeres migrantes por la ciudad. En coincidencia con los resultados de investigación de Salazar (2021, p. 141), quien destaca que las mujeres con trabajos remunerados marcan el recorrido desde su hogar al trabajo e incorporan, al menos, una ruta de trabajo reproductivo; las interlocutoras migrantes de este estudio realizaban cotidianamente distintas movilidades relacionadas con el cuidado: se ocupaban de acompañar diariamente a sus hijos a la escuela, se dirigían hacia los hospitales públicos cuando alguien de la familia lo necesitaba, se encargaban de las compras para garantizar la alimentación familiar, resolvían algún trámite en las dependencias estatales y, en algunos casos, reclamaban por el acceso a derechos a partir de la participación activa en movimientos sociales.

En tal sentido, estas movilidades de cuidado tienen dos destinos bien marcados: por un lado, el “centro” de la ciudad, como refieren las propias mujeres migrantes a la zona donde se localizan los principales hospitales públicos, distintos comercios accesibles para la población migrante, las principales agencias del Estado; por el otro, los lugares ubicados cerca de los barrios, en la misma periferia, donde se gestionan cuestiones centrales de la vida cotidiana como es la educación de los niños y niñas de la familia. En el caso del primer destino se valen principalmente del colectivo para llegar, en el del segundo se manejan usualmente caminando.

En líneas generales, es posible establecer que las movilidades de cuidado son una expresión más de las desigualdades presentes al interior de las familias que se manifiestan en la inequitativa distribución de las tareas de cuidado no remuneradas. El hecho de que sean las mujeres las encargadas de estas tareas tiene una clara incidencia en la organización de sus vidas cotidianas, en sus movilidades diarias, en la gestión temporal y en su autonomía. Como se advirtió en un trabajo previo, las mujeres migrantes ocupan mucho tiempo en “moverse” por las ciudades: además de la movilidad en sí misma, se espera en las paradas y estaciones la llegada de los transportes públicos que las trasladan a sus trabajos y a las diferentes agencias estatales con las que tienen que interactuar (Mallimaci Barral & Magliano, 2020). En esta dirección, una mirada atenta a las movilidades cotidianas permite visibilizar que sus múltiples responsabilidades productivas y reproductivas, como se reconstruye a continuación, derivan en determinadas circulaciones y tránsitos por la ciudad a partir de la sobrecarga en las tareas de cuidado.

Lo que la organización familiar “mueve”

En el trazado de sus recorridos diarios, la organización familiar del cuidado resulta estructurante de las movilidades de las mujeres migrantes. Por fuera de ciertos trabajos remunerados, como el doméstico y la venta ambulante que se ejercen lejos de los lugares donde viven, las mujeres bolivianas y peruanas conocidas a lo largo de la investigación pasaban gran parte del día en los barrios que habitaban, localizados en la periferia cordobesa, incluso muchas de ellas trabajaban en esos mismos lugares.

Los datos de un relevamiento censal en uno de los barrios donde se realizó trabajo de campo en 2019 muestran que el porcentaje de mujeres cuyo lugar de trabajo queda dentro del barrio es de 34.7% superando al de los varones (8.7%). Esto se debe a que las mujeres desarrollan un número mayor de actividades remuneradas dentro del espacio barrial, como el trabajo comunitario (14.2%) y el trabajo textil (8.9%). Ese mismo relevamiento también indicó que la inserción laboral principal para las mujeres es el trabajo doméstico remunerado (37.3%) realizado fuera del barrio (Magliano et al., 2019). Es en este marco que se considera que las movilidades de cuidado se originan, generalmente, desde el espacio barrial.

Durante el trabajo de campo se registró en numerosas ocasiones casos de mujeres que van y vienen varias veces al día hacia distintos puntos de la ciudad para cumplir con las tareas de cuidado que recaen sobre ellas. Cuando pueden, tratan de empalmar una movilidad con otra (por ejemplo, aprovechar la movilidad de trabajo para hacer compras o la realización de un trámite con alguna otra actividad a llevar a cabo en el “centro”); no obstante, muchas veces estas movilidades se superponen debido a su imprevisibilidad. En los casos en que algún integrante de la familia necesite atención médica, las mujeres deben reacomodar su jornada en pos de esa situación. Algo similar ocurre con la realización de los trámites migratorios. El resultado del trabajo de campo indica que fueron mujeres las encargadas de gestionar los vínculos establecidos con las agencias estatales tanto para ellas como para sus familias (Mallimaci Barral & Magliano, 2020). En este rol, ajustan sus actividades diarias a los tiempos y burocracias del Estado. Así pues, deben pedir muchas veces un día de trabajo, lo cual no resulta una tarea sencilla para las ocupaciones a las que usualmente acceden, en general desarrolladas de manera informal, sin ningún derecho y con altas dosis de inestabilidad. Además, se trata de actividades que, la mayoría de las veces, generan un ingreso dependiendo si se realizan o no, por lo cual tomarse un día libre impacta directamente en la subsistencia (e, incluso, puede llegar a poner en riesgo la continuidad laboral).

El caso de Lorena ilustra una situación que interesa visibilizar. Migrante peruana con tres hijos que, en octubre de 2014, poseía un pequeño kiosco en su casa situada en un barrio periférico de Córdoba.13 Su pareja, también peruana, se dedicaba a la construcción. La mercadería que nutría su comercio (informal) la compraba en la zona del Mercado Norte de la ciudad, a la que se dirigía una o dos veces por semana. En una de las visitas a su casa, en octubre de 2014, relató las peripecias semanales en relación con un problema de salud de su hija, Inés, que en ese momento tenía 7 años. Lorena acompañaba a diario a Inés a una escuela pública próxima al barrio (Escuela 9 de Julio) a la que se llega caminando. La salida peatonal del barrio se realiza cruzando las vías del tren y una avenida sin ninguna señalización. Un problema de salud de Inés le había generado cambios en su organización cotidiana durante las últimas semanas, con visitas recurrentes al Hospital Misericordia localizado en el barrio Güemes en la zona céntrica de la ciudad. Es Lorena la que se ocupaba de llevar y traer a Inés del hospital, así como de cumplimentar todas las recomendaciones que el médico le dio para resolver el problema de salud (que se inició con una parálisis facial). En ese ir y venir al “centro” para comprar mercadería o ir al médico, era Patricia (la hija mayor de Lorena) la que se encargaba de atender el negocio en el barrio. La Figura 3 ilustra, precisamente, las múltiples prácticas de movilidad que Lorena debe gestionar como responsable máxima del cuidado de su familia. Asimismo, su caso revela que esas prácticas involucran generalmente “a otros miembros del hogar, familiares cercanos, o redes de apoyo que se encuentran inherentemente vinculadas a las movilidades individuales” (Jirón et al., 2022, p. 204).

Figura 3. Trayectos de Lorena para efectuar sus actividades de cuidado

El solapamiento de las obligaciones laborales y de cuidado que se materializan en diversas movilidades de las mujeres migrantes queda también expuesto en el caso de Mariana, una migrante peruana que llegó a Córdoba en 2008. Desde su arribo se había desempeñado en dos actividades laborales: el trabajo doméstico y el textil. En 2012 quedó embarazada. Sola, indocumentada, sin pareja y sin redes familiares, la subsistencia se volvió una tarea titánica. El primer encuentro con ella fue cuando intentaba regularizar su situación migratoria y su bebé tenía apenas unos meses de vida. Varias mañanas durante el mes de abril de 2013, Mariana se acercó a distintas agencias del Estado para reunir la documentación requerida para poder acceder a los documentos. En ese momento trabajaba en un taller textil como costurera, lugar que funcionaba también como su vivienda en una pieza que alquilaba para ella y su hijo. Una de sus preocupaciones principales durante el recorrido para regularizar su situación era que debía faltar al trabajo. Las largas jornadas laborales que involucra el trabajo textil, en general desarrollado bajo la modalidad a destajo, dificultan la posibilidad de conciliar las tareas laborales con cualquier otra tarea (ello explica que muchas veces se abandonen los trámites, los controles de salud, la educación, en pos de sostener el trabajo).

La heterogeneidad de las movilidades cotidianas de las mujeres migrantes, como dan cuenta los ejemplos de Lorena y Mariana, posee entonces niveles significativos de imprevisibilidad asociados a las responsabilidades de cuidado (que en su expresión rutinaria son también contingentes). Si bien se trata de movilidades condicionadas por las formas que adoptan las desigualdades de género y de clase compartidas con las mujeres de sectores populares en su conjunto, en el caso particular de las mujeres migrantes tienen incidencia no solo en la organización y gestión de su vida cotidiana sino también en las maneras de permanecer en el contexto de destino y en los sentidos del proyecto migratorio. Esto implica reconocer las limitaciones que muchas veces encuentran para ampliar las oportunidades de trabajo, así como para acceder a “carreras laborales” (Mallimaci Barral, 2018) que abran opciones de movilidad social ascendente y progreso para ellas y sus familias. Con base en estas limitaciones, interesa introducir a continuación otra expresión del cuidado que se traduce en formas concretas de movilidad, esta vez de carácter colectivo, orientada a reclamar por mejores condiciones de vida.

La protesta social como movilidad de cuidado

Un importante número de las mujeres migrantes de origen boliviano y peruano, en tanto parte de los sectores populares que habita las periferias urbanas de Argentina, interviene activamente en movimientos sociales organizados vinculados principalmente con la economía popular (véase Perissinotti, 2020, 2022). La participación de estas mujeres en diferentes organizaciones nucleadas en la Unión de Trabajadores de la Economía Popular (UTEP), como registra en profundidad Perissinotti en sus investigaciones, es un hecho insoslayable.

Si bien este texto no se detendrá en las especificidades de la participación de las mujeres migrantes en esas organizaciones ni en sus lógicas de funcionamiento y reproducción, interesa reparar en la relevancia que esto tiene en sus movilidades cotidianas en el marco de las responsabilidades de cuidado. En especial porque como parte de las organizaciones sociales, las mujeres migrantes irrumpen en el espacio público urbano para reclamar por el acceso a derechos. Se trata de una presencia (que en ocasiones incluye también a sus hijas e hijos pequeños) que se materializa en un espacio que, por fuera del marco colectivo que otorgan los movimientos sociales, se encuentra usualmente vedada y silenciada para cualquier tipo de reclamo. Esta participación, advierte Perissinotti (2020), no se explica necesariamente por su condición de migrantes; es más, el origen nacional no aparece como una forma de clasificación social relevante ni siquiera visible. Por el contrario, es la pertenencia de clase y la dimensión de género, considerando que hay una fuerte feminización de la protesta social (Alfie, 2022) como corolario de la feminización de la pobreza, las que determinan y sustentan la militancia política en las organizaciones sociales y las movilidades que de esa militancia se derivan.

La participación en las marchas conlleva una preparación previa que comienza en los barrios que habitan. No se trata de un acto espontáneo, sino que se organiza con tiempo. En general, se reúnen en la casa de alguna de las vecinas que funciona como punto de encuentro, ya sea para esperar el colectivo que muchas veces las organizaciones proveen o para movilizarse juntas hacia la parada del transporte público para llegar al destino de la concentración. Esto implica reconocer que las marchas comienzan en los propios barrios, mucho antes de hacerse visibles en el “centro” de la ciudad.

Desde los márgenes de la ciudad, en términos materiales y simbólicos, las mujeres migrantes ─en tanto mujeres que pertenecen a los sectores populares─ derriban en el gesto de marchar, aunque sea momentáneamente, algunas de las fronteras que se reproducen de manera constante en los contextos urbanos. Su participación en las movilizaciones que se organizan desde los movimientos sociales se justifica, de manera preponderante, en la necesidad de mejorar las condiciones materiales de existencia y garantizar el bienestar propio y el de sus familias. Esta movilidad colectiva que emerge de la participación en organizaciones sociales no puede pensarse por fuera de las responsabilidades de cuidado, desigualmente distribuidas, que estas mujeres asumen cotidianamente para intentar asegurar formas más dignas de sostenibilidad de la vida.

La periferia como cerco

Dentro del conjunto de movilidades relacionadas con los cuidados queda una última dimensión por considerar en este apartado, aquella que da cuenta de los riesgos que enfrentan las poblaciones que residen en las periferias de la ciudad en sus tránsitos y circulaciones cotidianas.

Como fue descrito a lo largo de estas páginas, la existencia de fronteras urbanas como expresión de la reproducción de desigualdades interseccionales incide en las movilidades de las mujeres migrantes. Estas mujeres aprenden a moverse por la ciudad con base en un reconocimiento de la materialización de esas fronteras que limitan y restringen sus tránsitos y circulaciones. Estas fronteras coexisten con otras más próximas para las poblaciones migrantes que se nutren de las formas particulares que adopta la vida en los márgenes. A diferencia de las primeras que marcan el ritmo y las modalidades que adquieren las movilidades en el interior de las ciudades, las segundas tienden a “cercar” a estas poblaciones dentro de los límites de los barrios que habitan.

Ese cerco se levanta como respuesta frente a la inseguridad presente en esos espacios, así como en los circuitos que diariamente transitan. Por inseguridad no solo se hace referencia a la violencia y a las arbitrariedades que suelen desplegar las fuerzas de seguridad, en especial cuando circulan por ciertos sectores de la ciudad y cuando las prácticas y discursos de criminalización de las personas migrantes recrudecen; sino también a los riesgos que corren por habitar la periferia, donde el Estado mantiene una presencia “economizada” (De Marinis, 2011).

La movilidad se torna indispensable para poder acceder a derechos: al trabajo, a la educación, a la salud, a la recreación, a la regularización migratoria, a la ciudad. Sin embargo, habitar las periferias urbanas resulta una limitante más para el acceso a esos derechos. Las movilidades para llegar a los lugares de trabajo, comprar mercadería en el “centro”, realizar algún trámite, acompañar a los hijos al colegio o asistir a un centro de salud conllevan ciertos riesgos para las mujeres.

La idea de la periferia como cerco surgió en reiteradas oportunidades durante el trabajo de campo. Por ejemplo, cuando Lorena contó que Patricia, su hija mayor nacida en Perú, quería terminar la escuela primaria. Por su edad, 16 años en 2012, debía hacerlo en una escuela nocturna. “Ella quiere estudiar”, repetía Lorena, “le falta un año para el primario, es buena con la computación, yo le compré una computadora”. En ese mismo registro, agregó que al principio la acompañaba pero que luego le había comprado “una bicicleta para que fuera a la escuela, pero como es a la noche y fuera del barrio, debajo del puente la atacaron, así que no fue más” (Lorena, migrante peruana, 13 de noviembre de 2012). Es que, tal como indican Segovia y Rico (2017, p. 56), existe una amenaza adicional para las mujeres: “aquella que recae sobre sus cuerpos, que arrastra un contenido sexual y que traspasa a sus temores”. La experiencia muestra, continúan las autoras, que la inseguridad y la violencia penalizan “aún más a los sectores desfavorecidos, impidiéndoles apropiarse de los espacios públicos o transformando sus barrios ya segregados en áreas de alta vulnerabilidad” (Segovia & Rico, 2017, p. 57). Los riesgos que enfrentan día a día en sus movilidades cotidianas quienes residen en los márgenes de la ciudad quedaron también expuestos con la muerte de una joven peruana arrollada por un tren en agosto de 2022, cuando regresaba del dispensario zonal con su hijo de cuatro meses. En ese barrio ─el mismo donde residen Lorena y Marta─ las vías del tren funcionan como un paso peatonal obligatorio para las entradas y salidas de las personas, aunque no cuenta con señalización ni infraestructura que garanticen un cruce seguro.

Más cerca o más lejos de los barrios que habitan las poblaciones migrantes en general y las mujeres migrantes en particular, la fortaleza de las fronteras urbanas deja entrever el complejo entramado de desigualdades que condiciona ─en muchos casos de manera irreversible─ sus experiencias de vida diaria.


A modo de cierre: la vitalidad de las fronteras

Las movilidades cotidianas de las mujeres migrantes ponen a prueba el espesor y ritmo de las fronteras urbanas. En tal sentido, en este artículo se repuso la centralidad de esas fronteras, que son siempre interseccionales (de género, clase, raza, generación, origen nacional), y sus efectos en las movilidades y tránsitos de las mujeres migrantes, en tanto expresión de la persistencia y reproducción de desigualdades sociales espacialmente situadas.

Las poblaciones migrantes en general y las mujeres migrantes en particular hacen un uso restringido del espacio urbano a partir de las múltiples desigualdades que las afectan: no cuentan con accesos “seguros” a ciertos lugares ─incluso aquellos en los que residen habitualmente─ y están habilitadas para producir y apropiarse solo de determinados sectores de la ciudad. En el resto de los sectores solo se legitima ─y se acota─ su presencia con base en ciertos roles.

En este marco, las mujeres migrantes, en un aprendizaje ─resumido en la categoría “saber moverse”─ que se inicia desde el reconocimiento mismo del lugar de destino, despliegan diferentes estrategias para circular y transitar por la ciudad, no solo para sortear las fronteras urbanas, sino para que les afecten lo menos posible. Es así que sus prácticas espaciales, visibles en sus movilidades cotidianas, resultan de la combinación de mandatos de hipercorrección que apuntan a disipar dudas (o la mayor cantidad de dudas posibles) acerca de su presencia en destino y de hipervisibilización en aquellos espacios y circuitos legitimados. En cualquier caso, se trata de un aspecto ineludible de las movilidades y las migraciones: la vitalidad de las fronteras más allá de las geopolíticas como componente clave de la vida cotidiana migrante.


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Notas

1 Los nombres de las personas mencionadas en este escrito han sido modificados para preservar su anonimato.

2 A nivel nacional, Córdoba representa el tercer destino en cantidad de migrantes en el país luego de la provincia de Buenos Aires y la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Además de Perú (24.62%) y Bolivia (23.73%), otros orígenes importantes de la población migrante en Córdoba son Venezuela (9.17%) y Paraguay (7.25%) (Renaper, 2023).

3 Desde un abordaje cuantitativo, Molinatti y Pelaez (2017) muestran que las poblaciones migrantes de Bolivia y Perú enfrentan procesos de segregación residencial y ocupan zonas específicas en el espacio geográfico de la ciudad de Córdoba. Asimismo, indican que el derecho a la vivienda adecuada ha estado muy comprometido para estos migrantes.

4 Las empresas que prestan el servicio son Ersa, Coniferal y Tamse.

5 Urca es un barrio residencial localizado en la zona noroeste de la ciudad y habitado principalmente por familias de clase media alta.

6 Nueva Córdoba es un barrio ubicado en la zona centro-sur de la ciudad, al lado de Ciudad Universitaria. Se trata de una zona que concentra a estudiantes universitarios y sectores medios-altos tradicionales y que se distingue por su dinamismo económico, cultural y recreativo. Es además uno de los barrios más cotizados de la ciudad de Córdoba.

7 Agradecimiento especial por esta sugerencia a una de las personas evaluadoras de este artículo.

8 El Patio Olmos es un centro comercial de primeras marcas locales ubicado en la zona céntrica de la ciudad, más precisamente en la intersección de tres calles muy significativas para Córdoba: Vélez Sarsfield, bulevar San Juan e Hipólito Irigoyen.

9 En los años de 1990, Argentina experimentó la expansión de las “urbanizaciones privadas”. Este fenómeno, señala Svampa (2001), se transformó en un hito de la dinámica de privatización que marcó fuertemente al país en aquella década en un contexto de profundización de las desigualdades sociales.

10 Véase, por ejemplo, Tizziani y Gorban (2018) para un análisis de la acción colectiva de un grupo de trabajadoras domésticas del barrio cerrado de Nordelta de la provincia de Buenos Aires donde se pueden visibilizar sus precarias condiciones de trabajo y las lógicas de discriminación a las que son usualmente sometidas.

11 Como describe Miranda Pérez (2018, p. 25), la Isla de los Patos es una feria de comidas y otros productos al aire libre que se monta todos los domingos dentro del predio de la Isla. Véase también Pilatti (2021) para profundizar sobre el funcionamiento de esa feria.

12 Además de estos espacios de socialización de la población migrante en Córdoba, durante el trabajo de campo realizado se registró la organización de bailes para “peruanos”, donde asistían personas de ese origen nacional e hijas e hijos de migrantes peruanos. Estos ámbitos son celebrados por las poblaciones migrantes de este origen nacional en tanto configurados como “seguros” y “amigables”.

13 Es importante enmarcar estas reflexiones en un marco temporal concreto. Una de las cuestiones emergentes del trabajo de campo sostenido en el tiempo es cierta intermitencia de las trayectorias laborales de las mujeres migrantes en los contextos de destino. Lorena, en su trayectoria laboral en Córdoba, se desempeñó además como trabajadora doméstica, costurera, trabajadora comunitaria.

María José Magliano
Argentina. Doctorada en historia por la Universidad Nacional de Córdoba (UNC), Argentina. Investigadora independiente del Conicet y profesora en la Facultad de Filosofía y Humanidades de la UNC. Posdoctorado en la Universitá degli Studi di Padova (Italia). Líneas de investigación: migraciones e interseccionalidad; migraciones y trabajo; migraciones y espacio urbano. Publicación reciente: Mallimaci Barral, A. I. & Magliano, M. J. (2022). Trayectorias laborales de trabajadoras domésticas migrantes en Argentina. Revista Reflexiones, 103(1). https://doi.org/10.15517/rr.v103i1.50872



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